El 1º de agosto de 2018 se cumplieron los 800 años de las Apariciones de Nuestra Señora de la Merced a San Pedro Nolasco, con miras a fundar una Orden dedicada a la redención de los cautivos.
En tiempos en que la mayor parte de España estaba sometida al yugo bárbaro de los sarracenos, numerosísimos fieles, retenidos en dolorosa cautividad, se veían sumamente expuestos a renegar de su fe cristiana y a comprometer así su salvación eterna. La Reina del Cielo, queriendo poner remedio a tan grandes males, había manifestado ya a Pedro Nolasco, famoso por su piedad tanto como por sus riquezas, en una primera visión en 1203, su voluntad de contribuir a la libe- ración de estos cautivos.
Proveniente de la noble familia de los Nolasco, emparentada con los condes de Tolosa y los Reyes de Aragón, Pedro Nolasco había nacido en 1189 cerca de Barcelona. Heredó de sus padres una muy cuantiosa fortuna que, tras renunciar al matrimonio para consagrarse a Dios, consagró al pago de rescates de cautivos cristianos prisioneros de los musulmanes; para lo cual simuló ser mercader, actuando principalmente en el reino de Valencia. Desde 1213 se había encargado de la educación del infante Jaime (el futuro Jaime I de Aragón), después de la muerte de su padre Pedro II en la batalla de Muret.
En la medianoche del 1º de agosto de 1218, cuando la Iglesia celebraba la fiesta de San Pedro ad vincula, la Virgen María, acompañada de ángeles y de santos, se apareció por segunda vez a San Pedro Nolasco, y le dijo:
« Hijo mío, soy la Madre del Hijo de Dios, que, para salvar y liberar al género humano, derramó toda Su Sangre sufriendo la muerte cruel de la Cruz. Vengo ahora a reclamar hombres que quieran, a ejemplo de mi Hijo, dar su vida por la salvación y la libertad de sus hermanos cautivos. Este sacrificio le será muy agradable. Deseo, pues, que se funde en mi honor una Orden cuyos religiosos, animados de viva fe y ardiente caridad, rediman a los esclavos cristianos del poder y de la tiranía de los Turcos, dándose a sí mismos como rescate, si es necesario, por aquellos que no puedan ser redimidos de otro modo. Tal es, hijo mío, mi voluntad; pues, cuando en la oración tú me pedías con lágrimas que remediara los sufrimientos de estos cautivos, yo presentaba tus súplicas a mi Hijo, el cual, para tu consuelo y para establecer esta Orden bajo mi nombre, me ha enviado a ti desde el Cielo. »
San Pedro Nolasco le contestó:
« Creo con fe viva que sois la Madre del Dios vivo, y que habéis venido a este mundo para alivio de los pobres cristianos que sufren sometidos a una bárbara esclavitud. Mas ¿quién soy yo, para llevar a cabo una obra tan difícil en medio de los enemigos de vuestro divino Hijo, y para sacar a sus hijos de sus crueles manos? »
Nuestra Señora lo alentó entonces diciéndole:
« No temas nada, Pedro, pues yo te asistiré en toda esta empresa; y para que tengas fe en mi palabra, verás en breve la ejecución de lo que te he anunciado, y mis hijos e hijas de esta Orden se gloriarán de llevar los hábitos blancos como estos de que ahora me ves revestida. »
Diciéndole esto, la Virgen desapareció. Alentado por esta visión celestial, el hombre de Dios sintió su corazón abrasarse de una ardiente caridad; ya no tuvo más que un deseo, el de consagrarse totalmente, él mismo junto con la Orden que debía instituir, a la práctica de este amor generoso por el que cada uno daría su vida por sus amigos y por su prójimo.
Esa misma noche, la Santísima Virgen se apareció también a San Raimundo de Peñafort y a Jaime I el Conquistador, Rey de Aragón, dándoles mandato de instituir una Orden religiosa, y persuadiéndoles a colaborar con su fortuna a la fundación de una obra tan importante.
San Raimundo de Peñafort había nacido de familia noble en el castillo de Peñafort, próximo a Villafranca del Penedés, provincia de Barcelona. Desde joven fue profesor de filosofía en Barcelona, y marchó luego a Bolonia para estudiar Derecho. En Bolonia conoció probablemente a santo Domingo de Guzmán, en cuya Orden entró a los 47 años. Fue nombrado capellán y confesor del papa Gregorio IX, quien le encargó la compilación de las decretales pontificias, que servirían luego de base para la redacción del código de Derecho canónico. Nombrado Maestro General de su Orden, ejerció dicho cargo dos años, durante los que redactó unas nuevas constituciones que fueron aprobadas en 1240. Era San Raimundo el confesor de San Pedro Nolasco y del Rey Jaime I.
