> SoydelaVirgen : 07/03/20

--------------------------------------------- San Martin de Tours y La Virgen de los Buenos Aires / La Inmaculada Concepción y San Ponciano | Patronos de la Ciudad de Buenos Aires / Patronos de la Ciudad de La Plata -----------------------

¿Qué pasó en Garabandal?

Las videntes de Garabandal dicen haber recibido de la Virgen María dos mensajes: El primero es el llamado a hacer “muchos sacrificios, mucha penitencia, visitar al Santísimo pero antes, ser muy buenos”, de lo contrario vendría un castigo.  En el segundo mensaje, aseguran que la Virgen les advirtió que “la copa se está rebosando” porque “muchos cardenales, obispos y sacerdotes van por el camino de la perdición y con ellos llevan a muchas almas” por ello, la Virgen -dicen- clama una enmienda de vida, pedir perdón de manera sincera y hacer más sacrificios. 

Cuatro presuntas videntes (Conchita, Mari Loli, Mari Cruz y Jacinta) dicen haber visto la Virgen en San Sebastián de Garabandal (Cantabria, España) por primera vez 18 de julio de 1961. Estaban tomando las manzanas de un árbol ajeno y escucharon un estruendo que las hizo arrepentirse. Primero, cuentan, era el arcángel San Miguel y luego dicen haber visto a la Virgen María. Las niñas, cuyas edades oscilaban entre 11 y 12 años en las primeras apariciones, dicen haber visto a la Virgen centenares de veces y por última vez el 13 de noviembre de 1965.  Muchas curaciones físicas y cambios radicales de vida se han documentado desde entonces en ese lugar.

“Llama la atención ese trato sencillo y confiado que las niñas tenían con su Madre del cielo que, en ocasiones, hasta jugó con ellas y que con frecuencia las despedía con un beso”.

Las videntes dicen que a ellas se les comunicó algunos hechos futuros.  Estos son tres: un aviso, un milagro y un castigo, este último el cual se podrá menguar dependiendo de cómo responda el mundo a las otras dos.   El aviso es que, según la vidente Conchita, habrá un momento en el que todo ser humano podrá ver, por unos minutos cuál es el estado de su alma, el bien y el mal que ha hecho.  También habrá un milagro que sucederá en Garabandal, del cual solo Conchita sabe la fecha, y donde quedará una señal que se sabrá viene de Dios.  Los enfermos que presencien el milagro serán sanados y los pecadores se convertirán.  Asimismo, habrá un castigo condicional que las videntes pudieron ver cuando tenían entre 12 y 13 años. Al ver de qué se trataban los castigos, las niñas dieron unos alaridos tan fuertes que al día siguiente todo el pueblo de Garabandal fue a confesarse.


Según el Catecismo de la Iglesia Católica, todo el contenido de la revelación traída por Jesucristo para nuestra salvación ya ha sido dicho y esta etapa culminó con la muerte de San Juan el último apóstol. Sin embargo, existen revelaciones privadas que cuentan con la aprobación de la Iglesia pero que no hacen parte del depósito de la fe ni completan lo que dijo Jesucristo, sino que ayudan a los fieles a vivir su fe de manera más concreta en una época determinada. Por ello no es obligatorio creer en ellas, aunque sí es recomendable.

Garabandal es, pues, una de numerosas apariciones que están actualmente en proceso de aprobación por la Iglesia, y por lo general la Santa Sede deja ese proceso en manos del obispo donde sucedieron las presuntas apariciones. El en ese entonces, obispo Eugenio Beitia de Santander con jurisdicción sobre Garabandal señaló que no se ha encontrado nada contrario a la fe, sino más bien, exhortación a la oración, al sacrificio, y la devoción eucarística, de tener temor de nuestros pecados y veneración mariana.  El 3 de febrero de 2018 la diócesis de Santander ratificó una nota enviada por la Congregación para la Doctrina de la fe que indica que “no constan hechos sobrenaturales”, después de un proceso meticuloso, lo cual indica que se debe seguir estudiando este fenómeno. El resultado final de las investigaciones puede ser “consta de sobrenaturalidad” o “consta de no sobrenaturalidad”. Mientras no se cierre el caso, los fieles pueden ir a orar allí como devoción privada. Los sacerdotes pueden celebrar misa y escuchar confesiones.

