> SoydelaVirgen : 08/02/20

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2 de Agosto: Memoria Litúrgica de san Pedro Julián Eymard, presbítero


Pedro Julián Eymard nació en La Mure d'Isère, diócesis de Grenoble (Francia), el 4 de Febrero de 1811 y fue bautizado al día siguiente. Al final de un laborioso recorrido familiar y vocacional, logró entrar en el Seminario Mayor de Grenoble y, en 1834, es ordenado sacerdote. Después de unos años de un ministerio intenso, inicia, en 1839, una experiencia de vida religiosa entrando en la naciente congregación de los Padres Maristas, en Lión. Rápidamente llega a ser el hombre de confianza del fundador, el P. Colin, que le confía diferentes responsabilidades.

Sin embargo, su búsqueda de la voluntad de Dios lo persigue siempre y lo empuja a orientarse cada vez más hacia la Eucaristía por la cual quisiera hacer algo particular. Un momento significativo en ese caminar del P. Eymard fue la experiencia espiritual que tuvo en el santuario lionés de Fourvière, en Enero de 1851. Durante su oración, se sintió «fuertemente impresionado» pensando en el estado de abandono espiritual en el cual se encontraban los sacerdotes seculares, la gran falta de formación de los laicos, el estado lamentable de la devoción al Santísimo y los sacrilegios cometidos contra la sagrada Eucaristía. De ahí le vino, al comienzo, la idea de crear una Tercera Orden masculina dedicada a la adoración reparadora; proyecto que llegará a ser, en los años sucesivos, una congregación religiosa enteramente consagrada al culto y al apostolado de la Eucaristía.

Impedido de realizar este proyecto en el interior de la Sociedad de María, el P. Eymard tuvo que salir del Instituto. Se trasladó a París, y allí, el 13 de Mayo de 1856, funda la Congregación del Santísimo Sacramento. El nuevo Instituto recibe inmediatamente la aprobación del arzobispo, Mons. Sibour, y más tarde, la bendición y la aprobación definitiva del Papa Pío IX (1863).

La Obra empieza muy pobremente en locales alquilados de la calle d'Enfer, donde el día de la Epifanía de 1857, se inaugura oficialmente la fundación con una Exposición solemne del Santísimo Sacramento. Un año después, siempre en París y con la ayuda de Marguerite Guillot, el Padre funda la rama femenina: las Siervas del Santísimo. En 1859, abre una segunda comunidad, en Marsella, y la confía al P. Raymond de Cuers, su primer compañero. Una tercera casa se abrirá en Angers, luego otras dos en Bruselas, y una casa de formación en San Mauricio (diócesis de Versalles).

Durante estos años de vida eucarística, vemos al P. Eymard empeñado en un apostolado que se dirige sobre todo a los pobres de la periferia de París y a los sacerdotes en dificultad; se dedica a la Obra de la primera comunión de adultos y atiende numerosos compromisos en la predicación, centrada principalmente en la Eucaristía. De su actividad, o por lo menos de su espiritualidad, emanarán varias iniciativas a lo largo del tiempo, como es la Agregación del Santísimo, destinada a los laicos, la Asociación de los Sacerdotes Adoradores, inspirada por su celo hacia los sacerdotes, y los mismos Congresos Eucarísticos Internacionales.

Agotado por las responsabilidades de fundador y primer superior general, marcado por las pruebas de toda clase, Pedro Julián Eymard muere en su tierra natal, a la edad solamente de 57 años, el primero de Agosto de 1868. Beatificado por Pío XI, en 1925, fue canonizado por Juan XXIII, el 9 de Diciembre de 1962, al final de la primera sesión del Concilio Vaticano II. Ahora, exactamente 33 años después, el 9 de Diciembre de 1995, fue inscrito en el Calendario Romano y presentado a la Iglesia universal como el Apóstol de la Eucaristía.

La vida y la actividad de san Pedro Julián está centrada en el misterio de la sagrada Eucaristía. Al principio, sin embargo, su enfoque era tributario de la teología de su tiempo, insistiendo sobre la presencia real. Pero, llegará a liberarse poco a poco del aspecto devocional y reparador que teñía de manera casi exclusiva la piedad eucarística de su época, y conseguirá hacer de la Eucaristía el centro de la vida de la Iglesia y de la sociedad. «Ningún otro centro sino el de Jesús Eucarístico».

SU VISIÓN DE LA EUCARISTÍA

«El Santísimo me dominó siempre», escribe en sus notas del último retiro espiritual, caracterizando así de modo incisivo la forma de vida cristiana que él propone. En el centro, la presencia de Cristo en la Eucaristía. Fiel a la teología post-tridentina, Eymard subraya fuertemente el hecho de esta presencia y su carácter único: la Eucaristía es la persona del Señor. De ahí las afirmaciones siguientes con las cuales expresa su fe: «La sagrada Eucaristía es Jesús pasado, presente y futuro... Es Jesús hecho sacramento. Bienaventurada el alma que sabe encontrar a Jesús en la Eucaristía, y en Jesús Hostia todo».

