> SoydelaVirgen : 06/15/20

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¿Porqué el Lunes también se reza por las Ánimas del Purgatorio?


A principios de la Edad Media, el lunes estaba dedicado al Espíritu Santo, para implorar su asistencia al principiar las tareas de la semana. También ese día se pide por el alivio de las almas del Purgatorio, pero es una devoción libre y voluntaria que la Iglesia aprueba sin prescribirla.

Oraciones por las Ánimas del Purgatorio

   Dios omnipotente, Padre de bondad y de misericordia, apiadaos de las benditas almas del Purgatorio y ayudad a mis queridos padres y antepasados.

A cada invocación se contesta: ¡Jesús mío, misericordia!

Ayudad a mis hermanos y parientes.
Ayudad a todos mis bienhechores espirituales y temporales.
Ayudad a los que han sido mis amigos y súbditos.
Ayudad a cuantos debo amor y oración.
Ayudad a cuantos he perjudicado y dañado.
Ayudad a los que han faltado contra mí.
Ayudad a aquellos a quienes profesáis predilección.
Ayudad a los que están más próximos a la unión con Vos.
Ayudad a los que os desean más ardientemente.
Ayudad a los que sufren más.
Ayudad a los que están más lejos de su liberación.
Ayudad a los que menos auxilio reciben.
Ayudad a los que más méritos tienen por la Iglesia.
Ayudad a los que fueron ricos aquí, y allí son los más pobres.
Ayudad a los poderosos, que ahora son como viles siervos.
Ayudad a los ciegos que ahora reconocen su ceguera.
Ayudad a los vanidosos que malgastaron su tiempo.
Ayudad a los pobres que no buscaron las riquezas divinas.
Ayudad a los tibios que muy poca oración han hecho.
Ayudad a los perezosos que han descuidado tantas obras buenas.
Ayudad a los de poca fe que descuidaron los santos Sacramentos.
Ayudad a los reincidentes que sólo por un milagro de la gracia se han salvado.
Ayudad a los padres que no vigilaron bien a sus hijos.
Ayudad a los superiores poco atentos a la salvación de sus súbditos.
Ayudad a los pobres hombres, que casi sólo se preocuparon del dinero y del placer.
Ayudad a los de espíritu mundano que no aprovecharon sus riquezas o talentos para el cielo.
Ayudad a los necios, que vieron morir a tantos no acordándose de su propia muerte.
Ayudad a los que no dispusieron a tiempo de su casa, estando completamente desprevenidos para el viaje más importante.
Ayudad a los que juzgaréis tanto más severamente, cuánto más les fue confiado.
Ayudad a los pontífices, reyes y príncipes.
Ayudad a los obispos y sus consejeros. Ayudad a mis maestros y pastores de almas.
Ayudad a los finados sacerdotes de esta diócesis.
Ayudad a los sacerdotes y religiosos de la Iglesia católica.
Ayudad a los defensores de la santa fe.
Ayudad a los caídos en los campos de batalla.
Ayudad a los sepultados en los mares.
Ayudad a los muertos repentinamente.
Ayudad a los fallecidos sin recibir los santos sacramentos.

- Dales, Señor, a todas las almas el descanso eterno.
- Y brille para ellas la luz que no tiene fin.
- Que en paz descansen. Amén.


La Iglesia nos llama a ofrecer oraciones o ‘sufragios’ por las Almas Santas que han muerto en la Gracia de Dios, pero que aún requieren de una purificación final antes de poder entrar en el Cielo. Incluso innumerables Santos, a lo largo de los siglos, han indicado a los fieles el rezar por estas almas como acto supremo de caridad; hacia nuestros seres queridos que han pasado de esta vida, y hacia aquella multitud de almas desconocidas que no tienen a nadie que interceda por ellos.

Al morir, las almas que no son perfectas escogen una purificación final antes de entrar al Cielo. Santa Catalina de Génova explicó que “el alma se presenta a Dios aún atada a los deseos y sufrimientos que se derivan del pecado y esto hace imposible que pueda disfrutar de la visión beatífica de Dios”. (Vita Mirabile, 177r) Por lo tanto, el alma emprende voluntariamente una purificación para que pueda alcanzar la visión beatífica en la Comunión de los Santos. El lugar de esta purificación se conoce como Purgatorio. Santa Catalina enseñó que en el purgatorio las almas tienen la inmensa alegría de saber que un día estarán con el Señor mientras que, al mismo tiempo, sufren los dolores de su purificación.


Las almas santas, incapaces de ayudarse a sí mismas, confían en las oraciones de la Iglesia – nuestras oraciones y sufrimientos – para acortar su tiempo de purificación y su camino hacia la bienaventuranza eterna. Santo Tomás de Aquino escribió que “las oraciones por los muertos son las más aceptables para Dios, porque los muertos tienen necesidad de ello y no pueden ayudarse a sí mismos como los vivos”.