De las cuatro videntes, solo una (Mari Loli) ha muerto (2009). Las otras tres residen hoy en diferentes lugares. Mari Cruz vive en Asturias, España; Jacinta, en Los Ángeles y Conchita en Nueva York.  Las cuatro se casaron y aunque esto despierta preguntas en algunos fieles sobre por qué ninguna de ellas se consagró, quienes salen en defensa de estas apariciones aseguran que este hecho enfatiza el llamado a la vocación universal a la santidad desde los diferentes estados de vida, especialmente el matrimonio, puntualizando el mensaje del Concilio Vaticano II que se celebró de manera contemporánea a las presuntas apariciones.

En 1993, cuando se le presentó un libro sobre Garabandal de Albrecht Weber titulado “Garabandal, el dedo de Dios”, el Papa Juan Pablo II dictó una carta al autor en la que le dijo: “Que Dios recompense por todo. Especialmente por el profundo amor con el cual estás haciendo que los sucesos de Garabandal sean conocido más ampliamente.  Que el mensaje de la Madre de Dios encuentre una entrada en los corazones antes de que sea muy tarde”.  Otros santos que se han manifestado hacia las apariciones incluyen San Padre Pío, quien la tildó como una continuación de Fátima, San Pablo VI quien bendijo a Conchita privadamente, y Santa Teresa de Calcuta quien fue la madrina de una de las hijas de Conchita y consejera espiritual suya.

Oración al Santo Cristo de los Buenos Aires pidiendo por el fin de la Pandemia


Santo Cristo de Buenos Aires 
imagen venerada en la Catedral Primada de Buenos Aires

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén. 

Hoy le rezamos a este Santo Cristo, patrono de la ciudad de Buenos Aires. 

Cristo que acompaña a esta ciudad desde 1670, y que milagrosamente hizo detener una inundación cuando el agua iba a destruir aquella insipiente aldea de Buenos Aires. Este Cristo que conoce la oración de los primeros mandatarios de la República Argentina, que se presentaron en cada día de la fiesta patria del 25 de mayo, que comenzó esa costumbre cuando los próceres de la Primera Junta de Mayo, se acercaron después de jurar en el Cabildo a rezar ante Él, pidiéndole la gracia de su asistencia. A este Jesús, le pedimos que como aquella vez que detuvo la inundación al tocar el suelo de Buenos Aires, detenga ahora el mal para que todos podamos salvarnos. 

Oración.

Señor Jesús, Santo Cristo de Buenos Aires, 
esperanza que nunca nos defrauda,
ten piedad de nosotros y líbranos de todo mal.
Te suplicamos que doblegues el flagelo de este virus
que difunde entre nosotros. Que cures a los enfermos,
preserves a los sanos, sostengas a quienes trabajan 
por la salud de todos. Muéstranos, tu rostro de misericordia,
y sálvanos por tu gran amor. 

Te lo pedimos, por la intercesión de María, Madre tuya y madre nuestra, que su amor fiel nos acompaña 
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. 

Te adoramos Cristo, y te bendecimos 
porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo. 

3 de Julio: Fiesta de santo Tomás Apóstol



Cada 3 julio la Iglesia Católica celebra la fiesta de Santo Tomás Apóstol, el pescador de Galilea que hizo la confesión de fe: “Señor Mío y Dios Mío”, luego que Jesús, a los ocho días de haber resucitado, se apareció nuevamente ante sus discípulos y lo invita a meter su mano en la llaga de su costado.

