A principios de la Edad Media, el lunes estaba dedicado al Espíritu Santo, para implorar su asistencia al principiar las tareas de la semana. También ese día se pide por el alivio de las almas del Purgatorio, pero es una devoción libre y voluntaria que la Iglesia aprueba sin prescribirla.
Oraciones por las Ánimas del Purgatorio
Dios omnipotente, Padre de bondad y de misericordia, apiadaos de las benditas almas del Purgatorio y ayudad a mis queridos padres y antepasados.
A cada invocación se contesta: ¡Jesús mío, misericordia!
Ayudad a mis hermanos y parientes.
Ayudad a todos mis bienhechores espirituales y temporales.
Ayudad a los que han sido mis amigos y súbditos.
Ayudad a cuantos debo amor y oración.
Ayudad a cuantos he perjudicado y dañado.
Ayudad a los que han faltado contra mí.
Ayudad a aquellos a quienes profesáis predilección.
Ayudad a los que están más próximos a la unión con Vos.
Ayudad a los que os desean más ardientemente.
Ayudad a los que sufren más.
Ayudad a los que están más lejos de su liberación.
Ayudad a los que menos auxilio reciben.
Ayudad a los que más méritos tienen por la Iglesia.
Ayudad a los que fueron ricos aquí, y allí son los más pobres.
Ayudad a los poderosos, que ahora son como viles siervos.
Ayudad a los ciegos que ahora reconocen su ceguera.
Ayudad a los vanidosos que malgastaron su tiempo.
Ayudad a los pobres que no buscaron las riquezas divinas.
Ayudad a los tibios que muy poca oración han hecho.
Ayudad a los perezosos que han descuidado tantas obras buenas.
Ayudad a los de poca fe que descuidaron los santos Sacramentos.
Ayudad a los reincidentes que sólo por un milagro de la gracia se han salvado.
Ayudad a los padres que no vigilaron bien a sus hijos.
Ayudad a los superiores poco atentos a la salvación de sus súbditos.
Ayudad a los pobres hombres, que casi sólo se preocuparon del dinero y del placer.
Ayudad a los de espíritu mundano que no aprovecharon sus riquezas o talentos para el cielo.
Ayudad a los necios, que vieron morir a tantos no acordándose de su propia muerte.
Ayudad a los que no dispusieron a tiempo de su casa, estando completamente desprevenidos para el viaje más importante.
Ayudad a los que juzgaréis tanto más severamente, cuánto más les fue confiado.
Ayudad a los pontífices, reyes y príncipes.
Ayudad a los obispos y sus consejeros. Ayudad a mis maestros y pastores de almas.
Ayudad a los finados sacerdotes de esta diócesis.
Ayudad a los sacerdotes y religiosos de la Iglesia católica.
Ayudad a los defensores de la santa fe.
Ayudad a los caídos en los campos de batalla.
Ayudad a los sepultados en los mares.
Ayudad a los muertos repentinamente.
Ayudad a los fallecidos sin recibir los santos sacramentos.
- Dales, Señor, a todas las almas el descanso eterno.
- Y brille para ellas la luz que no tiene fin.
- Que en paz descansen. Amén.
La Iglesia nos llama a ofrecer oraciones o ‘sufragios’ por las Almas Santas que han muerto en la Gracia de Dios, pero que aún requieren de una purificación final antes de poder entrar en el Cielo. Incluso innumerables Santos, a lo largo de los siglos, han indicado a los fieles el rezar por estas almas como acto supremo de caridad; hacia nuestros seres queridos que han pasado de esta vida, y hacia aquella multitud de almas desconocidas que no tienen a nadie que interceda por ellos.
Al morir, las almas que no son perfectas escogen una purificación final antes de entrar al Cielo. Santa Catalina de Génova explicó que “el alma se presenta a Dios aún atada a los deseos y sufrimientos que se derivan del pecado y esto hace imposible que pueda disfrutar de la visión beatífica de Dios”. (Vita Mirabile, 177r) Por lo tanto, el alma emprende voluntariamente una purificación para que pueda alcanzar la visión beatífica en la Comunión de los Santos. El lugar de esta purificación se conoce como Purgatorio. Santa Catalina enseñó que en el purgatorio las almas tienen la inmensa alegría de saber que un día estarán con el Señor mientras que, al mismo tiempo, sufren los dolores de su purificación.
