Se dará principio con la señal de la cruz y el acto de contrición, y después se dirá la siguiente oración:
ORACIÓN PREPARATORIA
¡Oh Reina de los ángeles y dulce encanto de los serafines! ¡Oh Madre amabilísima de mi alma y tierno objeto de mi amor! Aquí me tenéis ante vuestras soberanas plantas. atraído dulcemente de los más vivos deseos de honraros y glorificaros con todo mi corazón en la próxima solemnidad de vuestra preciosa muerte y gloriosísima Asunción a los cielos; para que entrando de este modo en el espíritu que anima a la Santa Iglesia al tributaros en estos días tan solemnes cultos, merezca ser participante de aquellas gracias que tan copiosamente derramáis sobre vuestros devotos en el día de vuestro triunfo. Ea, pues, Madre mía; alumbrad mi entendimiento y encended mi voluntad para que, contemplando devotamente la inefable alegría que sintió vuestro corazón y los dulces sentimientos que enajenaron vuestra benditísima alma al anunciaros un ángel de parte de vuestro Hijo el fin de vuestro destierro, me prepare y disponga para celebrar dignamente vuestra festividad. Y pues también ha de llegar un día para mí en el que he de abandonar este miserable mundo, desde ahora os pido me amparéis en aquella hora decisiva de mi eterna suerte. Esta es la gracia, Madre mía, que espero alcanzar de vuestra misericordiosa liberalidad en el día de vuestro más glorioso triunfo, y a este fin dirijo y ordeno todos los ejercicios
y actos de piedad con que en estos días os honrare. Y ya que la mejor disposición para una buena muerte es una vida santa y virtuosa, dignaos, Madre de mi alma, adornar mi corazón con las virtudes de que Vos conocéis tengo mayor necesidad. Alcanzadme sobre todo una fe viva, una esperanza firme y una caridad ardiente, el desapego de los bienes terrenos, el espíritu de oración, un grande amor a Vos y tierna confianza en vuestra protección y perseverancia final. No desechéis ¡oh Madre de Dios! mis humildes súplicas, antes bien atendedlas favorablemente. Amen.
DÍA PRIMERO
CONSIDERACIÓN
Considera, alma mía, los ardientes deseos que tendría la Santísima Virgen de salir de este mundo y de gozar para siempre de la dulce compañía de su amantísimo Hijo. Estaría exclamando continuamente con David: «¡Oh cómo se alarga mi destierro! ¡Cómo se prolonga mi habitación en este mundo!» ¡Qué suspiros, pues, exhalaría esta inocente paloma desde su retiro para ver y gozar de su Amado! Y, en verdad, ¿qué cosa podía entretener y divertir en este valle de lágrimas el purísimo corazón de esta Señora, estando destinada para ser Reina de los cielos? ¿Qué consuelo podía tener en este destierro viéndose privada de la dulce compañía de su amado Hijo? El amor que tenía a la Iglesia recién nacida podía en alguna manera detenerla en este mundo; pero como la veía establecida y extendida por todo el universo, deseaba ya partirse de este destierro, y mucho más sabiendo que desde el cielo podía socorrerla aún mejor.
¡Qué largos, pues, le parecerían sus días y cuán prolongada su habitación en este mundo! Llegábase entre tanto el momento dichoso y feliz en que el Señor había determinado premiar a su bienaventurada Madre; y así tres días antes la envió un ángel que la anunciara su cercana muerte, trayéndola una palma en señal de la victoria. ¿Y quién podrá explicar la alegría que entonces inundó su corazón? ¿qué gozo tan grande no se apoderaría de su benditísima alma? Trasportada en un éxtasis amoroso, y arrebatada en vivísimos deseos de poseer a su Dios, exclamaría mejor que David: «Mi corazón se ha alegrado con esta nueva celestial; iré a la casa de mi amado Hijo, y gozaré de su presencia por toda una eternidad.» Anegada quedó la Santísima Virgen en un mar de dulzuras al recibir esta noticia, y su corazón purísimo abrasado en amor divino se encendía más y más al considerarse tan cercano de ser morador de la Jerusalén celestial. Dios era el único objeto de su amor, y este amor era proporcionado al altísimo conocimiento que de Él tenía. Si pues el amor tiende a unir al amante con el objeto amado, haciendo que en esta unión encuentre el que verdaderamente ama su dicha y felicidad, ¿quién podrá ponderar y comprender la alegría que sintió la Santísima Virgen en este paso? ¡Ah! considéralo, alma mía, y confúndete al mismo tiempo de ver que tus deseos sean tan diferentes de los de la Santísima Virgen. Mira bien lo que te enseña con su ejemplo, y aprende de esta divina Maestra á no amar los bienes vanos y perecederos de la tierra, y á suspirar únicamente por los eternos del cielo.
