Correspondió el tierno Príncipe tan perfectamente á este cultivo por la excelencia de su ingenio, por su docilidad y por su natural inclinación á todo lo bueno, que desde luego fue reputado por uno de los príncipes más cabales que había a la sazón en la Europa. No solo no tenía necesidad el preceptor de excitarle al cumplimiento de las obligaciones del estudio y de la Religión, sino que se veía precisado a moderar los excesos de su ardor por unas y otras. Habiéndose adelantado mucho, y estando ya perfeccionado en el estudio de las letras humanas, resolvió Ludmila, de acuerdo con su preceptor, enviarlo al colegio de Budex, ciudad poco distante de Praga, donde a la sazón se educaban muchos jóvenes de la primera nobleza, y todos cristianos; bien persuadida a que solo en los colegios y en los estudios públicos reina la pundonorosa emulación, no habiendo cosa más ingrata ni más seca que una educación privada y particular.
El que gobernaba el colegio, con nombre y con autoridad de principal o de redor, era un clérigo de Neis en Silesia, hombre muy piadoso, y tan conocido por su gran sabiduría como por la santidad de su vida. Bajo la disciplina de un maestro tan hábil y tan santo acabó el joven príncipe sus estudios, y se perfeccionó en el ejercicio de las más excelentes virtudes. Distinguióse mucho entre todos por la penetración y por la brillantez de su ingenio; pero se distinguió mucho más por la pureza de sus costumbres, por su devoción y por su celo de la religión cristiana. Solo parecía niño en la edad. Por lo demás modesto sin afectación, amigo de complacer a todos con decoro y sin bajeza, circunspecto en todas sus acciones, noble y grande hasta en las más menudas, y cristiano siempre en todo, se le consideró desde entonces como perfecto modelo de los mayores príncipes.
Su devoción sobresaliente era a Jesucristo en el augusto Sacramento, y una singular ternura a la santísima Virgen: esta Reina de las Vírgenes le alcanzó aquel extremado amor a la pureza que pareció ser el carácter de este castísimo Príncipe, huyendo con particular cuidado todas las ocasiones de perderla, o de mancharla. Como su mismo nacimiento le destinaba para tener algún día vasallos que mandar, se dedicó con tiempo a adquirir todas las cualidades y prendas de un buen señor. Á todos hechizaba su modestia, y su apacible trato le hacía dueño de los corazones de todos. En ningún otro joven príncipe se vieron nunca, ni modales más nobles, ni prendas más amables, ni costumbres más puras. Murió el Duque su padre siendo aún muy joven Wenceslao, y apoderándose inmediatamente Drahomira su madre de la regencia y del gobierno, faltándola ya el freno del Duque su marido, se abandonó enteramente a su cruel humor ; y dejándose llevar de su implacable odio al nombre cristiano, se declaró contra la Religión con un furor sin medida. Dio principio publicando un decreto fulminante, en que mandaba cerrar todas las iglesias, y cesar en todo ejercicio de religión: prohibía a los sacerdotes instruir al pueblo; excluía a los maestros cristianos de la enseñanza de la juventud; anulaba todo lo que su suegro Borivor y Uratislao su marido habían establecido en favor de los Cristianos; y, en una palabra, desterraba la religión cristiana de todos sus dominios. Depuso de sus empleos a todos los magistrados y a todos los oficiales cristianos, nombrando en su lugar idólatras empedernidos, y enteramente sacrificados a sus pasiones y a su tiranía. Fue tan cruel y tan bárbara la persecución, que todo gentil particular tenía licencia para quitar la vida a cualquier cristiano, sin que a este le fuese lícita ni aun la defensa natural; y si por defender su vida se la quitaba a un gentil, la cruel Princesa condenaba a muerte a otros nueve cristianos; de manera que la muerte de un culpado costaba la vida a diez inocentes.
Afligida la piadosa Ludmila a vista de tantos desórdenes, no pudiendo ya sufrir que a sus mismos ojos fuese destruida una religión que a costa de tantas fatigas habían establecido el Duque su marido, el Duque su hijo, y también ella misma, no halló medio más eficaz para remediar tantos males que disponer tomase las riendas del gobierno su nieto Wenceslao, que, aunque tan joven, tenía toda la prudencia y todos los talentos necesarios para gobernar un pueblo de quien era las delicias y la admiración. Habiéndole declarada duque todos los Estados, fue universal el alborozo en toda la Bohemia, resonando en todas partes fiestas y regocijos públicos. Drahomira, universalmente aborrecida por su crueldad, y objeto de la execración general por sus estragadas costumbres, cedió sin ruido; más para evitar toda disensión entre los dos hermanos, se convino en un repartimiento, y se desmembró una provincia a la parte superior del Elba, que se le dio a Boleslao, y de su nombre se llamó desde entonces Boleslavia. Viéndose abandonada la impía Drahomira, se arrimó al partido del hijo segundo, el cual valía tanto como la madre.