Cuando al día siguiente de la visión fue San Pedro Nolasco al encuentro de San Raimundo, para comunicarle los deseos de la Virgen, este le dijo:
« He tenido esta noche la misma visión que tú, he sido favorecido con la visita de la Reina de los ángeles, y he escuchado de sus propios labios la orden que me ha intimado de trabajar con todas mis fuerzas en establecer esta Orden, y de alentar con mis sermones a los católicos fieles a colaborar en una obra de caridad tan sublime. He venido tan temprano a la catedral para darle gracias a Dios y a la Santísima Virgen. »
Mientras Pedro Nolasco hablaba con Raimundo de Peñafort, el Rey Jaime I de Aragón entró en la catedral, y fue a su encuentro para decirles:
« La gloriosa Reina de los ángeles se me apareció esta noche, radiante de belleza y de majestad, y me ordenó instituir, para la redención de los cautivos, una Orden que lleve el nombre de Santa María de la Merced o de la Misericordia; y, como reconozco en ti, Pedro Nolasco, un gran deseo de redimir a los esclavos, a ti te encargo la ejecución de esta obra. Y tú, Raimundo, cuya virtud y ciencia me son conocidas, serás el sostén de la Orden por tus predicaciones. »
Así fue como San Pedro Nolasco, alentado por San Raimundo de Peñafort, y con el apoyo del Rey Jaime I de Aragón, fundaba el 10 de agosto de 1218 la Orden de los Mercedarios, que tiene como nombre completo el de Orden Real y Militar de Nuestra Señora de la Merced y la Redención de los Cautivos.
Fue, pues, inicialmente una Orden militar. De hecho, sus caballeros se hicieron ilustres en la ayuda que brindaron al Rey Jaime I de Aragón en la conquista de las islas Baleares (1229), entonces bajo la dominación musulmana, y del Reino de Valencia (1238), igualmente bajo el poderío sarraceno. El Rey Jaime I se apoyó igualmente en esta Orden para la pacificación de las poblaciones reconquistadas, y le concedió el privilegio de llevar sobre el pecho sus propias armas, el blasón del reino de Aragón, que siempre la ha distinguido.
La Orden, que había recibido la institución canónica del obispo de Barcelona, fue aprobada en 1235, a instancias de San Raimundo de Peñafort, por el Papa Gregorio IX, que le dio la Regla de San Agustín. Los mercedarios pronunciaban los tres votos tradicionales de las Ordenes regulares: pobreza, castidad y obediencia, a los que añadían un cuarto voto, emblemático de su misión peculiar: estar dispuestos a entregarse como rehenes cuando este fuese el único medio de liberar a un cautivo. Se entregaron a este « mercado » — tal es el sentido etimológico de la palabra latina « merces » — hasta que desapareció la piratería. Durante esta «compra» o « rescate » en sentido estricto, muchos misioneros fueron torturados, a veces hasta la muerte.
Dios mismo, por medio de la Virgen María, dio un rápido crecimiento a esta obra, que se difundió rápida y ampliamente por toda la tierra: primeramente en Aragón y Cataluña y en el resto de España, como en la Italia del siglo XIII; y después del descubrimiento de América, en República Dominicana, Perú, Colombia, Argentina y varios otros países de Hispanoamérica. Vio esta Orden florecer héroes de santidad, hombres de una caridad y de una piedad incomparables, que se dedicaban a recoger las limosnas de los cristianos para redimir a sus hermanos, y a menudo a entregarse como prenda para liberar a gran número de cautivos. Entre los más conocidos figuran San Serapión de Argel, San Pedro Armengol y San Ramón Nonato.
En 1265 nacía la Orden de las Religiosas Mercedarias, bajo la inspiración de Santa María de Cervelló, que fue elegida como primera Priora bajo el nombre de María del Socorro.
A partir de 1317, la Orden de la Merced perdió su carácter militar y se hizo clerical, recibiendo miembros sacerdotes. Los Mercedarios jugaron también un papel muy importante en la evangelización del Nuevo Mundo; Antonio de Almansa, por ejemplo, fue el capellán de la expedición de Diego de Almagro, en 1535, en Chile. En 1690 fue asimilada a una Orden mendicante, haciéndose entonces misionera y dedicada a las obras de caridad.
Al espiritualizarse, la Orden de la Merced se enriqueció de una connotación nueva. La palabra guardaba el sentido de « rescate » (« reemptio », que significa « volver a comprar »), expresando así la « redención » de los pecadores por la « misericordia divina » obtenida por la muerte de Cristo en la Cruz. Por lo mismo, los Mercedarios aseguraron la capellanía de las galeras bajo el Antiguo Régimen, y la de las prisiones y hospitales, que hoy en día se siguen repartiendo con la Orden de los Trinitarios.
Así pues, las Apariciones de Nuestra Señora de la Merced, y su mandato de fundar una Orden bajo su patrocinio, destinada a redimir a los cautivos del poder de los infieles, son sumamente aleccionadoras para todo católico, especialmente en los días que nos toca vivir hoy. En efecto:
1º- Por ellas Nuestra Señora nos muestra el valor enorme de la Fe católica, en este caso la fe de los cautivos en riesgo de apostatar, que debe ser defendida incluso al precio de la vida, en este caso la de los religiosos que así lo prometían mediante un voto que le era propio.
