En el 40 d.C. en la ciudad española de Zaragoza, la que antes de los tiempos de Cristo era la famosa y rica villa romana de César Augusto, de donde deriva su nombre actual, existe el monumento más sólido, antiguo, fidedigno y magnífico que tiene España como prueba de una piadosa tradición y de una antiquísima y profunda devoción por la Santísima Virgen María: el Santuario del Pilar. Esa gran basílica mariana con sus once cúpulas y sus cuatro campanarios es conocida y famosa, no sólo en España, sino en el mundo entero, puesto que, según la tradición, en tiempos inmemoriales se apareció ahí la Madre de Dios y, desde entonces, a través de los siglos, ha mostrado su protección especial con repetidas gracias, milagros y portentos, hasta ganarse la indefectible piedad de los españoles, que le tributan culto con devoción, constancia y magnificencia.
La tradición, tal como ha surgido de unos documentos del siglo XIII que se conservan como un tesoro en la catedral de Zaragoza, se remonta a la época inmediatamente posterior a la Ascensión de Jesucristo, cuando los apóstoles, fortalecidos con el Espíritu Santo, se disponían a emprender la predicación del Evangelio. El Apóstol Santiago el Mayor, hermano de Juan e hijo del Zebedeo, tuvo la inspiración de ir a predicar a España. Al tiempo de salir de Jerusalén, obtuvo la licencia y la bendición de la Santísima Virgen y se trasladó a aquella porción del mundo sumergida en la idolatría. Los documentos dicen textualmente que Santiago, "pasando por Asturias, llegó a la ciudad de Oviedo, en donde convirtió a varios a la fe. Continuó el viaje con sus nuevos discípulos a través de Galicia y de Castilla, hasta llegar a Aragón, el territorio que se llamaba Celtiberia, donde está situada la ciudad de Zaragoza, en las riberas del Ebro. Allí predicó Santiago muchos días y, entre los muchos convertidos eligió como acompañantes a ocho hombres, con los cuales trataba de día del reino de Dios y, por la noche, recorría las riberas para tomar algún descanso."
La noche del 2 de enero se encontraba Santiago con sus discípulos junto al Ebro, como afirman los códigos, cuando "oyó voces de ángeles que cantaban Ave, Maria, gratia plena y vio aparecer a la Virgen Madre de Cristo, de pie sobre un pilar de mármol". La Santísima Virgen, que aún vivía en carne mortal, habló con el Apóstol para pedirle que se le construyese ahí una iglesia, con el altar en torno al pilar donde estaba de pie y que "permanecerá en este sitio hasta el fin de los tiempos para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquéllos que en sus necesidades imploren mi patrocinio".
Desapareció la Virgen y quedó ahí el pilar. El Apóstol Santiago y los ocho testigos del prodigio comenzaron inmediatamente a edificar una iglesia en aquel sitio y, con el concurso de los conversos, la obra se puso en marcha con rapidez. Pero antes de que estuviese terminada la iglesia, Santiago ordenó presbítero a uno de sus discípulos para servicio de la misma, la consagró y le dio el título de Santa María del Pilar, antes de regresar a Judea. Esa fue la primera iglesia del mundo dedicada en honor de la Virgen.
Hasta aquí las palabras del referido código que conserva la catedral de Zaragoza y que dio origen a la acendrada devoción por la Virgen del Pilar, que se extendió por toda España y sobrepasó las fronteras. (...) Muchos historiadores e investigadores defienden esta tradición y aducen el argumento de que hay una serie de monumentos o testimonios que demuestran la existencia de una iglesia dedicada a la Virgen de Zaragoza. El más antiguo de estos testimonios es el famoso sarcófago de Santa Engracia, que se conserva en Zaragoza desde el siglo IV, cuando la santa fue martirizada y que representa en un bajo relieve, según parece, el descenso de la Virgen de los cielos para aparecerse al Apóstol Santiago. Asimismo, hacia el año 835, un monje de San Germán de París, llamado Almoino, redactó unos escritos en los que habla de la iglesia de la Virgen María de Zaragoza, "donde había servido en su tiempo (mediados del siglo III) el gran mártir San Vicente".