Aún subrayando este aspecto personalista, el P. Eymard tiene la intuición de que esta presencia engendra un dinamismo, que está ligada a una misión: «La gracia del apostolado: la fe en Jesús. Jesús está allí, pues a Él, por Él, en Él». Esta fe en la Eucaristía se nutre de la meditación de la Palabra de Dios. La adoración — que propone como estilo de oración a sus religiosos, y de modo más amplio, a todos los seglares — es un medio de dejarse penetrar por el amor de Cristo. Y esta oración se inspira de la santa Misa. Es por ello que invita a orar según el método de los cuatro fines del Sacrificio, con el propósito de hacer revivir, en el culto eminente de la Eucaristía, todos los misterios de la vida de nuestro Señor, en atención y docilidad con el Espíritu santo, para progresar a los pies del Señor en el recogimiento y la virtud del santo amor... (Cf. Constituciones, n° 15-17). Lejos de encerrarse en sí misma, la adoración debe tender a la comunión sacramental.

EL ALIMENTO DE LA VIDA COTIDIANA

Eymard ha sido un incansable promotor de la comunión frecuente. En este texto del 1863, él expresa claramente el papel central de la Eucaristía: «Convencido de que el sacrificio de la santa Misa y la comunión al cuerpo del Señor son la fuente viva y la cumbre de toda la religión, cada uno tiene el deber de orientar su piedad, sus virtudes y su amor de tal modo que se vuelvan medios que le permitan alcanzar ese fin: la digna celebración y la recepción fructuosa de estos divinos misterios».

El marcha en contra de la práctica de su tiempo. Bajo el pretexto del gran respeto debido al Sacramento, muchos pastores impedían a los fieles acercarse a la mesa eucarística. Escribe en una carta: «El que quiere perseverar que reciba a nuestro Señor. Es un pan que alimentará sus pobres fuerzas, que lo sostendrá. Y es la Iglesia que lo quiere así. Ella aprueba la comunión diaria, como lo atestigua el Concilio de Trenta. Hay gente que dice que tenemos que ser muy prudentes... Yo les digo que este alimento tomado con intervalos tan prolongados no es más que un alimento extraordinario, pero ¿donde está el alimento ordinario que debe sostenerme a diario?»

La comunión, de hecho, debe convertirse en el eje de la vida cristiana: «La santa comunión debe ser el fin de toda vida cristiana: todo ejercicio que no se relaciona con la comunión está fuera de su mejor finalidad» Comulgar fructuosamente es un gesto que cambia la vida: «Nuestro Señor viene sacramentalmente a nosotros para vivir ahí espiritualmente», escribe en sus notas durante el gran retiro de Roma (1865). Algunos meses antes de morir, agregará: «El que no comulga no tiene más que una ciencia especulativa; no conoce nada sino palabras, teorías, de las cuales desconoce el sentido... El alma que comulga no tenía primeramente sino una idea de Dios, pero ahora, lo ve, lo reconoce a la sagrada mesa».

LA FUENTE DE UN MUNDO NUEVO

«Una vida puramente contemplativa no puede ser plenamente eucarística: pues, el hogar tiene una llama», escribía el Padre en 1861. Adorador, él es también apóstol celoso de la Eucaristía y abrió caminos para dar gloria a este misterio. Tratemos de resumir las grandes líneas de su acción y de sus enseñanzas.

Primer objetivo, la renovación de la vida cristiana. No se trata solamente de luchar contra la ignorancia o la indiferencia sino, y sobre todo, de renovar la vida cristiana que se está perdiendo en mil prácticas y devociones, olvidando lo esencial. En el prefacio del Directorio de los Agregados del Santísimo, pone este principio: «El hombre es amor como su prototipo divino: de tal amor, tal vida». Y explica que «todo amor tiene un comienzo, un centro y un fin». A partir de este principio, Eymard saca toda una pedagogía para la vida espiritual: «A fin de que el alma devota se fortalezca y crezca en la vida de Jesucristo, tiene necesidad de nutrirse en primer lugar de su verdad divina y de la bondad de su amor de tal modo que pueda pasar de la luz al amor, y del amor a las virtudes».

Los institutos que él fundó son llamados a vivir de este espíritu de amor cuyo sacramento es la sagrada Eucaristía: «Esta dilección eucarística de Jesús sea, pues, la ley suprema de la virtud, el tema del celo y como la nota característica de la santidad de los nuestros» , escribe en el número tres de las Constituciones. En otras palabras, una comunidad de amor. De la misma manera, él concibe la Agregación como un grupo de seglares que unen la adoración al compromiso apostólico. Por ello establecerá centros de Agregados no solamente alrededor de sus comunidades sacramentinas sino también en muchísimas parroquias. Muy a menudo, san Pedro Julián sueña con encontrar algunos Agregados que, con el propósito de llevar una vida más eucarística, se reunirían en comunidades de familias y formarían en el mundo como un pequeño cenáculo religioso.

El ideal que confía a sus hijos es «prender el fuego del amor eucarístico a los cuatro fines del mundo». Y, en las Constituciones, recomendaba a sus religiosos velar a fin de que «el Señor Jesús sea perpetuamente adorado en su Sacramento y socialmente glorificado en el mundo entero» (n° 2). Ese es el sentido de la expresión reino de la Eucaristía que sale tan a menudo de la pluma del P. Eymard. En un artículo titulado «Le siècle de l'Eucharistie», escrito para la revista Le Très Saint Sacrement que había fundado, Pedro Julián escribe: «El gran mal de nuestra época es que no vamos a Jesucristo como a su Salvador y a su Dios. Se abandona el único fundamento, la única fe, la única gracia de la salvación... Entonces ¿qué hacer? Regresar a la fuente de la vida, pero no al Jesús histórico o al Jesús glorificado en el cielo sino al Jesús que está en la Eucaristía. Tenemos que hacerlo salir de su escondite para que pueda de nuevo colocarse a la cabeza de la sociedad cristiana... Qué venga cada vez más el reino de la Eucaristía: ¡Adve-niat regnum tuum!»

