San Antonio, como todo buen franciscano, profesaba gran amor, devoción, admiración y veneración por la Santísima Madre de Dios, la Virgen María. La natividad de la Virgen, todas sus virtudes, la Anunciación, la maternidad divina, el dolor de ver sufrir y morir a su Hijo, su espíritu de oración, etc., fueron algunos de los muchos argumentos tratados por el beato Antonio en sus prédicas al pueblo de Dios. En éste y otros próximos artículos, nos aproximaremos a descubrir la intensa espiritualidad mariana del Santo.
LA NATIVIDAD DE LA VIRGEN
Dice San Antonio: «Orgullo de las alturas, firmamento de pureza, talla vista del cielo en su espectáculo de gloria (Si 43,1). Estas palabras resaltan la pureza de la natividad de María. Como cada estrella se distingue de las demás por su resplandor, de la misma manera la natividad de la beata Virgen María se distingue de la de todos los otros santos. La natividad de María colmó de luz el mundo, que antes estaba entre nieblas y sombras de muerte».
En primer lugar, el Santo destaca la pureza de la natividad de María. Un verdadero "firmamento de pureza", un "espectáculo de gloria", constituye la concepción de aquella que fue preservada del pecado original, a fin de acoger dignamente en su vientre al Hijo de Dios. En efecto, María es la lnmaculada Concepción, cuya integridad no fue opacada por ningún tipo de mancha.
Por eso, el resplandor de su nacimiento se distingue claramente del nacimiento de todos los otros santos. Estos, gozaron de los beneficios de la redención actuada por el Hijo de Dios, pero portaron en sí, como todos los mortales, la herida producida por el pecado original.
EL NOMBRE DE MARÍA
Afirma el Santo: «"El nombre de la Virgen era María" (Lc 1 ,27). Este nombre es una torre inexpugnable. El pecador que se refugie junto a ella será salvado. Nombre dulce, nombre que reconforta al pecador, nombre de beata esperanza. "Señora, tu nombre es suspiro del alma". "Tu nombre es perfume de unción". El nombre de María es alegría en el corazón, miel en la boca, melodía para los oídos».
Para la cultura hebraica, el nombre representa la persona misma. Puede expresar las circunstancias de su nacimiento y por ende le recuerda su historia, sus orígenes, y le anuncia su misión. Incluso, en el transcurso de la historia de una persona se puede dar un cambio de nombre, que simboliza una transformación importante que ha acontecido en su vida, tallo sucedido con Abraham y Sara (cf. Gen 17,5ss).
El nombre de Dios es aquel que posee el significado del nombre de todos los hombres y de todas las cosas, expresa la verdad de su obra y de su persona. El nombre de Dios, en el AT, se hizo prácticamente un sustitutivo de su persona, sin llegar a ser Dios mismo, por eso no se lo podía nombrar.
Teniendo en cuenta estos datos bíblicos no nos deben sorprender todos los atributos que San Antonio otorga al nombre de María. Lo compara con una 'torre', por lo tanto un refugio, un 'lugar' reconfortable, un lugar de esperanza. ¿Para quién?, para el pecador, para aquellos hijos que el Señor quiere rescatar.
El nombre de María es también comparado por el Santo con preciosos dones espirituales: "perfume de unción", es decir salud y consolación; el nombre de María es alegría, miel y melodía, o sea gozo, sentido y plenitud de vida. Todo esto pone de manifiesto todas las bendiciones de las cuales fue destinataria la Madre del Señor: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno" (Lc 1,42). Ella es realmente la mujer feliz que escuchó la Palabra y creyó (cf. Lc 1,45).
LA BELLEZA DE MARÍA
Predica el Santo: «De la belleza de María, su madre, dice el Hijo: "Tú eres bella, amiga mía, suave y graciosa como Jerusalén" (Cant. 6,4). Bella por la humildad, amiga por la caridad, suave por la contemplación, graciosa por la virginidad, como la Jerusalén celeste en la cual habita Dios. Y la Virgen es su morada, porque está escrito: "Quien me ha creado, reposó en mi tienda" (cf. Ecli. 24,10), es decir, en mi vientre».
María es comparada en primer lugar con Jerusalén, la ciudad santa, la ciudad del gran rey. Pero dando un paso más, el parangón llega a la Jerusalén celeste, la morada eterna de Dios, su reino definitivo.
María es bella porque es humilde, es decir, no una belleza excéntrica y de simple apariencia, sino una belleza que es reflejo de Aquel que es el Bello por excelencia, una belleza que da consistencia y transparencia a las cosas y a los seres.
María es amiga porque es caritativa, solidaria, pronta al servicio, acompañando a su prima Isabel, viendo la necesidad del vino en Cana, compartiendo la oración con los apóstoles, estando al pie de la cruz de su hijo y de todos los que sufren.
María es poseedora de una suavidad que no es simple delicadeza femenina, sino que le viene donada por la brisa constante del Espíritu, que sopla en lo profundo del corazón humano clamando ¡Abbá!, es decir ¡Padre! La suavidad que regala la mirada de Dios que purifica la mirada humana. Una suavidad de la cual se impregnan aquellos que toman contacto con el silencio eterno de Dios.
Su virginidad la hace 'graciosa', es decir llena de gracia. Esto es posible porque María dejó su corazón, de modo total y exclusivo, disponible para Dios. Por eso pudo ser colmada de la gracia del Señor, pues nada más buscó ni apeteció.
En fin, María fue tienda, morada, casa para el Señor, pues lo acogió y lo portó en su seno. Portó en su corazón al Bello por excelencia, que desde ella irradia belleza al mundo.
MARÍA POSEEDORA DE LAS VIRTUDES DE TODOS LOS JUSTOS
Nos enseña San Antonio: «La Virgen María, mientras permaneció aquí en la Iglesia militante, poseyó y practicó las virtudes de todos los justos. Efectivamente está escrito: "En mí toda la gracia del camino y la verdad, en mí toda esperanza de vida y de virtud". También tuvo una gran Piedad por los penitentes; por eso dijo: "No tienen vino", que es como decir: derrama, oh Hijo, sobre los penitentes la gracia de tu amor, porque no tienen el vino de la compunción» .
Afirma San Francisco de Asís que quien posee una virtud las posee a todas, y quien ofende a una de ellas a todas ofende. En sintonía de espíritu, el beato Antonio afirma que María, la gran mujer justa del Evangelio, posee y practica las virtudes de todos los justos. Esto equivale a decir, que quien quiera transitar los senderos de la justicia, en su ser y obrar, teniendo a María como modelo no equivocará los pasos. María, pues, es la Discípula que marcó el primer sendero de seguimiento de aquel que es Camino, Verdad y Vida. Por eso, su esperanza fue colmada de vida, de gracia y bendición. Ella es instrumento y mediadora preeminente para que la gracia del amor del Hijo se derrame sobre los penitentes.
Oremos con San Antonio:
Señora nuestra,
única esperanza,
ilumina nuestra mente
con el esplendor de tu gracia,
purifícala con el candor de tu pureza,
cobíjala con el calor de tu presencia.
Reconcílianos a todos nosotros
con tu Hijo Jesús. Amén.