Por un lado está la dependencia de las Almas del Purgatorio de nuestras oraciones. Las ‘‘llaves’’ del Reino están en manos de los miembros de la Iglesia que orando pueden abrir el paraíso por estas almas, lo cual construye el Reino de Dios en el cielo a medida que un mayor número de almas entran en la bienaventuranza eterna. Debemos continuar orando por ellos aunque no sepamos si todavía están en el purgatorio o si han ascendido al cielo sabiendo que, en la economía de la Salvación, el Señor distribuirá los beneficios de nuestras oraciones.

Por otro lado, Santo Tomás nos enseña que las Almas del Purgatorio pueden orar por sus seres queridos en la tierra mientras que, a menos que Dios lo permita, no conocen sus necesidades concretas. (cfr. Santo Tomás, Summa Theologiae, 1, q.89) De hecho, las almas del purgatorio son muy eficaces para ayudarnos en nuestras necesidades e intenciones. Santa Teresa de Ávila decía: “Nunca pedí gracias a las almas del purgatorio sin ser escuchada. De hecho, las gracias que no pude obtener de otros espíritus celestiales, las obtuve de las almas del purgatorio”. Hay un dulce intercambio de caridad entre el cielo y la tierra con cada parte ayudando a la otra a alcanzar la salvación. En efecto, pensando así, podemos ver que los miembros de la Iglesia están llamados a participar en la misión salvífica de Cristo, asumiendo sus sentimientos hacia estas almas santas.


Muchas son las lecciones que nos dan las almas del Purgatorio. No olvidemos que si ellas están en ese lugar de purificación, es por no haber cumplido obligaciones que también nos incumben a nosotros.

1. Así, la primera lección es corresponder al amor que Dios nos tiene a nosotros. Si tantas veces ofendemos a Dios, es porque no somos conscientes, por nuestra culpa, ni del amor que Dios nos tiene, ni de la majestad inmensa de Dios, a quien toda culpa ultraja.

2. Por eso, otra lección que nos dan las almas del Purgatorio es comprender la gravedad del pecado, incluso en sus manifestaciones más chicas, “veniales”, pues por esas faltas expían allí con tan terribles castigos: infidelidades a la gracia, descuidos y negligencias voluntarias, faltas cometidas por apego a las creaturas, ausencia de la debida vigilancia…

3. Una tercera lección: las almas del Purgatorio nos están estimulando a amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con todas nuestras fuerzas, como lo hacen ahora ellas que se dan cuenta que Dios lo es todo, y lo demás no es nada.

4. Cuarta lección: el amor de la cruz y de los sufrimientos, que nosotros evitamos tan cuidadosamente. ¡Qué gracia nos hará Dios aceptándonos en el Purgatorio, permitiéndonos en él sufrir algo por El, ya que tan cobardes habremos sido para sufrir algo en esta vida!

5. Quinta lección: obligación en que estamos de socorrer a estas pobres almas. Santo Tomás dice que la práctica de la caridad, y de las obras de misericordia, se regula en función de dos principios: el primero, la unión de un alma con Dios; el segundo, la necesidad a que esta alma se encuentra expuesta. Pues bien, las almas del Purgatorio, que reúnen las dos condiciones, son las más dignas de nuestra misericordia, de nuestra ayuda, de nuestros sufragios.

Recemos, pues, por las almas del Purgatorio: Santo y saludable es el pensamiento de rezar por los difuntos, a fin de que se vean liberados de sus pecados, nos enseña la Sagrada Escritura, en el segundo libro de los Macabeos (12, 46). Y pidámosles al mismo tiempo a dichas almas la gracia de aprender todas las lecciones que ellas nos dan, a fin de que, pensando frecuentemente en ellas en esta vida, y practicando con ellas una misericordia generosa, recibamos del Señor el mismo trato cuando nos toque estar en ese lugar de purificación.

¿Por qué el lunes se dedica al Espíritu Santo?



A principios de la Edad Media, el lunes estaba dedicado al Espíritu Santo, para implorar su asistencia al principiar las tareas de la semana. 

La devoción al Espíritu Santo, no es muy practicada por eso, muchas veces se lo llama el "gran desconocido". La Iglesia sólo le dedica un Domingo de Fiesta en el Año Litúrgico, que es en la Solemnidad de Pentecostés.