Y, para terminar, he aquí un texto del P. Eymard que la liturgia nos ofrece para el Oficio de las Horas:

LA EUCARISTÍA, SACRAMENTO DE VIDA

La Eucaristía es la vida de los pueblos. La Eucaristía les ofrece un centro de vida. Todos pueden encontrarse sin barrera de raza ni de lengua para la celebración de las fiestas de la Iglesia. Les da una ley de vida, la de la caridad cuya fuente es; forma así un vínculo entre ellos, una nueva relación familiar cristiana. Todos comen del mismo pan, todos son comensales de Jesucristo, que crea sobrenaturalmente entre ellos un vínculo de costumbres fraternales. Lean los Hechos de los Apóstoles. Afirman que la multitud de los primeros cristianos: judíos convertidos y paganos bautizados, pertenecientes a diferentes regiones, «no tenían sino un solo corazón y una sola alma» (He 4, 32). ¿Por qué? Porque eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles y en la fracción del pan (He 2,42).

Pues sí, la Eucaristía es la vida de las almas y de las sociedades, como el sol es la vida de los cuerpos y de la tierra. Sin el sol, la tierra sería estéril, él la fecunda, la vuelve bella y rica; él da a los cuerpos la agilidad, la fuerza y la belleza. Ante estos efectos prodigiosos, no es de extrañar que los paganos lo hayan adorado como el dios del mundo. De hecho, el astro del día obedece a un Sol supremo, al Verbo divino, a Jesucristo, que ilumina todo hombre que viene a este mundo y que, por la Eucaristía, sacramento de vida, actúa personalmente, en lo más íntimo de las almas, para formar así familias y pueblos cristianos. ¡Cuán feliz, mil veces feliz, el alma fiel que encontró este tesoro escondido, que va a beber a esta fuente de agua viva, que come con frecuencia este Pan de vida eterna!

La sociedad cristiana es una familia. El vínculo entre sus miembros es Jesús Eucaristía. El es el Padre que aderezó la mesa de familia. La hermandad cristiana ha sido promulgada en la Cena con la paternidad de Jesucristo; él llama a sus apóstoles filioli, hijitos míos, y les manda amarse los unos a los otros como él los ha amado.

En la sagrada mesa, todos son hijos que reciben la misma comida, y san Pablo saca la consecuencia de que no forman sino una sola familia, un solo cuerpo, ya que participan todos del mismo pan que es Jesucristo (I Cor 10, 16-17). En fin, la Eucaristía da a la sociedad cristiana la fuerza de practicar la ley de la caridad y del respeto hacia el prójimo. Jesucristo quiere que uno honre y ame a sus hermanos. Para ello, se personifica en ellos: «Cada vez que lo hagan con uno de mis humildes hermanos, conmigo lo hacen» (Mt 25, 40); y se da a cada uno en comunión.

2 de Agosto: Memoria Litúrgica de san Eusebio de Vercelli, Obispo



Obispo, nacido en la isla de Cerdeña a finales del siglo III. Murió, probablemente, en Vercelli (Italia), en el año 371. En el Martirologio romano figura como mártir, pero son varios los historiadores que lo niegan.

La persecución volvía a sacudir violentamente a la Iglesia. Constancio, por caminos de sangre, se había hecho dueño absoluto del Imperio romano; y quería también imponer en ella su voluntad.

Ganado a la herejía arriana por su esposa, declarábase adicto a la impiedad, con el mismo tesón con que su padre, Constantino, defendiera a la Iglesia recién salida de su bautismo de sangre.

Eusebio de Vercelli, es, sin duda, una de las más brillantes figuras del orden episcopal; y ha pasado a la historia como uno de los más celosos y fuertes defensores de la fe católica, contra la violencia impetuosa de la primera gran herejía que conoció la Iglesia: el arrianismo, que negaba la divinidad de Jesucristo.

Clérigo dotado de vivo ingenio y generoso y noble corazón, residía en Roma ejerciendo sus ministerios, respetado y venerado por todos. Y aconteció que, habiendo vacado la sede episcopal de Vercelli, ciudad comprendida hoy en el Piamonte, y conociendo sus moradores las grandes virtudes de Eusebio, fue proclamado por todo el clero y pueblo Obispo de la Diócesis.

Los arrianos fueron solamente quienes lamentaron su consagración episcopal.

El nuevo Prelado vivía comunitariamente con su clero, llevando una vida parecida a la de los monjes del desierto. Se ocupaban en la oración, el estudio y el trabajo manual. El fue el primero que reunió, en Italia, la vida monástica y la clerical.

Su casa era como un pequeño seminario, de donde salieron ilustres sacerdotes y obispos.

Pero el arrianismo, después de asolar casi toda la Iglesia oriental, había penetrado hasta Occidente; y no satisfecho Eusebio con mantener a sus ovejas en la firmeza de la fe católica, no cesaba de declararse contra el error, por cuyo motivo era considerado como uno de los más temibles enemigos de la herejía.