ORACIÓN
¡Oh Madre de Dios y Reina de los ángeles! Si tan grandes eran los deseos que teníais de trocar este destierro por la patria celestial, ¿quién será capaz de comprender el torrente de dulzura que inundó vuestro Santísimo Corazón cuando os fue revelada la hora de vuestra cercana muerte? ¡Oh cuán gozosa y alegre estaríais viendo que se acordaba el fin de vuestro destierro, y que se llegaba el momento de uniros para siempre con vuestro dulcísimo Hijo! Y en verdad, ¿qué cosa os podía tener atada en este mundo? ¡Ah! Vos conocíais la vanidad y mezquindad de los bienes terrenos, y no podíais, por consiguiente, encontrar en ellos consuelo alguno, y así todas vuestras ansias se dirigían a gozar cuanto antes de la compañía de vuestro dulcísimo Hijo. ¡Ah Madre de mi alma! Confúndame y me avergüenzo al verme tan apegado a las cosas de la tierra y tan descuidado de los bienes del cielo. Pero si hasta ahora me he dejado llevar del falaz atractivo de los placeres y riquezas que este mundo me ofrece, propongo firmemente de hoy en adelante mudar de vida, y dirigir todos mis pensamientos, afectos y deseos a la consecución de la eterna gloria. ¡Sí, Madre de mi alma! De hoy en adelante quiero tener mi corazón más en el cielo que en la tierra. Alcanzadme, pues, esta gracia de vuestro Santísimo Hijo, y haced que use de tal modo de los bienes terrenos, que no poniendo en ellos el afecto, solo suspiro por el gozo eterno del Señor. Amen.
GOZOS
Pues sois Ave que, hasta el cielo,María, voláis ansiosa; Dadnos alas, Ave hermosa, para seguir vuestro vuelo.
Lleno de celestial luz vuestra muerte os anunció un ángel que os envió vuestro amado Hijo Jesús: logrando el mayor consuelo en nueva tan misteriosa.
Los Apóstoles que acaso en vuestra muerte asistieron, devotos se enternecieron al ver tan cerca el ocaso de ese sol, que al mismo cielo supo dar luz tan copiosa.
Sin achaque de dolor os ponéis en una cama, y viendo a Jesús que os llama, espiráis fénix de amor: rindiéndole vuestro anhelo el alma más prodigiosa.
Del pecado y de su muerte, del infierno y su adalid, divina y bella Judit, triunfó vuestro valor fuerte: y a pesar de su desvelo os aclaman victoriosa.
Tomás que aún no sabía de vuestra muerte, llegó a Getsemaní, y abrió el sepulcro al tercer día: más solo halló vuestro velo, y vestidura preciosa.
En premio de la victoria que en este mundo alcanzasteis, desde el sepulcro volasteis en cuerpo y alma a la gloria; como lo confiesa el celo de la religión piadosa.
Al ver tantas perfecciones, pasmados los querubines, ángeles y serafines, dicen con admiraciones: ¿quién es esta, que del suelo se remonta tan gloriosa?
En los brazos recostada de vuestro Hijo querido, sobre el trono más lucido sois María colocada: cual iris que con desvelo anuncia la paz dichosa.
Mejor que Betsabé vos del Hijo al lado os sentáis, tan hermosa, que os lleváis la atención del mismo Dios: sí sois el mejor modelo de su mano poderosa.
Allí con celeste canto por Hija os corona el Padre, el Hijo por dulce Madre, por Esposa el Amor Santo: Reina sois de tierra y cielo, y Abogada portentosa.