El Evangelio de San Juan narra la incredulidad de Santo Tomás ante las palabras de los discípulos que decían: "Hemos visto al Señor", a lo que contestó: "si no veo en sus manos los agujeros de los clavos, y si no meto mis dedos en los agujeros sus clavos, y no meto mi mano en la herida de su costado, no creeré". Es por eso que frente a la invitación del Señor de acercarse, el Santo cae postrado ante él.

“Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído”, dijo el Señor luego que Tomás reconoce que es Dios.

También por este Apóstol Jesús revela “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí”, luego que este le preguntara: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”

Santo Tomás predicó en Persia y otros lugares cercanos, así como en Etiopía e India donde la tradición cuenta que sufrió el martirio.

Al Santo se le atribuye el cinto de la Santísima Virgen María, con el que es a veces representado ya que una leyenda relata que él no creía en la Asunción, e hizo abrir la tumba de la Virgen encontrándola llena de flores.

La Tradición señala que la Madre de Dios, desde el cielo, desató su cinturón y lo dejó caer en las manos del Apóstol.

Santo Tomás es patrono de los arquitectos, constructores, jueces, teólogos y de las ciudades de Prato, Parma y Urbino en Italia.

El Papa Francisco, en la fiesta del Santo en 2013, recordó a los fieles que “el Señor sabe por qué hace las cosas. A cada uno de nosotros le da el tiempo que él piensa que es mejor para nosotros. A Tomás le ha concedido una semana. Jesús se presenta con sus llagas: todo su cuerpo estaba limpio, hermoso, lleno de luz, pero las llagas estaban y están todavía, y cuando el Señor vendrá, al final del mundo, nos enseñará sus llagas".

"Tomás, para creer, quería meter sus dedos en las llagas: era un testarudo. Pero el Señor quiso precisamente un testarudo para hacernos comprender algo más grande. Tomás vio al Señor, que le invitó a meter el dedo en la herida de los clavos, a poner su mano en el costado y no dijo: es verdad: el Señor ha resucitado. ¡No! Fue más allá. Dijo: ¡Dios! Es el primer discípulo que confiesa la la divinidad de Cristo después de la resurrección. Y que adora".

Oración a Santo Tomás Apóstol 

Dios todopoderoso, concédenos celebrar
con alegría la fiesta de tu apóstol santo Tomás;
que él nos ayude con su protección,
para que tengamos en nosotros vida abundante
por la fe en Jesucristo, tu Hijo, a quien tu apóstol
reconoció como su Señor y su Dios, exclamando:
¡"Señor mío y Dios mío"!.
Que vive y reina contigo,
por los siglos de los siglos. Amén.

Devoción de los Primeros Viernes de Mes



La Gran Promesa: Jesús promete la gracia de la penitencia final, es decir, la salvación eterna, si comulgas nueve primeros viernes de mes seguidos. Podrás estar seguro de su compañía y protección en esta vida y en la eternidad.

Te sugerimos registrar en la tarjeta adjunta a este manual las comuniones consecutivas en los viernes primeros para asegurarte que no te falte ninguno.

Condiciones para alcanzar esta gracia:

* Recibir la Sagrada Eucaristía, con la debida disposición (en estado de gracia), durante nueve primeros viernes de mes de forma consecutiva (sin ninguna interrupción).

* Tener la intención de honrar al Sagrado Corazón de Jesús y de alcanzar la perseverancia final.

* Ofrecer cada Sagrada Eucaristía como acto de expiación por las ofensas cometidas contra el Santísimo Sacramento.

PARA PREPARARSE A LA RECEPCIÓN DE LA EUCARISTÍA LOS VIERNES PRIMEROS SE PUEDEN REZAR LAS SIGUIENTES ORACIONES:

Oración de ofrecimiento

Corazón amoroso de Jesús Sacramentado, propongo con tu gracia, hacer la confesión y la comunión de los primeros viernes, para dar gloria, amor y reparación a tu Divino Corazón herido y lastimado por mis pecados. Pido a la Santísima Virgen María me acompañe cuando me acerque a recibirte.