Afligido el Papa Liberio por las sangrientas disputas que turbaban la paz y la tranquilidad de la Iglesia, pensó en la reunión de un Concilio, pidiendo a Eusebio interpusiera su autoridad ante el emperador para lograr de él la convocación. Asimismo, el Pontífice le suplicaba que juntamente con sus legados presidiera la asamblea.

Eusebio, sin considerar el riesgo a que exponía su vida, con su celo y elocuencia consiguió del emperador la convocación en Milán para fines del año 355. Reunido el sínodo con la asistencia de gran número de obispos arrianos, Eusebio tuvo la valentía de proponer que antes que nada se suscribiera el Símbolo de Nicea, lo que era equivalente a obligar a todos los asistentes a hacer profesión de fe católica.

Opusiéronse enseguida a ello los arrianos, y el emperador, que asistía a la asamblea, intentó obligar por la fuerza a los obispos católicos a que firmaran un documento en el que se condenaba a San Atanasio, el heroico defensor de las verdades definidas en el concilio de Nicea. Y aunque algunos débiles, por cobardía, condescendieron, revestido Eusebio de la fortaleza del apóstol, resistió junto con los legados papales a tan injusta pretensión. Ofendido el emperador por esta intransigencia, mandó fueran enviados al exilio.

Grandes fueron las penalidades vividas resignadamente por el Obispo Eusebio a través de su largo destierro.

En Scitópolis, cayó en manos de uno de los hombres más crueles del arrianismo, llegando al extremo de no suministrarle cosa alguna de alimento durante varios días. Pero los adeptos y fieles hijos de Vercelli, expusieron su vida, haciendo llegar a su amado pastor limosnas para aliviar sus necesidades, así cono cartas llenas de filial afecto. Enterados de ello los arrianos, recrudecieron los castigos y los malos tratos.

Muerto Constancio, el nuevo emperador Juliano el Apóstata concedió a los obispos el derecho de regresar del destierro y a sus respectivas sedes.

Entonces es cuando empieza para Eusebio una nueva etapa gloriosa. Comisionado por el Papa, visita las iglesias de Oriente en las cuales la herejía había hecho grandes estragos. En todas ellas el sabio Obispo deja las huellas de su celo apostólico; prepara y ordena sacerdotes y obispos capaces de defender la ortodoxia y atacar el error.

Concluida esta difícil expedición, de la cual consiguió positivos resultados, por su tenacidad, competencia y sacrificios, emprende el ansiado retorno a su querida diócesis de Vercelli, donde es recibido como el gran defensor de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre.

2 de Agosto: Festividad de Santa María, Reina de los Ángeles y la Indulgencia Plenaria de «Porciúncula»



La pequeña capilla de la Porciúncula fue donde San Francisco fundó la Orden de los Frailes Menores en el 1209, confiandola a la protección de la Virgen Madre de Cristo, a quien le ha sido dedicada la iglesia.

Recibió de los Benedictinos la capilla para hacerlos centro de su comunidad.

Aquí vivió San Francisco con sus primeros hermanos.

El 28 de marzo de 1211 Clara de Favarone de Offreduccio, recibió aquí el hábito religioso de manos de San Francisco, dando inicio a la Orden de las Damas Pobres (Clarisas).

En el 1216, en una visión, Francisco obtuvo de mismo Jesús la indulgencia conocida como "la indulgencia de al Porciúncula" o "el Perdón de Asís", la cual fue aprobada por el papa Honorio III.

Aquí san Francisco reunía cada año a sus frailes en los capítulos (reuniones generales).
Aquí murió san Francisco.
 
Entre las reliquias que se encuentran en Santa María de los Ángeles:

- el cordón de San Francisco,
-la estatua del santo con las palomas que siempre allí anidan,
-las rosas sin espinas fruto del milagro cuando el santo se tiró sobre ellas para rechazar una tentación,
- la capilla de las lágrimas donde San Francisco rezaba por la Pasión de Cristo y por los pecadores.

LA PORCIÚNCULA (Santa María de los Ángeles) y EL PERDÓN DE ASÍS (indulgencia de la Porciúncula)  

En una noche de Julio del año 1216, un fraile oraba fervientemente en su pequeña cueva del bosque. Pedía a Dios la virtud de la humildad. Le llamaban hermano Francisco y, aunque tenía 34 años, ya era conocido y amado por miles de personas. Doce años mas tarde y solo 22 meses después de su muerte, la Santa Madre Iglesia lo proclamaría santo. Pero el "poverelo" se consideró siempre el jefe de los pecadores. En el silencio de la noche, imploraba a Dios todopoderoso que tuviese misericordia de los pobres pecadores, recordando las palabras del Señor: "a menos que hagan penitencia, todos perecerán". Pensaba en su propia juventud, solo doce años antes había sido inquieto, frívolo, ambicioso, mujeriego, y por último, soldado. Difícilmente le daba algún momento de su atención a Dios.

Aquella noche el Señor le dijo al poverelo: "Francisco, ¿quien puede hacerte mayor bien, el amo o el siervo?" Francisco guardó esta lección a su corazón y decidió poner de primero lo primero. Le preguntó al amo como podría servirle, y Jesús, el amado salvador que abrazó la agonía de la cruz por todos los hombres, le miró con ternura y afecto y le dijo: "Repara mi Iglesia". Desde entonces, cuando Francisco pensaba en lo delicado, bueno, y amoroso que era Jesús, rompía en llanto y exclamaba: "¡El amor no es amado!".