Salve, Virgen pura y bella,
salve, sagrario divino,
salve, espejo cristalino,
salve, sol, luna y estrella:
salve, universal consuelo,
salve, en fin, Madre amorosa.
ANTÍFONA: Hoy la Virgen María ascendió a los Cielos, alegraos, Ella reina con Cristo eternamente.
℣. Exaltada es la Santa Madre de Dios.
℟. Sobre los coros angélicos como Reina celestial.
ORACIÓN: Perdona misericordiosamente, Señor, las faltas de tus servidores, y, dada la impotencia en que nos encontramos de agradarte por nuestros propios méritos, concédenos la salvación por la intercesión de Aquella que elegiste para que fuera la Madre de tu Hijo, Nuestro Señor, que, siendo Dios, vive y reina contigo en unidad con el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
Omnipotente y sempiterno Dios, que llevaste a la gloria celestial a la Inmaculada Virgen María, la Madre de tu Hijo: Te suplicamos nos concedas que, siempre atentos a las cosas del cielo, merezcamos ser participantes de su gloria. Por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
℣. Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar.
℟. Sea por siempre bendito y alabado Jesús Sacramentado.
DÍA SEGUNDO
CONSIDERACIÓN
Acercábase ya la hora feliz en que María Santísima había de salir de este valle de lágrimas para ir a gozar de la compañía de su amantísimo Hijo en el cielo. ¡Con qué ansias deseaba esta Señora tan dichoso momento, y cuán alegre estaba esperando la venida de su dulce Jesús, en cuyos brazos, como en ligeras y suaves alas, debía subir a la gloria! ¡Cuán preparada, pues, estaría para salir de este mundo! Y así, toda unida y ocupada con Dios, todas sus ansias y deseos serian verle cara a cara y poseerle para siempre. Cada momento, cada respiración se encendía más y más en amor de su divino Esposo, y cuanto más crecía la llama
de su amor, tanto más vehementes eran los impulsos que sentía de verse libre de los lazos de la carne y volar al seno de su Criador. Considera también, alma mía, el sentimiento de todos los fieles y Apóstoles cuando supieron la cercana muerte de su Señora y Maestra. Cuán grande seria su desconsuelo viendo que perdían de vista a la que amaban como a su tierna y cariñosa Madre, a la que recorrían en sus dudas y con la que se consolaban en los trabajos de su predicación. Considera bien todo esto, alma mía, y arrancando de tu corazón todo afecto y afición a las cosas vanas y perecederas de la tierra, entra en espíritu en la humilde habitación de María Santísima, y mezclando tus sentimientos y afectos con los de los Santos Apóstoles, suplícale humilde te dé su santa bendición, y que te dispensa su favor y amparo desde el cielo. ¡Ahí Mañana recordamos el glorioso triunfo de María, y celebramos aquel momento feliz en que se le dió la debida recompensa que merecían sus altísimas virtudes! Feliz, pues, el alma que sepa pedir en este día a las puertas de su misericordiosa liberalidad: alcanzará sin duda el remedio de sus necesidades y encontrará el camino de la salvación; porque escrito esta que quien la hallare, hallará la vida y alcanzará salud del Señor.
ORACIÓN
¡Oh María, templo sagrado del divino amor! ¿Quién podrá comprender la alegría de vuestro corazón al ver tan cercana la hora de uniros perpetuamente con vuestro divino Hijo, y los ardentísimos deseos en que os abrasabais de que llegase la hora de que esta unión se consumase? ¡Ah! Madre de mi alma, no es esto para entendimiento humano; porque si, según doctrina de vuestro tierno amante San Bernardo, era necesario un milagro continuo para que no murierais a la fuerza del divino amor en que estuvisteis abrasada desde el primer instante de vuestra Inmaculada Concepción, mucho más necesario fue este milagro en los últimos momentos de vuestra vida. Y naciendo, pues, los deseos que teníais de gozar de Dios de este amor, ¿qué habremos de decir, Madre mía, ¿sino que era necesario un milagro para que la vehemencia de estos deseos no rompiera los lazos que unían vuestra alma con el cuerpo? Adoro, pues, este milagro de la divina Omnipotencia, y entre tanto, Madre mía, permitid que una mis sentimientos con los que tenían los Apóstoles y demás fieles cuando postrados á vuestras plantas soberanas derramaban tiernas lágrimas porque os ausentabais de ellos, y que os diga con todo mi corazón: No me dejéis, Madre mía, solo en este mundo a la merced de mis enemigos. Dadme vuestra santa bendición, y con ella vendrá la paz del Señor a mi alma, y la caridad y gozo del Espíritu Santo. Y de esta manera, desapegado mi corazón de los bienes terrenos, volará en alas de amor a lo alto de la perfección hasta posarse algún día a vuestras plantas soberanas. Amen.