PRIMER VIERNES
«Yo te prometo, en el exceso de la misericordia de mi Corazón, que mi amor omnipotente concederá a todos los que comulguen los primeros viernes de mes, durante nueve meses consecutivos, la gracia de la penitencia final, y que no morirán en desgracia, ni sin recibir los santos sacramentos, asegurándoles mi asistencia en la hora postrera».

¡Oh buen Jesús, que prometiste asistir en vida, y especialmente en la hora de la muerte, a quien invoque con confianza tu Divino Corazón!, te ofrezco la comunión del presente día, a fin de obtener por intercesión de María Santísima, tu Madre, la gracia de poder hacer este año los nueve primeros viernes que deben ayudarme a merecer el cielo y alcanzar una santa muerte. Amén.

Oración final (para todos los viernes)

Jesús mío, te doy mi corazón, te consagro toda mi vida, en tus manos pongo la eterna suerte de mi alma y te pido la gracia especial de hacer mis nueve primeros viernes con todas las disposiciones necesarias para ser partícipe de la más grande de tus promesas, a fin de tener la dicha de verte y gozar en el cielo. Amén.

SEGUNDO VIERNES
«Les daré todas las gracias necesarias a su estado de vida».

Jesús misericordioso, que prometiste a cuantos invoquen confiados a tu Sagrado Corazón, darles las gracias necesarias a su estado, te ofrezco mi comunión del presente día para alcanzar, por los méritos e intercesión de tu Corazón Sacratísimo, la gracia de una tierna, profunda e inquebrantable devoción a la Virgen María. Siendo constante en invocar la valiosa providencia de María, ella me alcanzará el amor a Dios, el cumplimiento fiel de mis deberes y la perseverancia final. Amén.

Oración final

TERCER VIERNES
«Pondré paz en las familias. Bendeciré los lugares donde se venera la imagen de mi Corazón».

Jesús amantísimo, que prometiste bendecir la casa donde se venera la imagen de tu Sagrado Corazón, quiero que ella presida mi hogar, te ofrezco la comunión del presente día para alcanzar por tus méritos y por la intercesión de María, tu Madre, que todos y cada uno de los miembros de mi familia conozcan sus deberes, los cumplan fielmente y logren entrar en el cielo con las manos llenas de buenas obras.

¡Oh Jesús, que te complaces en alejar de nuestro hogar las contrariedades, las enfermedades y la miseria! Haz que, nuestra vida sea una acción de gracias por tantos beneficios. Amén.

Oración final

CUARTO VIERNES
«Seré su consuelo en todas las tribulaciones»

Jesús mío, que prometiste consuelo a cuantos a Ti acuden en sus tribulaciones, te ofrezco mi comunión del presente día para alcanzar de tu Sagrado Corazón y del Corazón Inmaculado de tu Madre Santísima, la gracia de venir al Sagrario a pedir fuerza y consuelo cuantas veces me visiten las penas. ¡Oh Jesús, oh María, consuelen y salven a los que sufren! ¡Hagan que ninguno de sus dolores se pierda para el cielo! Amén.

Oración final

QUINTO VIERNES
«Derramaré copiosas bendiciones en todas sus empresas».

Jesús mío, que prometiste bendecir los trabajos de cuantos invoquen confiados tu Divino Corazón, te ofrezco la comunión del presente día para alcanzar por tu Santísima Madre la gracia de que bendigas mis estudios, mis exámenes, mi oficio, y todos los trabajos de mi vida. Renuevo el inquebrantable propósito de ofrecerte cada mañana al levantarme, y por mediación de la Santísima Virgen, las obras y trabajos del día, y de trabajar con empeño y constancia para complacerte y alcanzar la recompensa del cielo. Amén.

Oración final 

SEXTO VIERNES
«Los pecadores hallarán en mi Corazón un océano de misericordia».

Sagrado Corazón de Jesús, siempre abierto a los pecadores arrepentidos, te ofrezco la comunión del presente día para alcanzar por tus méritos infinitos y por los de tu Santísima Madre la conversión de cuantos obran mal. Te suplico, ¡buen Jesús!, inundes su corazón de un gran dolor por haberte ofendido. Haz que te conozcan y te amen. Dame la gracia de amarte más y más y en todos los instantes de mi vida, para consolarte y reparar la ingratitud de quienes te olvidan. Amén.