Primero Francisco tomó las palabras del Señor literalmente y con gozo reparó la capilla donde había recibido la visión del Señor. Después bajó al bosque en el valle de Asís y reparó la vieja capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, llamada Porciúncula (pequeña porción). Por su devoción a la Santísima Virgen y por su reverencia a los ángeles, tomó la porciúncula como lugar de vivienda. Los campesinos insistían que ellos muchas veces escuchaban ángeles cantando en la Porciúncula. Ahí fue donde los primeros hermanos se unieron a El, en la vida nueva de santa pobreza, trabajo manual, cuidando a los leprosos, mendigando y predicando el amor de Cristo. Siendo los benedictinos propietarios de aquel lugar, Francisco pagaba como renta anual una canasta de pescado.

Oprimido por el pensamiento de ser indigno ante la misión de fundar la orden religiosa, subió a una cueva en las montañas. Ahí, durante una tormenta se echó al piso y, con una perfecta contrición, rogó a su Salvador que le perdonara los pecados de su vida pasada. En la angustia de su alma el gritaba: "¿Quien eres tu mi querido Señor y Dios, y quien soy yo vuestro miserable gusano de siervo? Mi querido Señor quiero amarte. Mi Señor y mi Dios, te entrego mi corazón y mi cuerpo y yo quisiera, si tan solo supiera como, hacer mas por amor a ti!. Repetía: "Señor ten misericordia de mi que soy un pobre pecador."

Luego, una dulce y gentil paz, la maravillosa paz del Señor llegó a su pura y penitente alma y le dijo: "Francisco, tus pecados has sido borrados." Desde entonces, por la gratitud que sentía, ardía en un deseo apasionado de obtener el mismo favor celestial por todos los pecadores arrepentidos. Y por eso oraba y pedía fervientemente esa noche en la cueva del bosque.

De repente el sintió un impulso irresistible de ir a la pequeña Iglesia, la Porciúncula. En cuanto entró, como siempre, se arrodillo, inclinó su cabeza y dijo esta oración: "Te alabamos, Señor Jesucristo, en todas las iglesias del mundo entero. Y te bendecimos porque por tu santa cruz redimiste al mundo." Luego al alzar su mirada, en su asombro Francisco vio una luz brillante arriba del pequeño altar y en unos rayos misteriosos el vio al Señor con su Santísima Madre con muchos ángeles.

Con pleno gozo y profunda reverencia, Francisco se postró en el piso ante esta gloriosa visión y Jesús le dijo: "Francisco pide lo que quieras para la salvación de los hombres". Sobrecogido al escuchar estas palabras inesperadas y consumido por un amor angelical por su misericordioso Salvador y por su Santísima Madre, Francisco exclamo: "Aunque yo soy un miserable pecador, yo te ruego querido Jesús, que le des esta gracia a la humanidad: dale a cada uno de los que vengan a esta Iglesia con verdadera contrición y confiesen sus pecados, el perdón completo e indulgencias de todos sus pecados".

Viendo que el Señor se mantenía en silencio, Francisco se dirigió con un confiado amor a Maria, refugio de los pecadores, y le suplicó: "Te ruego, a Ti, Santísima Madre, la abogada de la raza humana, que intercedas conmigo, por esta petición". Entonces Jesús miro a Maria, y Francisco se alegró al ver a Ella sonreír a su Divino Hijo, como que si dijera: "por favor, concedele a Francisco lo que te pide, ya que esa petición me hace feliz a mi".

Inmediatamente Nuestro Señor le dijo a Francisco: "Te concedo lo que pides, pero debes de ir a mi Vicario, el Papa, y pídele que apruebe esta indulgencia". La visión, entonces, se desvaneció dejando a Francisco en el piso de la capilla, llorando de alegría, con profundo amor y agradecimiento.

Temprano en la mañana, Francisco salio con el Hermano Maceo, a la cercana ciudad de Perugia, donde un nuevo Papa había sido electo, Honorio III. En el camino, Francisco empezó a preocuparse, ya que iba a pedirle al Papa, un privilegio muy grande para una capilla desconocida. Ese tipo de indulgencia solo se le había concedido a la tumba de Cristo, a la de San Pedro y San Pablo y a los que participaban en las cruzadas. Entonces Francisco oró arduamente a Nuestra Señora de los Ángeles.

Cuando llegó el turno de hablar con el Papa, Francisco se dirigió con gran humildad: "Su santidad, unos años atrás reparé una pequeña Iglesia en honor a la Santísima Virgen. Le suplico le conceda recibir indulgencias, pero sin tener que dar ninguna ofrenda" (Francisco pensaba en los pobres).

-El Papa replicó:"No es muy razonable lo que pides, pues quien desea una indulgencia debe hacer un sacrificio. Pero, bueno, ¿de cuantos años quieres que sea esta indulgencia?
-Francisco respondió: "Santo Padre, podría usted no darle años específicos, sino almas?
-¿Que significa eso de almas, Francisco?

Ahora Francisco tuvo que elevar una oración ferviente a Nuestra Señora, ya que debía explicarle al Papa lo que significaba su petición. Con mucha humildad pero con firmeza hizo su extraordinaria petición, la que ha sido conocida como la indulgencia de la Porciúncula.