DÍA TERCERO
CONSIDERACIÓN
Considera, alma mía, cómo se prepararía la Santísima Virgen para su cercano fin. En aquellos tres días que mediaron desde la revelación de su próximo tránsito hasta que este se efectuó, no pensaría ya en otra cosa sino en el cielo. ¡Oh cuán olvidada estaría de todo del mundo, arrebatada en un continuo éxtasis de amor! ¡Cuán bien empleados pasaría los últimos momentos de su vida, y con cuánto fervor se dispondría para morir, sabiendo cuán cercana estaba la hora dichosa en que había de trocar este destierro por la patria celestial! Por qué, aunque es verdad que su purísimo corazón nunca estuvo apegado a las cosas de la tierra, y que jamás estuvo distraída del objeto de todas sus atenciones y deseos, que era Dios; pero a la manera que el movimiento de un grave hacia su centro es más rápido cuanto más se acerca a él, así también crecerían por momentos los deseos en que se abrazaba de ver a Dios; y como su santidad fue siempre creciendo, multiplicándose al infinito, por decirlo así, todo el tiempo que vivió sobre la tierra crecería también su devoción y fervor según la misma medida. Y si fue perfectísima en todas sus obras, ¿cómo lo podía dejar de ser en los últimos instantes de su vida? ¡Mira, pues, alma mía, cómo se prepararía y dispondría para salir de este mundo y entrar triunfante en la Jerusalén celestial! ¡Ah! ¿Y te preparas tú también para la hora de la muerte? Tus gustos, inclinaciones y modo de vivir dicen que no. ¿Cómo, pues, vives tan descuidada en un negocio de tanta importancia, y más cuando sabes que a cualquier hora puede asaltarte la muerte y encontrarte desprevenida? Prepárate, pues, para morir bien, a imitación de la Santísima Virgen; y ya que la mejor disposición para la muerte es una vida santa y virtuosa, trabaja ahora para adquirir las virtudes, de que tanto necesitas, y desprende tu corazón de los bienes y demás objetos que en aquella hora necesariamente has de dejar.
ORACIÓN
¡Oh dulcísima Madre de nuestras almas y Maestra soberana de la más alta perfección! ¡Qué lección tan admirable me dais de lo que debo hacer durante mi vida con lo que Vos practicasteis en los últimos momentos de la vuestra! Porque si Vos, que siempre estuvisteis tan íntimamente unida con Dios, os preparasteis para salir de este mundo con nuevos fervores, ¿qué debo hacer yo, miserable criatura, tan lleno de defectos como me encuentro y tan apasionado por los bienes de la tierra? ¡Ah Madre mía! Confúndome de haber sido tan negligente en cosa que tanto me importa, y ya que me precio de ser hijo y devoto vuestro, quiero imitaros, y hacer que toda mi vida sea una preparación continua para mi muerte. Si, Madre mía; tal es la resolución que formo en este día ante vuestras plantas soberanas; y pues Vos os preparasteis para morir, no porque antes hubieseis vivido distraída en lo más mínimo y ocupada en las cosas terrenas, sino porque, deseando siempre amar más y más a vuestro Dios y Señor, este amor iba aumentándose continuamente, y tomó mayor incremento con la noticia de vuestro cercano fin; encended en mi corazón este divino fuego, que abrasaba vuestro santísimo pecho, y haced que, consumiendo en mi todo afecto y amor desmedido a las criaturas, me levante su fuerza a lo alto de la perfección, para que, no buscando ni deseando sino gozar cuanto antes de Dios y de Vos en el cielo, esté siempre dispuesto para la muerte que me ha de llevar allá. Amen.