Oración final

 SÉPTIMO VIERNES
«Los tibios se harán fervorosos. Los fervorosos se elevarán rápidamente a gran perfección».

Sin tu auxilio, Jesús mío, no podemos avanzar en el camino del bien. Señor, por mediación de la Virgen María, te ofrezco la comunión de este día para que avives en mi alma el amor a tu Corazón Sagrado y concedas tu amor a cuantos no lo sienten. Ayudado de tu divina gracia lucharé, Señor, para que cada semana, cada mes, avance un poco en la virtud que más necesito. Amén.

Oración final

 OCTAVO VIERNES
«Daré a cuantos trabajan por la salvación de las almas el don de ablandar los corazones más endurecidos».

Sagrado Corazón de Jesús, que prometiste inspirar a los que trabajan por la salvación de las almas aquellas palabras que consuelan, conmueven y conservan los corazones; te ofrezco mi comunión de hoy para alcanzar, mediante la intercesión de María Santísima, la gracia de saber consolar a los que sufren y la gracia de volver a Ti, Señor, a los que te han abandonado. ¡Dulce Salvador mío, concédeme y ayúdame a salvar almas! ¡Son tantos y tantos los desgraciados que empujan a los demás por el camino del vicio y del infierno! Haz, Señor, que emplee toda mi vida en hacer mejores a los que me rodean y en llevarlos conmigo al cielo. Amén.

Oración final 

NOVENO VIERNES
« Las personas que propaguen esta devoción tendrán su nombre escrito en mi Corazón y jamás será borrado de Él».

Te ofrezco, Jesús mío, la comunión del presente día para alcanzar la gracia de saber infundir en el alma de cuantos me rodean la ilimitada confianza en tu Corazón Divino. Dame cuanto necesito para llevar a Ti a los que luchan, a los que lloran, a los caídos, a los moribundos. Y dígnate, ¡oh Jesús! escribir hoy mi nombre en tu Corazón y di a los ángeles que rodean tu Tabernáculo: «Este nombre es el de un devoto que, amándome mucho, quiere consolarme del olvido e ingratitud de tantos hombres». Amén.

Oración final 

OFRECIMIENTO DE LA COMUNIÓN

Después de recibir la Sagrada Eucaristía, se puede rezar en silencio la siguiente oración:

Corazón de Jesús, que has dado la vida por mí, que desbordas amor infinito, concédeme la abundancia de tus dones y de tu amor. Concédeme amarte y hacerte amar con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis fuerzas. Gracias por tu promesa de los primeros viernes. Con esta intención acabo de recibirte en la Santa Eucaristía. Concédeme morir con arrepentimiento sincero, esperando tu misericordia y amando la bondad inmensa de tu Corazón. ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío!

CONSAGRACIÓN FAMILIAR 
(Viernes primeros, una vez al mes)


Señor Jesús, al contemplar en tu Corazón inflamado de amor por nosotros la expresión mas viva de tu amor personal por nosotros y por nuestros hermanos los hombres, nos consagramos a Ti como familia con toda nuestra persona y vida, acciones, penas  y sufrimientos, para que hagas uso de todo nuestro ser para honrarte, amarte y glorificarte.

De hoy en adelante, aceptamos gustosos el pacto que Tú nos propones de cuidar Tú de nosotros y de nuestras cosas y cuidar nosotros de Ti y de tu gloria.