-"Yo deseo, si le parece a su Santidad, por las gracias que Dios concede en esa pequeña Iglesia, que todo el que entre en ella, habiéndose arrepentido sinceramente, confesado y habiendo recibido la absolución, que se le borren todos los pecados y las penas temporales de ellos en este mundo y en el purgatorio, desde el día de su Bautismo hasta la hora en que entren en esa iglesia."

Impresionado por esta firme y sincera petición, el Papa exclamo: "Estas pidiendo algo muy grande Francisco, ya que no es la costumbre de la Corte Romana conceder ese tipo de indulgencia"

Reconociendo que esta oportunidad de traer gracias a la humanidad, podía desvanecerse en aquel instante, Francisco añadió con fervor y vehemencia, y con una serenidad devastadora: "Reverendísimo Santo Padre, yo no le pido esto por mi mismo, lo pido en nombre de Aquel que me ha enviado, Nuestro Señor Jesucristo".

En ese momento el Papa recordó que su gran predecesor Inocencio III, estaba convencido que Cristo se le aparecía y guiaba de manera especial a este pequeño y santo poverelo. Movido, por el Espíritu Santo, el vicario de Cristo solemnemente declaró tres veces: es mi deseo que se te sea concedida tu petición. Pero los cardenales que estaban presente al escuchar esta innovación revolucionaria, protestaron y reclamaron al Papa que esta rica y nueva indulgencia debilitaría las cruzadas. En términos fuertísimos le exigieron que la cancelara. Pero el Papa les dijo, "yo no cancelo lo que he concedido". -"Entonces restringela lo mas posible".

El Santo Padre llamó a Francisco y le dijo: "nosotros te concedemos esta indulgencia y debe ser válida perpetuamente, pero solo en un día cada año, desde las vísperas, a través de la noche, hasta las vísperas del siguiente día."

Francisco sumisamente bajo la cabeza y después de agradecer al Papa, se levanto y comenzó a salir. Pero el Papa le llamo: "¿Adonde vas, tu pequeño poverelo? No tienes garantía sobre esta indulgencia". Francisco se volvió hacia el y con su simpática y confiada sonrisa le dijo: "Santo Padre su Palabra es suficiente para mi, si esta es la obra de Dios es El quien hará su obra manifiesta. No necesito ningún otro documento. La Santísima Virgen María habrá de ser la garantía, Cristo el notario, y los ángeles los testigos." (recordando la visión)

Francisco escucho estas palabras en su oración: "Francisco quiero que sepas que esta indulgencia, que ha sido concedida a ti en la tierra, ha sido confirmada en el cielo". Con gran gozo compartió esta revelación al hno. Maceo, y juntos aligeraron el paso para ir a darle gracias a Nuestra Señora de los Ángeles en la Porciúncula.

Para la solemne inauguración de este perdón en la Porciúncula, Francisco escogió Agosto 2, porque fue el primer aniversario de la consagración de esta santa capilla, y porque Agosto 1, era la fiesta de la liberación de San Pedro de las cadenas que tenía en la cárcel (Agosto 2, es el día de Nuestra Señora de los Ángeles).

En presencia de los obispos de Asís, Perugia, Todi, Spoleto, Gubbio, Nocera y Foligno, anunció Francisco a la multitud la gran noticia: «Quiero mandaros a todos al paraíso anunciándoos la indulgencia que me ha sido otorgada por el Papa Honorio. Sabed, pues, que todos los aquí presentes, como también cuantos vinieren a orar en esta iglesia, obtendrán la remisión de todos sus pecados».

Jesús y María confirmaron su aprobación del Gran Perdón de la Porciúncula. Una vez a un santo fraile franciscano, Beato Conrado de Ofida, la Virgen Santísima se le apareció envuelta en un rallo de luz, con el niño Jesús en sus brazos, en la puerta de la Porciúncula. El niño bendecía a todos los peregrinos que entraban en la capilla de su Madre para adquirir el perdón de los pecados.

Mas tarde los obispos de Asís y otros Papas promulgaron documentos confirmando "El gran Perdón de la Porciúncula". La pequeña iglesia dedicada a la Santísima Virgen se convirtió en uno de los mas famosos santuarios de peregrinación de toda Europa. Mas tarde Gregorio XV hizo extensivo el jubileo de la Porciúncula a todas las Iglesias Franciscanas del mundo.  En 1921, el Papa Benedicto XV canceló la restricción de manera que se pueda obtener indulgencias cualquier día. Según el decreto de la Penitenciaría Apostólica del 15 de julio de 1988 («Portiuncolae sacrae aedes»), se puede ganar la indulgencia en La Porciúncula durante todo el año, una sola vez al día. Cada año una multitud de fieles acude allí para recibir el «Perdón de Asís» también llamado «Indulgencia de la Porciúncula».

Condiciones para obtener la indulgencia

El Perdón de Asís se puede obtener para uno mismo o por los difuntos. Las condiciones son las prescritas para las indulgencias plenarias.

1) Visita al Santuario con la recitación de un Padrenuestro y un Credo. 
2) Confesión sacramental y Santa Comunión.
3) Rezar según las intenciones del Sumo Pontífice.

Los peregrinos pueden obtener la indulgencia todos los días del año.  