El nuevo Duque dio principio a su gobierno restituyendo la religión cristiana en todos sus Estados a su antigua posesión; anulo todos los edictos que Drahomira había publicado para aniquilarla; y persuadido a que el medio más eficaz para hacer que florezca la Religión es el ejemplo del soberano, se esforzó cuanto pudo a reformar las costumbres de sus vasallos, con el mudo pero brillante modelo de las suyas. Pasaba en oración gran parte de la noche, y dedicaba a ejercicios de piedad todo el tiempo que le dejaban libre los negocios públicos. Luego se vio reinar en todos sus dominios la paz y la justicia, refloreciendo la Religión por el gran cuidado que puso en elegir ministros y oficiales de conocida bondad e integridad. Mudó presto de semblante toda la Bohemia, y rindió mil gracias al Señor por haberla concedido un duque santo.
Desesperada mientras tanto Drahomira al ver otra vez cristiano a todo el ducado de Bohemia, y noticiosa de la eminente virtud del Duque su hijo, conoció fácilmente que todo era fruto de los prudentes consejos de su suegra Ludmila; y resuelta la furiosa nuera a desembarazarse de ella, sobornó aciertos infames asesinos para que la quitasen la vida. Noticiosa de todo la virtuosa Princesa, sin ignorar quiénes eran los asesinos sobornados, en vez de dar orden de prenderlos, llamó á todos sus criados, pagóles y recompensó sus servicios abundantemente; repartió entre los pobres todo el dinero, muebles y alhajas que le habían quedado; metióse en su oratorio, mantúvose postrado por algún tiempo delante del altar; confesóse con su confesor y capellán el santo sacerdote Pablo ; recibió de su mano el santo Viático, encomendó su alma a Dios, y se quedó en oración. Mientras se estaba ofreciendo al Señor como víctima de la Religión, entraron dos asesinos, y arrojándose con furor sobre la santa Princesa, la ahogaron con la misma toca o velo que tenía. Así murió santa Ludmila, a quien la Iglesia honra como mártir el día 16 de este mes.
Noticioso san Wenceslao de este cruel asesinato, sintió vivísimamente lo mucho que con él había perdido; lloró la falta de una abuela que le había criado con tanto desvelo, y solo se consoló con la seguridad de que lograría en el cielo una poderosa protectora contra las persecuciones que desde luego conoció le harían padecer un cruel hermano y una madre desnaturalizada. Poco tardó esta en darle pruebas de sus perniciosos intentos. Suscitóle un poderoso enemigo en la persona de Radislao, príncipe de Gurima, que entró en sus tierras con un numeroso ejército; y despreciando las pocas fuerzas de un duque joven, sin experiencia y sin aliados, no dudó que toda la Bohemia seria el fruto de aquella sola campaña. Admirado Wenceslao de aquella irrupción, le envió sus embajadores para preguntarle qué motivo le había dado para declararle la guerra, con orden de ofrecerle todo género de honestas y decorosas condiciones para efectuar la paz. Pareciéndole al príncipe de Gurima que la embajada era prueba de la flaqueza y del miedo, respondió con fiereza que la única condición para conseguir la paz era cederle toda la Bohemia.
Viéndose el Santo en la precisión de defenderse, juntó precipitadamente un ejército, y marchó a buscar al enemigo que hacia grandes estragos en todo el país que pisaba. Cuando los dos ejércitos estuvieron a la vista, Wenceslao pidió una conferencia a Radislao, y le dijo, que no habiendo medio de hacerse la paz sino a costa de una batalla, no era justo que se derramase tanta inocente sangre; y puesto que solos ellos dos eran o la causa, o los autores de sus diferencias, solos ellos debían terminarlas por un combate singular que decidiese la victoria. Oyó Radislao con lástima y con risa la proposición del joven Duque, y la trató de temeraria; pero la aceptó tanto mas gozoso, cuanto se consideraba orgullosamente seguro de la victoria; y así retirándose groseramente le dijo con desprecio: Anda, príncipe, ve a tomar tus armas, que presto se decidirá este negocio.