Ponemos en tus manos todo lo nuestro: vida familiar, negocios y ocupaciones todas; nuestros cuerpos con todos sus sentidos, salud, vida; nuestras almas con todas sus potencias, virtudes, méritos; nuestra propia salvación  y santificación. Sé fortaleza en nuestra debilidad e inconstancia. Sé para nosotros el refugio en la hora de la muerte. Corazón de Amor, en Ti ponemos toda nuestra confianza. De tu amor todo lo esperamos. Erradica de nosotros, Señor, todo lo que te disguste o pueda apartarnos de Ti. Que tu amor se imprima tan profundamente en nuestros corazones que jamás te olvidemos nosotros y que jamás nos separemos de ti. Que bajo tu protección caminemos juntos hacia ti por el camino de tu Evangelio y al final de nuestras vidas gocemos para siempre de Ti en el cielo.

Cuida Tú de nosotros. Nosotros en cambio cuidaremos de Ti, te glorificaremos cuando podamos. Te prometemos contribuir con comuniones, misas, rosarios  y oraciones. Con la paciencia en sufrir las cruces ordinarias de la vida, con el cumplimiento de la obligaciones de nuestro estado, con las obras de misericordia, con las limosnas y sacrificios, con el apostolado y el compromiso personal para que tu amor divino llegue al corazón de los hombres, de las familias y de las sociedades, esforzándonos por vivir y hacer vivir el mensaje de tu Evangelio.

Asimismo, siendo el sacerdote la porción más amada por tu Corazón Santísimo, y la más comprometida en hacer llegar tu amor redentor a todos los hombres, nos comprometemos ante Ti a rezar por ellos, a promover las vocaciones sacerdotales y a aceptarla y apoyarla de buen grado cuando, en tu amor infinito, llames a tu servicio a uno de nuestros seres más queridos.

Queremos que tu reinado de amor se extienda por todo el mundo; que tu amor y tu paz alcancen al mundo entero y transformen el valle de lágrimas en el que vivimos en un pedazo de cielo. Haznos perfectísimos amantes y apóstoles de tu amantísimo Corazón. Amén.

La comunión en tiempos de pandemia. ¿Y después?



El Estado argentino, ejerciendo su genética inclinación al autoritarismo, se atribuye el deber y la facultad de cuidarnos a todos del contagio de la nueva plaga. Ha determinado, entonces, que el culto de Dios y la recepción de los sacramentos no son «actividades esenciales». Permite alguna apertura de los templos, según su apreciación de la situación sanitaria, pero con prohibición de las celebraciones litúrgicas.

Lo peor es que se haya aceptado mansamente esta pretensión totalitaria. Es verdad que, gracias a Dios, algunos sacerdotes hacen uso del sentido común y de la libertad cristiana, con beneplácito de los fieles que se acercan. Los políticos han fingido ignorar el formidable «banderazo» protagonizado por multitudes en todo el país que el 20 de Junio, «Día de la Bandera», enarbolaron la enseña patria y proclamaron su hartazgo con la cuarentena que ya es «noventena», y continuará vete a saber hasta cuándo. Nuestro Himno Nacional canta «Libertad, libertad, libertad», pero los derechos y garantías que asegura nuestra Constitución tienen dudosa vigencia en lo que fue la República Argentina, y ahora se llama «Argentina Presidencia». Nos gobiernan los DNU, «decretos de necesidad y urgencia» del Poder Ejecutivo.

En ese contexto, algunos pastores de la Iglesia han determinado que se debe recibir la Sagrada Comunión en la mano; esto donde los fieles soliciten el sacramento, y los sacerdotes estén dispuestos a cumplir con su elemental obligación pastoral. La cautela parecería razonable, aunque se ha difundido también otra opinión, según la cual habría tanto o más riesgo de contagio comulgando en la mano que en la boca. Por algo se invita hasta el cansancio a lavarnos las manos frecuentemente. Se me ocurre que, en realidad, quizá podría hacerse lo uno o lo otro con igual cuidado y sin peligro. No tengo competencia para dilucidar este asunto, y además mi intención en esta nota se dirige al después, y a recordar cuál es la disciplina vigente en la Iglesia, y el consiguiente derecho de los católicos. Vayamos al grano.