Salutación de san Francisco de Asís 
a la Santísima Virgen María 

Salve, Señora, Santa Reina,
Santa Madre de Dios, María, 
Virgen hecha Iglesia, y elegida 
por el Santísimo Padre del Cielo,
consagrada por Él con su Santísimo Hijo amado,
y el Espíritu Santo Paráclito; que tuvo y tiene 
toda la plenitud de la gracia y todo bien. 

Salve, palacio suyo; 
Salve, tabernáculo suyo; 
Salve, casa suya. 

Salve, vestidura suya; 
Salve, esclava suya,
y saludo a todas ustedes, santas virtudes,
que por la gracia y la iluminación del
Espíritu Santo, son infundadas en los corazones
de los fieles, para que de infieles fieles a Dios sean.

Evangelio y Reflexión Dominical del Domingo XVIII° Per Annum - Ciclo A



+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo 
según san Mateo     14, 13-21

    Al enterarse de eso, Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, sanó a los enfermos.
    Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: «Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos».
    Pero Jesús les dijo: «No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos».
    Ellos respondieron: «Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados».
    «Tráiganmelos aquí», les dijo.
    Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud.
    Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.

Reflexión Dominical: 

Queridos hermanos: 

Este domingo el Evangelio nos trae el relato de la multiplicación de los cinco panes y los dos peces. 

Una de las consideraciones espirituales que podemos hacer de este Evangelio es que el Señor, en su amor y omnipotencia, puede hacer grandes milagros en nuestra vida con lo poco que le podemos ofrecer. 

Esos cinco panes y dos peces que, multiplicados por Cristo, alimentaron una multitud, representan también lo que de nuestra parte podemos hacer, lo que somos y tenemos, nuestra pequeñez, nuestra pobreza, nuestros pocos recursos que, puestos al servicio del Señor, pueden convertirse en algo grande, un don para los demás y, sobre todo, en "algo hermoso para Dios", como decía Santa Teresa de Calcuta. 

La primera tarea que tenemos, entonces, es descubrir nuestros cinco panes y dos peces. ¿Cuáles son nuestros talentos? No importan si son cinco, dos o uno, si son pocos o muchos. Lo que importa es reconocerlos, darle gracias a Dios por ellos, saber que son dones de su Infinito Amor. A veces creemos que es humildad no ver las cosas buenas que hay en nosotros, pero esto no es así, eso es una falsa humildad. La verdadera humildad es reconocer nuestros dones y no gloriarnos de ellos sabiendo que vienen de Dios. Santa Teresita del Niño Jesús decía: "Me parece que si una florcita pudiese hablar, diria con sencillez lo que Dios ha hecho por ella, sin tratar de ocultar sus beneficios. Su pretexto de una falsa humildad no diría que no tiene gracia ni perfume, que el sol le ha quitado su belleza y que las tormentas han tronchado su tallo, cuando está viendo en ella todo lo contrario". Por eso la Santísima Virgen María reconoce su pequeñez a la vez que las obras grandes que el Señor hizo en Ella (cf. Lc. 1, 46 - 49).

La segunda tarea es poner esos cinco panes y dos peces, esos dones que el Buen Dios nos ha regalado, a su servicio. Puede asustarnos vernos pobres, pero la multiplicación es obra de su gracia. Sólo nos pide que le entreguemos todo lo que somos y tenemos, incluso nuestras debilidades y defectos, para que Él haga el milagro. ¡Qué hermoso entregarle nuestros cinco panes y dos peces y ver que esa pequeñez se transforma, por su gran Misericordia, en algo grande y hermoso, para Él y los hermanos! Esta oración de San Ignacio de Loyola puede ayudarnos a hacer esta entrega: "Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad; todo mi haber y mi poseer. Tú me lo diste, a Ti, Señor, lo retorno. Todo es Tuyo: dispone de ello según Tu Voluntad. Dame Tu Amor y Gracia, que éstas me bastan".  

Amén. 

Letanías a Dios Padre



Señor, ten piedad
Cristo, ten piedad
Señor, ten piedad

Padre Santo, óyenos
Padre Justo, escúchanos

Dios Padre Celestial, ten misericordia de nosotros 
(en las invocaciones siguientes se responde de la misma manera)

Dios Hijo Redentor del mundo,
Dios Espíritu Santo,
Santa Trinidad, un solo Dios,

Padre nuestro que estás en los Cielos,
Padre de la misericordia y Dios de toda consolación,
Padre de los que pecamos contra el Cielo y contra Ti,
Padre bendito por los siglos,
Padre, que debes ser adorado en espíritu y en verdad,
Padre sin el Cual nadie llega al Hijo,
Padre de la gloria y Señor del Cielo y de la Tierra,