Dejáronse ambos ver en el campo de batalla á la hora señalada; Radislao cubierto de todas armas, como otro Goliat, con un dardo en la mano, y con una larga espada en la vaina; Wenceslao con sola una ligera coraza y una espada muy corta, como quien tenía colocada en el cielo toda su confianza. Hizo la señal de la cruz, como para dar principio al combate; iba Radislao a dispararle su dardo, cuando vio delante de sí dos Ángeles, y oyó una voz que le dijo: No le tires. Apoderóse entonces de su corazón tal terror y tal espanto, que dejó caer las armas en tierra, y corriendo a echarse a los pies de Wenceslao, le pidió perdón, y se sujetó a todas las condiciones que el victorioso Duque le quisiese prescribir. Los dos ejércitos no acababan de creer lo mismo que estaban viendo; y entonces se conoció que Wenceslao era un príncipe particularmente favorecido del cielo, a quien Dios había tomado debajo de su protección, y que siempre tendría de su parte al Señor Dios de los ejércitos.
A la verdad, ningún príncipe cristiano mereció más estos insignes favores. Ningún soberano dio jamás mayores pruebas de una fe más viva, de una caridad más ardiente, ni de una virtud más encumbrada. Su devoción á la sagrada Eucaristía no solo se acreditaba en el profundo respeto con que estaba delante del santísimo Sacramento, y de su frecuente asistencia al pie de los altares, pasando en la iglesia la mayor parte de la noche, sino por la veneración que profesaba a todo lo que tenía alguna correlación con este divino misterio. El mismo sembraba con sus propias manos el trigo que había de servir para las hostias, y exprimía las uvas del vino destinado al santo sacrificio. Tenía particular devoción en ayudar a misa, y por la tierna que profesaba a la santísima Virgen resolvió guardar perpetua castidad toda la vida.
Pudiera parecer que su caridad con los pobres le hacía olvidar, o le envilecía la dignidad de soberano, si no se supiera que nunca es mayor un príncipe que cuando sirve á los miserables. Declaróse desde luego por protector de los pobres y de los huérfanos. Era su mayor gusto disfrazarse por las noches, y llevar sobre sus hombros haces de leña a las casas de los necesitados. Muchas veces se le vio asistir en persona a los entierros de la gente pobre, diciendo que las obras de misericordia decían mejor y eran más propias de los grandes que del menudo pueblo. Pocos días dejaba de visitar a los encarcelados; libraba muchas veces a los que estaban presos por deudas, pagándolas de su bolsillo, y consolaba con admirables razones a los delincuentes.
Hacia más respetables y más respetados del público a los obispos y a los sacerdotes con los particulares honores que él mismo les tributaba. Siempre estaba descubierto delante de los ministros del altar, y siempre les hablaba con el mayor respeto. Quien le viese en sus devociones y ejercicios espirituales, juzgaría que no tenía otra cosa a que atender; y quien le mirase en el gabinete despachando los negocios del Estado, creería que no cuidaba de otra cosa. Llamábanle comúnmente el santo Príncipe; y era el Duque de Bohemia la admiración de todas las cortes. Sabiase que en la ocasión era valiente, pero sin dejar jamás de ser devoto.
Precisado a concurrir a la dieta de Wormes que había convocado el emperador Otón I, sostuvo perfectamente la reputación de su virtud en todas las ocasiones. Pagóse tanto el Emperador de su santidad y de las demás prendas que le adornaban, que resolvió erigir en reino el ducado de Bohemia, .por hacerle este favor; pero el santo Duque no le quiso admitir, contentándose con la gracia que le hizo el Emperador de eximir de todos subsidios a aquellos Estados; favor que agradeció mucho, por ser en tanta utilidad de sus vasallos.
Dícese que un día, por haber querido oír dos misas, llegó tarde a la asamblea; y que así el Emperador como los demás príncipes, sentidos de aquella tardanza, resolvieron desairarle, para que conociese su ofensión, no levantándose al tiempo de entrar en la sala; pero luego que se dejó ver en ella, fueron de muy distinto parecer, porque le vieron venir en medio de dos Ángeles que llevaban delante de él una cruz de oro, y no solo el Emperador se levantó de su trono imperial, sino que se adelantó algunos pasos para recibirle, y le hizo ocupar el primer asiento inmediato al mismo trono. Todos los demás príncipes le rindieron grandes honores; y deseoso el Emperador de darle gusto, le regaló con el brazo de san Vito, que se había traído de Francia al monasterio de Corbia en Sajonia. También le regaló con algunos huesos de san Segismundo, rey de Borgoña, a quien nuestro Santo profesaba particular devoción. Restituido a Praga, hizo edificar un suntuoso templo en honor de san Vito, que hoy es la catedral, a donde dispuso que fuese trasladado el cuerpo de su abuela santa Ludraila, que se halló entero y sin corrupción, honrándole Dios con gran número de milagros.