Por otra parte, la devoción del pueblo por la Virgen del Pilar se halla tan arraigada y desde épocas tan remotas entre los españoles, que las autoridades eclesiásticas de Roma, no obstante sus reiteradas negativas a conceder un oficio propio del Pilar, tuvieron que ceder a las repetidas instancias de los soberanos y los súbditos de España para autorizar el oficio definitivo en el que se consigna la aparición de la Virgen del Pilar como "una antigua y piadosa creencia". El Papa Clemente XII señaló la fecha del 12 de octubre para la festividad particular de la Virgen del Pilar, pero ya desde siglos antes, en todas las iglesias de España y entre todos los pueblos sujetos al rey católico, se celebraba la ventura de haber tenido a la Madre de Dios en su región, cuando todavía vivía en carne mortal. Es fama que el día 12 de octubre de 1492, precisamente cuando las tres carabelas de Cristóbal Colón avistaban las desconocidas tierras de América, al otro lado del Atlántico, los monjes de San Jerónimo cantaban alabanzas a la Madre de Dios en su santuario de Zaragoza, por lo cual, el 12 de octubre, día de la Virgen del Pilar, es también el "Día de la Raza" o "Día de la Hispanidad".
Cuenta una antigua y piadosa tradición que, estando el Apóstol Santiago el Mayor en oración a las orillas del río Ebro, se le apareció la Santísima Virgen María, en el año 40, viviendo aún en carne mortal, para consolarlo y esforzarlo a proseguir en España su obra de evangelización, y allí mismo le mandó construir un templo en honor suyo.
Según una venerada tradición, la Santísima Virgen María se manifestó en Zaragoza sobre una columna o pilar, signo visible de su presencia. Esta tradición encontró su expresión cultural en la misa y en el Oficio que, para toda España, decretó Clemente XII. Pío VII elevó la categoría litúrgica de la fiesta. Pío XII otorgó a todas las naciones sudamericanas la posibilidad de celebrar la misma misa que se celebraba en España.
La tradición se remonta al año 40, cuando el 2 de enero la Virgen María se apareció a Santiago el Mayor en Caesaraugusta. María llegó a Zaragoza «en carne mortal» —antes de su Asunción— y como testimonio de su visita dejó una columna de jaspe conocida popularmente como «el Pilar». Santiago y los siete primeros convertidos de la ciudad edificaron una primitiva capilla de adobe a orillas del Ebro. Este testimonio es recogido por un manuscrito de 1297 de los Moralia, que se custodia en el Archivo del Pilar. La devoción mariana inició en los albores del siglo XIII, cuando comenzaron las primeras peregrinaciones a Santa María la Mayor.
La imagen de la Virgen es una talla en madera dorada; mide treinta y seis centímetros y medio de altura y descansa sobre una columna de jaspe forrada de bronce y plata y cubierto, a su vez, por un manto desde los pies de la imagen de la virgen hasta la base vista de la columna o pilar, a excepción de los días dos, doce y veinte de cada mes en que aparece la columna visible en toda su superficie. En la fachada posterior de la capilla se abre el humilladero, donde los fieles pueden venerar la Santa Columna a través de un óculo abierto.
Simbolismo del pilar
El pilar o columna da la idea de la solidez del edificio-iglesia y la firmeza de la columna-confianza en la protección de la Virgen María.
La columna es símbolo del conducto que une el cielo y la tierra, "manifestación de la potencia de Dios en el hombre y la potencia del hombre bajo la influencia de Dios". Es soporte de lo sagrado, soporte de la vida cotidiana. Santa María, la puerta del cielo, la escala de Jacob, ha sido la mujer escogida por Dios para venir a nuestro mundo. En ella la tierra y el cielo se han unido en Jesucristo.
Las columnas garantizan la solidez del edificio, sea arquitectónico o social. Quebrantarlas es amenazar el edificio entero. La columna es la primera piedra del templo, que se desarrolla a su alrededor; es el eje de la construcción que liga entre si los diferentes niveles. La Virgen María es también la primera piedra de la Iglesia, el templo de Dios; en torno a ella, lo mismo que los apóstoles reunidos el día de Pentecostés, va creciendo el pueblo de Dios; la fe y la esperanza de la Virgen alientan a los cristianos en su esfuerzo por edificar el reino de Dios.