Tú, que enviaste tu Hijo al mundo,
Tú, de Quien procede toda paternidad en el Cielo y en la Tierra,
Tú, que nos elegiste en tu Hijo antes de la creación del mundo,
Tú, que nos predestinaste como hijos adoptivos,
Tú, que ocultas estos misterios a los poderosos y a los sabios y se los revelas a los pequeños,
Tú, que nos bendijiste con toda clase de bienes espirituales y celestiales,
Tú, que perdonas nuestros pecados,
Tú, que nos elegiste para que fuéramos santos e irreprochables ante Ti,
Tú, que das un corazón puro a quienes te lo pedimos,
Padre de las luces, de Quien procede todo bien,
Padre, que das vida y levantas a los muertos,
Padre, que ves en lo secreto,
Dueño de la mies, que trabajas la tierra con amor,
Tú, que haces salir el sol para buenos y malos, 
Tú, que derramas la lluvia sobre justos e injustos,
Tú, que conoces hasta el número de nuestros cabellos,
Tú, que no perdonaste a tu propio Hijo sino que lo entregaste por nosotros,
Tú, que nos llamaste a ser uno con tu Hijo,
Tú, que te has complacido en tu amado Hijo,
Tú, que nos invitaste al Reino del Hijo de tu amor,
Tú, que nos hiciste dignos de compartir el destino de los santos,
Tú, que nos convidaste a las Bodas de tu Hijo,
Tú, que nos amaste y nos diste la eterna consolación,
Tú, que tanto amaste al mundo que le diste a tu Hijo Único,
Tú, que con majestuosa Voz celestial glorificaste a tu Hijo,
Tú, que nos has otorgado todo bien en tu Hijo,
Tú, a Quien agradó darnos el Reino,
Tú, cuya Faz siempre contemplan los ángeles en el Cielo,
Tú, que por redimir al siervo entregaste al Hijo,
Tú, que tanto nos has amado, que quisiste que nos llamáramos y fuésemos hijos tuyos,
Tú, que nos quisiste en todo conformes a la imagen de tu Hijo,
Tú, que estás sobre todo, en medio de todo y en todos nosotros,
Tú, que preparaste el Reino para los elegidos antes de la creación del mundo,
Padre de los huérfanos,
Juez de las viudas,
Tú que no haces acepción de personas y juzgas a todos según sus obras,
Tú, en cuya Casa hay muchas habitaciones,
Padre benigno, paciente y de gran misericordia,

Senos propicio, perdónanos, Padre
Senos propicio, escúchanos, Padre
Senos propicio, líbranos, Padre (en las invocaciones siguientes se responde de la misma manera)

De todo mal,
De todo pecado,
Del poder del Diablo,
De todas las ocasiones de pecado y tentaciones,
De las insidias de todos nuestros enemigos,
De la ira, el odio y toda mala voluntad,
De los peligros de todo pecado repentino,
De la eterna condenación,
Por tu santísima ciencia, que penetra hasta los abismos,
Por tu infinito poder, con el que creaste de la nada el universo,
Por tu tierna providencia con que todo lo gobiernas,
Por la eterna caridad que prodigaste al mundo,
Por tu infinita bondad que todo lo impregna,
En el Día del Juicio,

Nosotros, que somos pecadores, te rogamos, óyenos 
Para que siempre y en todo lugar tu nombre sea santificado,
Para que nos concedas llegar a tu Reino,
Para que siempre se haga tu voluntad en el Cielo y en la Tierra,
Para que te dignes darnos el pan de cada día,
Para que te dignes, por tu clemencia, perdonar nuestros pecados,
Para que te dignes cobijarnos bajo la sombra de tus alas,
Para que te dignes librarnos de toda tentación,
Para que te dignes librarnos de todo mal,
Para que lo que confiadamente te pedimos, eficazmente lo obtengamos,
Padre, en el Nombre de tu Hijo,

Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, reconcílianos con el Padre
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, 
danos acceso al Padre
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, muéstranos al Padre

Padre Santo, óyenos
Padre Justo, escúchanos

Padrenuestro...

- Protector nuestro, míranos, Señor
- Y te reconoceremos en el Rostro de tu Cristo.

- Acuérdate de nosotros, Señor, según tu bondad.
- Visítanos con tu salvación.

- Muéstranos, Señor, tu misericordia.
- Y danos tu salvación.

- Señor, Dios de las virtudes, conviértenos.
- Muéstrenos tu Rostro y seremos salvos.

- Señor, escucha mi oración.
- Y llegue a Ti mi clamor.

Oraciones

Dios, que con la voz, de Cristo,  tu Unigénito, te presentaste ante todos los hijos de la Iglesia como Salvador de estas buenas semillas y sarmientos escogidos, haz que tus fieles, viña elegida, liberados de toda cizaña, produzcan fruto abundante.

Dios de poder inmutable y Luz eterna, mira propicio el cuerpo de toda la Iglesia y recuerda benigno la obra de la salvación humana que, por perpetua disposición, llevaste a cabo; haz que todo el mundo experimente al levantarse luego de cada caída, cómo lo viejo se renueva y cómo todo se restituye a Ti, Primer Principio.

Dios, cumbre de la humildad y fortaleza de los rectos, que con cada acción de tu Hijo Unigénito instruiste al mundo, alienta en nosotros el fervor espiritual, para que podamos imitar todo aquello que aprendimos de tu Verbo de salvación.

Oh, Dios, que unes los corazones de los fieles en un mismo deseo, concede a tu pueblo amar tus preceptos y esperar lo que prometes, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes allí donde están los gozos verdaderos. 

Dios, de Quien procede todo bien, escucha nuestras súplicas para que, con tu inspiración, pensemos rectamente y bajo tu guía, actuemos en consecuencia. Por Jesucristo, nuestro Señor.

- Señor, escucha mi oración.
- Y llegue a Ti mi clamor.

- Bendigamos al Señor.
- Demos gracias a Dios.

- Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia divina, descansen en paz.
- Amén.