Según la disciplina eclesial se puede recibir la comunión de pie o de rodillas, en la mano o en la boca. Sin embargo, no se puede negar una tendencia, impuesta de hecho, a comulgar de pie. Lo correcto sería disponer un reclinatorio, de manera que quienes desearan conservar la forma tradicional de arrodillarse pudieran hacerlo, dirigiéndose hacia ese lugar en una fila propia. Muchos sacerdotes -lo he comprobado- se resisten a ofrecer esta solución; de ese modo se obliga prácticamente a comulgar de pie, y esta postura entonces se generaliza como si fuera la costumbre debida, la única que corresponde. No tengo nada esencialmente decisivo contra ella, pero sí me parece necesario advertir que quienes la practican no deberían omitir un gesto de reverencia o adoración. San Agustín enseñaba que «no se puede comer este Pan sin antes adorarlo»; sería simplemente la exteriorización, en el orden litúrgico de los signos, de la fe en la presencia sustancial del Señor bajo las especies eucarísticas.

La comunión en la mano, independientemente de la antigüedad del gesto, es una forma que se ha adoptado y difundido en las últimas décadas, después de siglos de vigencia de la praxis oficial en el rito latino, que era comulgar en la boca. Recuerdo haber oído hace tiempo un argumento ridículo en favor de la nueva postura: son los bebés quienes reciben el alimento en la boca; los adultos los tomamos con las manos. Pero se podría emplear otra comparación como contraargumento: tomar con la mano, tener en la mano, indica la posesión de quien se hace dueño de algo, y no podemos decir que es esa la relación de un católico con el Cuerpo del Señor, que se recibe como un don inmerecido. En mi opinión, habría que tener en cuenta otras cautelas.

Muchas veces me ha ocurrido, distribuyendo la comunión en una catedral colmada, tener que detener a alguien que se llevaba la hostia consagrada. No debo pensar mal, pero siempre puede haber algún «colado», que no sabe de qué se trata; y no se ha de excluir que haya quien la busca para fines «non sanctos». Es preciso, entonces, que el comulgante la consuma ante el ministro. Asimismo, corresponde advertir que es necesario observar si no queda en la mano una pequeña partícula; no sería una miguita de pan cualquiera; el Cuerpo del Señor está presente tanto en la hostia consagrada entera como en cada uno de sus fragmentos. Tengo la impresión de que se ha impuesto un cierto descuido, y una cierta precipitación en el acceso a la comunión eucarística. Habría que recordar la primera condición que se nos inculcaba de niños: «estar en gracia de Dios». Las otras condiciones eran el ayuno, actualmente ya no desde la medianoche anterior sino de una hora -pero que no habría que descuidar, como respeto elemental- y, como se decía: «saber lo que se va a recibir, y acercarse a comulgar con devoción». Esta última condición se refiere a la fe y a la conciencia de lo que se está haciendo; toda la vida del cristiano se expresa en ese gesto de la comunión. Las observaciones precedentes van dirigidas a que los fieles puedan obtener el máximo fruto espiritual de la comunión eucarística.

Comentando el Evangelio de San Juan, Santo Tomás de Aquino escribió que «este sacramento no es otra cosa que la aplicación a nosotros de la pasión del Señor, y por tanto todo lo que es efecto de la pasión del Señor es efecto de este sacramento». También advertía contra la posibilidad de una cierta ficción o simulación en el corazón de quien se acerca a comulgar, «cuando no responde el interior a lo que se expresa en el signo exterior... el que no tiene en el corazón el deseo de la unión con Cristo, y no procura remover todo impedimento, cae en la ficción. Entonces Cristo no está en él, ni él en Cristo». Estas palabras severas ilustran la necesidad de una recta preparación para excluir toda ligereza y asegurar la continuidad y armonía entre la fe y el amor interiores y los gestos exteriores de quien recibe el Cuerpo del Señor.