La Santa Columna está hecha de jaspe, tiene 1,77 metros de altura, un diámetro de 24 centímetros y un forro de bronce y plata. La tradición pilarista afirma que jamás ha variado su ubicación desde la visita de la Virgen María a Santiago.
Tres rasgos peculiares que caracterizan a la Virgen del Pilar:
1- Se trata de una venida extraordinaria de la Virgen durante su vida mortal. A diferencia de las otras apariciones, la Virgen vino cuando todavía vivía en Palestina.
2- La Columna o Pilar que la misma Señora trajo para que, sobre él se construyera la primera capilla que, de hecho, sería el primer Templo Mariano de toda la Cristiandad.
3- La vinculación de la tradición pilarista con la tradición jacobea (del Santuario de Santiago de Compostela). Por ello, Zaragoza y Compostela, el Pilar y Santiago, han constituido dos ejes fundamentales, en torno a los cuales ha girado durante siglos la espiritualidad de la patria española.
Virgen santa, Madre mía,
luz hermosa, claro día,
que la tierra aragonesa
te dignaste visitar(bis)
Este pueblo que te adora
de tu amor favor implora
y te aclama y te bendice
abrazado a tu Pilar.
Pilar sagrado, faro esplendente,
rico presente de caridad.
Pilar bendito, trono de gloria,
tú a la victoria nos llevarás.
Cantad, cantad
himnos de honor y de alabanza.
Cantad, cantad
a la Virgen del Pilar.
Oración a Nuestra Señora del Pilar
Oh Virgen del Pilar, Reina y Madre, España y todas las naciones hispanas reconocen con gratitud tu protección constante y esperan seguir contando con ella.
Obtennos de tu Hijo fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor.
Queremos que en todos los instantes de nuestra vida sintamos que tu eres nuestra Madre.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Súplica y Oración del
Santo Padre Juan Pablo II
Doy fervientes gracias a Dios por la presencia singular de María en esta tierra española donde tantos frutos ha producido. Y quiero encomendarte, Virgen santísima del Pilar, España entera, todos y cada uno de sus hijos y pueblos, la Iglesia en España, así como también los hijos de todas las naciones hispánicas. ¡Dios te salve, María, Madre de Cristo y de la Iglesia! ¡Dios te salve, vida, dulzura y esperanza nuestra! A tus cuidados confío esta tarde las necesidades de todas las familias de España, las alegrías de los niños, la ilusión de los jóvenes, los desvelos de los adultos, el dolor de los enfermos y el sereno atardecer de los ancianos. Te encomiendo la fidelidad y abnegación de los ministros de tu Hijo, la esperanza de quienes se preparan para ese ministerio, la gozosa entrega de las vírgenes del claustro, la oración y solicitud de los religiosos y religiosas, la vida y el empeño de cuantos trabajan por el reino de Cristo en estas tierras. En tus manos pongo la fatiga y él sudor de quienes trabajan con las suyas; la noble dedicación de los que transmiten su saber y el esfuerzo de los que aprenden; la hermosa vocación de quienes con su conciencia y servicio alivian el dolor ajeno; la tarea de quienes con su inteligencia buscan la verdad. En tu corazón dejo los anhelos de quienes, mediante los quehaceres económicos procuran honradamente la prosperidad de sus hermanos; de quienes, al servicio de la verdad, informan y forman rectamente la opinión pública; de cuantos, en la política, en la milicia, en las labores sindicales o en el servicio del orden ciudadano prestan su colaboración honesta en favor de una justa, pacífica y segura convivencia. Virgen Santa del Pilar: aumenta nuestra fe, consolida nuestra esperanza, aviva nuestra caridad. Socorre a los que padecen desgracias, a los que sufren soledad, ignorancia, hambre o falta de trabajo. Fortalece a los débiles en la fe. Fomenta en los jóvenes la disponibilidad para una entrega plena a Dios. Protege a España entera y a sus pueblos, a sus hombres y mujeres. Y asiste maternalmente, oh María, a cuantos te invocan como Patrona de la Hispanidad. Así sea.