+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Mateo 10, 37-42
Dijo Jesús a sus apóstoles:
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.
El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a Aquél que me envió.
El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo.
Les aseguro que cualquiera que dé a beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa».
Queridos hermanos:
En el Evangelio de este Domingo Jesús nos dice: "el que quiere a su padre o a su madre más que a mi no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí".
Con esto, el Señor no nos prohibe amar a nuestros seres queridos, por el contrario, nos manda amarlos. Pero Jesús nos enseña que el amor que le debemos a nuestros familiares y amigos no puede ser mayor que el amor que le debemos a Él. Dios es el primero que debe ser amado, de tal manera que sería un desorden amar al padre o a la madre o al hijo o a la hija más que a Dios. Cuando el Señor es amado por sobre todas las cosas, entonces todos nuestros amores se van ordenando, y no se ama menos, sino que se ama más, mucho más, a los familiares y amigos, porque el corazón de quien realmente ama a Dios por sobre todas las cosas no es un corazón frío e indiferente para con el prójimo, sobre todo para con los parientes, sino un corazón que ama con un amor más verdadero, libre y profundo. Santa Teresa de los Andes decía que "en Dios nuestros afectos se purifican y hasta se divinizan".
En este contexto es que se puede entender la actitud de san Francisco de Asís cuando abandona a su padre, un rico mercader, y le devuelve lo que le correspondía en herencia diciéndole: "Hasta ahora tú has sido mi padre en la tierra. Pero en adelante podré decir: Padre nuestro, que estás en los cielos..." ¿Es que san Francisco despreciaba a su padre? Ciertamente no. Su reacción tan radical puede desconcertarnos, pero se entiende a la luz del Evangelio que estamos meditando...
Pidamos a la Santísima Virgen María, Madre del Amor Hermoso, que Ella nos alcance la gracia de amar a Dios por sobre todas las cosas y desde ese amor, amar a nuestros seres queridos en libertad y verdad.
Amén.
Reflexión del P. Rodrigo A. Adet
Vicario de la Iglesia Catedral de La Plata