En el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1328-1332) se enumeran y explican los nombres con que se designa el sacramento: Eucaristía, Banquete del Señor, Fracción del pan, Asamblea eucarística, Memorial (de la pasión y resurrección de Cristo), Santo Sacrificio, Santa y divina liturgia, Comunión, Santa Misa. La dimensión sacrificial de la Eucaristía es inculcada repetidamente en el Catecismo: «es un sacrificio porque representa (= hace presente) el sacrificio de la cruz, porque es su memorial y aplica su fruto» (1366). La comunión nos une en banquete fraterno porque es la participación común del sacrificio de nuestra redención; así se constituye la unidad católica de la Iglesia, y los comulgantes, al recibir el agápē de Dios nos hacemos hermanos en Cristo.

El descuido que he señalado se verifica en el contexto de las numerosas arbitrariedades registradas en las últimas décadas, y de los errores teológicos -verdaderas herejías- que dieron lugar a las intervenciones magisteriales de Pablo VI y Juan Pablo II. Apunto asimismo ciertas resistencias a remarcar la autenticidad del sacramento del sacrificio del Señor. Por ejemplo: a que en la mesa del altar haya un crucifijo, como lo ha indicado Benedicto XVI, o a que la parte sacrificial del rito pueda celebrarse «ad orientem». Este punto es incomprendido, y por eso criticado con ignorancia y prejuicio. No se trata de «dar la espalda a los fieles», o de celebrar «de espaldas», sino de expresar auténtica y correctamente el sentido de la celebración. Después de haber compartido en la primera parte la Palabra de Dios, el celebrante se pone al frente de los fieles para dirigirse con ellos hacia el Señor, el Oriente, el Sol naciente -Anatolḗ ex hýpsous, Lc 1, 78- . El gesto de «volverse hacia el Señor» es el que corresponde a la ofrenda del santo sacrificio. Joseph Ratzinger lo explica cumplidamente: «En la Liturgia de la Palabra se trata, efectivamente, de un dirigir la palabra y de un responder a ella, y por tanto es sensato que el que anuncia y los que escuchan estén el uno frente a los otros, los cuales en el salmo meditan lo que han escuchado, lo acogen en sí mismos y lo transforman en oración, haciendo de ello una respuesta. En cambio, es esencial la común orientación 'hacia el este' durante la plegaria eucarística... No es importante mirar al sacerdote, sino mirar juntos al Señor. En este caso no se trata de un diálogo, sino de una adoración común, de ponerse interiormente en camino hacia Aquel que viene». Me he permitido esta digresión porque el progresismo, en su afán de cambiarlo todo, arruina los criterios y sentimientos de los fieles imponiendo una cultura antilitúrgica. En intervenciones anteriores me he referido, con pena, a disparates protagonizados por sacerdotes y por algunos obispos.

El asunto de la comunión y de las actitudes interiores y exteriores que corresponden, no puede separarse de la cuestión más amplia de la adoración de la presencia sustancial del Señor. Al respecto, Juan Pablo II escribió: «Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración». A causa de una equívoca visión del diálogo con el mundo, la Iglesia se ha mundanizado, y copia el antropocentrismo de la cultura secular. La primacía de Dios y la valoración de lo que se refiere a Él quedan desplazadas, para daño del mundo y de la misma Iglesia.

He procurado resumir en estas líneas lo que considero importante destacar en la circunstancia singular que estamos viviendo, sobre todo con vistas al «después». Habría que preguntarse si las verdades señaladas brillan con claridad en la inteligencia y el corazón de los católicos. La predicación ordinaria debería abordarlas, y tendrían que ocupar un lugar destacado en la catequesis de niños y adolescentes.

Volviendo al comienzo, y con el máximo respeto por la opinión contraria, me parece innecesario, y peligroso mirando al futuro, que se decrete a causa de la pandemia que se ha de comulgar en la mano -y, por consiguiente, de pie- ¿A quién se desea conformar con una medida semejante? ¿A la autoridad sanitaria, cuyos criterios se asumen? ¿No se corre el riesgo de que los fieles perciban ese mandato como una imposición excesiva? À quoi bon?, dice el francés.

+ Mons. Héctor Aguer, Arzobispo emérito de La Plata