Cuanto más estimado y más venerado estaba nuestro Santo en toda la Alemania, pero particularmente en Bohemia, mas emponzoñada estaba contra él su cruel madre Drahomira y su hermano Boleslao. Resolvieron acabar con él, y concertaron los medios de conseguirlo, á tiempo que tuvieron noticia de que Wenceslao había pedido al Papa algunos monjes de san Benito, con ánimo de tomar el hábito, y retirarse con ellos á acabar su vida en un monasterio. Con esta novedad suspendieron por algún tiempo la ejecución de sus intentos; pero viendo que el otro pensamiento iba largo, determinaron efectuar el suyo.
Habiale nacido un hijo a Boleslao, y convidó al Duque su hermano, como también a los grandes de Bohemia, para que concurriesen a las fiestas que pensaba hacer con ocasión de este nacimiento. En medio de los grandes motivos que tenía nuestro Santo para desconfiar de su hermano, le pareció que no podía excusarse cortesana y decentemente de aquella visita. Las afectadas y extraordinarias demostraciones de amor con que fue recibido le aumentaron sus vastos recelos; ni la misma magnificencia del festín fue bastante para disminuirlos. Habíase dispuesto para todo acontecimiento con una extraordinaria confesión y comunión que hizo en Praga, antes de partir a Boleslavia. Hacia la media noche se levantó de la mesa para irse a la iglesia, según su costumbre. Fue muy fervorosa su oración, y con no sé qué secreto presentimiento de su muerte, se ofreció a Dios en sacrificio. Pareciéndola a Drahomira que esta era la ocasión que se buscaba, apuró al impío Boleslao para que se aprovechase de ella.
Obedeció el cruel parricida; pero al acercarse al altar, y levantarla espada para descargar el golpe, se apoderó de él tal horror, que se le cayó la espada de las manos. Levantáronla del suelo los facinerosos que le acompañaban, y tratándole de cobarde le animaron á evacuar el impío intento con que había venido. Entonces el desnaturalizado hermano le pasó de parte a parte la espada por el cuerpo, y le tendió muerto en tierra. Saltó la sangre a la pared, donde se conserva hasta el día de hoy. El día siguiente el impío homicida se apoderó de los Estados del santo Duque, y señaló su usurpación con una persecución horrible contra los Cristianos, llenando todas las ciudades de sangre y de carnicería. A la infeliz Drahomira no la duró mucho tiempo la impunidad; porque pasando un día por un campo todo cubierto de cuerpos de una multitud de Mártires sacrificados a su furor, a quienes ella había mandado que no se diese sepultura, se abrió de repente la tierra, y la tragó desgraciadamente a ella y a toda su comitiva. El impío Boleslao se atemorizó, pero no se convirtió. Creciendo sus espantos con los milagros que se obraban en el sepulcro del santo Mártir, mandó desenterrar de noche su cuerpo, y que fuese trasladado a Praga en la iglesia de San Vito, para que los milagros que obrase se confundiesen con los de san Vito, titular de la misma iglesia; pero confundió Dios la impiedad de Boleslao. Detuviéronse inmobles los caballos que conducían el carro donde iba la reliquia cuando llegaron junto a las cárceles de Praga, y no fue posible hacerlos andar un paso adelante, hasta que se dio libertad a todos los encarcelados. Otra maravilla, que tuvo por testigo a una numerosa multitud de pueblo, fue que el carretero que guiaba el carro nunca pudo hacer que los caballos pasasen por los dos puentes; y así, llevando con violencia al carro y carretero, pasaron a pie enjuto por medio del rio. Todos quisieron ver el santo cuerpo; y abriéndose la caja se halló tan entero y tan fresco como si estuviera vivo, aunque ya habían pasado tres años después de su muerte.
Sucedió el martirio de san Wenceslao el día 28 de setiembre del año 938. El impío Boleslao, por sobrenombre el Cruel, fue desgraciado por todo el tiempo de su reinado. El emperador Otón le batió por espacio de catorce años, y se vio obligado a recibir la paz con las siguientes condiciones: dar satisfacción al mundo por la muerte de Wenceslao con una penitencia pública y de grande humillación; pagar todos los años un tributo al Emperador; volver a llamará todos los católicos desterrados; reedificar todas las iglesias destruidas, y restituir la religión cristiana en todos sus dominios. Murió miserablemente en la flor de su juventud. Su hijo Boleslao II, llamado el Piadoso, tomó por modelo a su santo tío, y fue uno de los mayores príncipes de su tiempo.