2º- Nos muestra igualmente que no puede haber caridad más perfecta y sublime que la que nos lleva a preservar la fe de los débiles, necesaria para poder salvarse; como no puede haber tampoco mayor pecado contra la caridad, que disminuir o poner en peligro esa fe, llevando a los católicos a convivir religiosamente con los infieles, a través de un ecumenismo absolutamente ajeno y contrario a la Religión Católica.
Tucumán, fue fundada por don Diego de Villarroel en 1565, pero el día de Nuestra Señora de las Mercedes de 1685 fue trasladada al sitio actual.
El Cabildo en 1687 nombró a Nuestra Señora de las Mercedes como Patrona y Abogada de la ciudad, por los muchos favores que la Virgen dispensó a los tucumanos.
La victoria argentina en la batalla de Tucumán del 24 de septiembre de 1812, es acreditada a Nuestra Señora de las Mercedes. En ella se decidió la suerte de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Los españoles eran unos tres mil y los argentinos apenas mil ochocientos. Belgrano, el general argentino, puso su confianza en Dios y en Nuestra Señora de las Mercedes, a quien eligió por Patrona de su Ejército.
En la mañana del 24 de septiembre de 1812, día del combate, el general Belgrano estuvo orando largo rato ante el altar de la Virgen. El ejército argentino obtuvo la victoria. En el parte que transmitió al Gobierno, Belgrano hizo resaltar que la victoria se obtuvo el día de Nuestra Señora de las Mercedes, bajo cuya protección se habían puesto las tropas.
El parte dice textualmente: 'La patria puede gloriarse de la completa victoria que han tenido sus armas el día 24 del corriente, día de Nuestra Señora de las Mercedes bajo cuya protección nos pusimos ".
El general Belgrano puso en manos de la imagen de la Virgen su bastón de mando. La entrega se efectuó durante una solemne procesión con todo el ejército, que terminó en el Campo de las Carreras, donde se había librado la batalla.
Belgrano se dirigió hacia las andas en que era conducida la imagen de Nuestra Señora de las Mercedes, y le entregó el bastón que llevaba, poniéndolo en las manos de la Virgen y proclamándola como Generala del Ejército.
Al tener conocimiento de estos actos de devoción las religiosas de Buenos Aires, remitieron a Belgrano cuatro mil escapularios de Nuestra Señora de la Merced para que los distribuyera a las tropas. El batallón de Tucumán se congregó antes de partir rumbo a Salta, frente al atrio del templo de Merced, donde se les entregaron los escapularios, tanto los jefes como oficiales y tropas los colocaron sobre sus uniformes.
El 20 de febrero de 1813 los argentinos que buscaban su independencia se enfrentaron nuevamente con los españoles en Salta. Antes de entrar en combate, Belgrano recordó a sus tropas el poder y valimiento de María Santísima y les exhortó a poner en Ella su confianza. Formuló también el voto de ofrendarle los trofeos de la victoria si por su intercesión la obtenía.
Con la ayuda de la Madre de Dios vencieron nuevamente a los españoles, y de las cinco banderas que cayeron en poder de Belgrano, una la destinó a Nuestra Señora de las Mercedes de Tucumán, dos a la Virgen de Luján y dos a la Catedral de Buenos Aires.
A partir del año 1812, el culto a Nuestra Señora de las Mercedes adquiere una gran solemnidad y popularidad. En 1813, el Cabildo de Tucumán pide al gobierno eclesiástico la declaración del vicepatronato de Ntra. Sra. de las Mercedes "que se venera en la Iglesia de su religión" y ordena de su parte que los poderes públicos celebren anualmente su fiesta el 24 de septiembre. La Autoridad Eclesiástica, por Decreto especial, declara el 4 de septiembre de 1813 festivo en homenaje a Nuestra Señora de las Mercedes el 24 de septiembre.
Después del 31 de agosto de 1843, es declarada oficialmente Vice Patrona, jurando su día por festivo y disponiendo se celebre cada año una Misa solemne con asistencia del Magistrado y que por la tarde se saque la imagen de la Santísima Virgen en procesión, como prueba de gratitud por los beneficios dispensados.
Al cumplirse el centenario de la batalla y victoria de Tucumán, la imagen de Nuestra Señora de las Mercedes fue coronada solemnemente, en nombre del Papa San Pio X, en 1912.
El 22 de junio de 1943, el Presidente de la República, General Pedro P. Ramirez, por decreto aprobado el día anterior con sus ministros, dispuso por el artículo 1ro:
"Quedan reconocidas con el grado de Generala del Ejército Argentino: la Santísima Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora de las Mercedes, y la Santísima Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen".
Los artículos 2,3 y 5 se refieren a la imposición de la banda y faja que corresponde a los generales de la nación. El gobierno Argentino proclama así, solemnemente, ante el mundo, su religiosidad.
En 1945, el Gobierno Nacional designó a Nuestra Señora de las Mercedes Patrona Principal de la Aeronáutica Militar.
En Santa Fe la imagen se venera en el templo del Milagro, Paraná se venera en la catedral, en Córdoba en la Iglesia de los Padres Mercedarios, y así en muchos otros lugares.