Las almas santas, incapaces de ayudarse a sí mismas, confían en las oraciones de la Iglesia – nuestras oraciones y sufrimientos – para acortar su tiempo de purificación y su camino hacia la bienaventuranza eterna. Santo Tomás de Aquino escribió que “las oraciones por los muertos son las más aceptables para Dios, porque los muertos tienen necesidad de ello y no pueden ayudarse a sí mismos como los vivos”.
Por un lado está la dependencia de las Almas del Purgatorio de nuestras oraciones. Las ‘‘llaves’’ del Reino están en manos de los miembros de la Iglesia que orando pueden abrir el paraíso por estas almas, lo cual construye el Reino de Dios en el cielo a medida que un mayor número de almas entran en la bienaventuranza eterna. Debemos continuar orando por ellos aunque no sepamos si todavía están en el purgatorio o si han ascendido al cielo sabiendo que, en la economía de la Salvación, el Señor distribuirá los beneficios de nuestras oraciones.
Por otro lado, Santo Tomás nos enseña que las Almas del Purgatorio pueden orar por sus seres queridos en la tierra mientras que, a menos que Dios lo permita, no conocen sus necesidades concretas. (cfr. Santo Tomás, Summa Theologiae, 1, q.89) De hecho, las almas del purgatorio son muy eficaces para ayudarnos en nuestras necesidades e intenciones. Santa Teresa de Ávila decía: “Nunca pedí gracias a las almas del purgatorio sin ser escuchada. De hecho, las gracias que no pude obtener de otros espíritus celestiales, las obtuve de las almas del purgatorio”. Hay un dulce intercambio de caridad entre el cielo y la tierra con cada parte ayudando a la otra a alcanzar la salvación. En efecto, pensando así, podemos ver que los miembros de la Iglesia están llamados a participar en la misión salvífica de Cristo, asumiendo sus sentimientos hacia estas almas santas.
Muchas son las lecciones que nos dan las almas del Purgatorio. No olvidemos que si ellas están en ese lugar de purificación, es por no haber cumplido obligaciones que también nos incumben a nosotros.
1. Así, la primera lección es corresponder al amor que Dios nos tiene a nosotros. Si tantas veces ofendemos a Dios, es porque no somos conscientes, por nuestra culpa, ni del amor que Dios nos tiene, ni de la majestad inmensa de Dios, a quien toda culpa ultraja.
2. Por eso, otra lección que nos dan las almas del Purgatorio es comprender la gravedad del pecado, incluso en sus manifestaciones más chicas, “veniales”, pues por esas faltas expían allí con tan terribles castigos: infidelidades a la gracia, descuidos y negligencias voluntarias, faltas cometidas por apego a las creaturas, ausencia de la debida vigilancia…
3. Una tercera lección: las almas del Purgatorio nos están estimulando a amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con todas nuestras fuerzas, como lo hacen ahora ellas que se dan cuenta que Dios lo es todo, y lo demás no es nada.
4. Cuarta lección: el amor de la cruz y de los sufrimientos, que nosotros evitamos tan cuidadosamente. ¡Qué gracia nos hará Dios aceptándonos en el Purgatorio, permitiéndonos en él sufrir algo por El, ya que tan cobardes habremos sido para sufrir algo en esta vida!
5. Quinta lección: obligación en que estamos de socorrer a estas pobres almas. Santo Tomás dice que la práctica de la caridad, y de las obras de misericordia, se regula en función de dos principios: el primero, la unión de un alma con Dios; el segundo, la necesidad a que esta alma se encuentra expuesta. Pues bien, las almas del Purgatorio, que reúnen las dos condiciones, son las más dignas de nuestra misericordia, de nuestra ayuda, de nuestros sufragios.
Recemos, pues, por las almas del Purgatorio: Santo y saludable es el pensamiento de rezar por los difuntos, a fin de que se vean liberados de sus pecados, nos enseña la Sagrada Escritura, en el segundo libro de los Macabeos (12, 46). Y pidámosles al mismo tiempo a dichas almas la gracia de aprender todas las lecciones que ellas nos dan, a fin de que, pensando frecuentemente en ellas en esta vida, y practicando con ellas una misericordia generosa, recibamos del Señor el mismo trato cuando nos toque estar en ese lugar de purificación.