Oración del Cardenal Mercier 
al Espíritu Santo 

Os voy a revelar un Secreto para ser santo y dichoso. Si todos los días, durante cinco minutos sabéis hacer callar vuestra imaginación, cerráis los ojos a las cosas sensibles y los oídos a todos los rumores de la tierra, para penetrar en vosotros mismos, y allí, en el santuario de vuestra alma bautizada, que es Templo del Espíritu Santo, habláis a este Espíritu Divino, diciéndole: 

"Oh Espíritu Santo, alma de mi alma, te adoro! Ilumíname, guíame, fortaléceme, consuélame; dime qué debo hacer, dame tus órdenes; te prometo someterme a todo lo que desees de mí y aceptar todo lo que permitas que me suceda: hazme tan sólo conocer tu Voluntad". 

Si esto hacéis, vuestra vida se deslizará feliz, serena y llena de consuelo, aun en medio de las penas, porque la Gracia será en proporción a la prueba, dándoos la fuerza de sobrellevarla, y llegaréis así a la puerta del Paraíso cargados de méritos. Esta sumisión al Espíritu Santo es el secreto de la Santidad. 


Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles.
Y enciende en ellos el fuego de tu amor.

- Envía tu Espíritu y serán creadas todas las cosas.
- Y renovarás la faz de la tierra.

Oremos.

Oh Dios, que has instruido los corazones de tus fieles
con la luz del Espíritu Santo,
concédenos que sintamos rectamente con el mismo Espíritu
y gocemos siempre de su divino consuelo.
Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Lunes 15 de Junio: Memoria Litúrgica de santa María Magdalena del Santísimo Sacramento



Esta mujer heroica que nació en Madrid España en 1809, tuvo que pasar por situaciones verdaderamente amargas, antes de llegar a la santidad. Era todavía muy joven cuando murió su madre. Su padre murió también inesperadamente. Su hermano Luis pereció en un accidente al caerse de un caballo, y su hermanita Engracia fue llevada imprudentemente por una niñera a ver la escena del ahorcamiento de un criminal y la jovencita al ver esta escena se enloqueció. Le quedaba una hermana, Manuela, pero esta tuvo que salir al destierro porque los enemigos políticos de su esposo se apoderaron del gobierno. 

Recibió una educación muy seria. Empieza un noviazgo, y después de tres años de amistad muy armoniosa, y muy santa con su novio, este de un momento a otro se aleja, porque sus familiares se lo han ordenado así. Entonces las lenguas maledicientes se dedican a hablar mal de Magdalena. Ella en su autobiografía añade: "En vez de hablar de esto con mis amistades, lo que hacíamos era llevar cuenta de los rezos que hacíamos, y ver quién había rezado más".

Su hermano fue nombrado embajador en París, y después en Bruselas (Magdalena era de familia de alta clase social española). Ella tuvo que acompañarlo y entonces empezó una vida muy especial: madrugar muchísimo para alcanzar a hacer sus prácticas de piedad, ir a la Santa Misa, comulgar y aprovechar la mañana para hacer sus obras de caridad. De mediodía en adelante asistir a banquetes diplomáticos, bailes, funciones de teatro, salir de paseo a caballo, rodeada de gente de la aristocracia y mostrarse siempre alegre y sonriente a pesar de los dolores continuos de estómago a causa de una especie de cáncer que parecía devorarle el vientre.

Ante tantísimos peligros para su virtud, lo que conservaba en gracia de Dios a la joven y elegante Magdalena era su comunión diaria, las mortificaciones que hacía y el haber encontrado un santo director espiritual, el Padre Carasa. Una de sus mortificaciones consistía en que cuando iba a funciones de teatro (donde la gente se presenta muy deshonestamente vestida) ella se colocaba unos anteojos que por más que esforzara la vista no le dejaban ver lo que pasaba en el escenario.

Mientras por las tardes y noches tenía que estar en las labores mundanas de la diplomacia, por las mañanas estaba visitando pobres, enfermos e iglesias muy necesitadas y dejando en todas partes copiosas limosnas (su familia era muy adinerada). Nadie podía imaginar al verla tan elegante en las fiestas sociales, que esa mañana la había pasado visitando casuchas y ayudando a gentes abandonadas.

Al volver a España la invitaron en Burdeos a una reunión en la casa del Cónsul. Allí la esperaba el Sr. Arzobispo para pedirle que hiciera de mediadora frente a unas monjitas que engañadas por un jansenista (los jansenistas son herejes que dicen que quien no es santo no puede recibir ningún sacramento) se habían rebelado contra el arzobispo. Micaela, aprovechando su admirable simpatía que le hacía ganarse a las gentes, se fue al convento y obtuvo que las religiosas hicieran unos días de Ejercicios Espirituales, y al final de esos Retiros, las monjitas, presididas por nuestra santa, hicieron la paz con el Sr. Arzobispo.

El Padre Carasa le recomendó que al volver a Madrid se entrevistara con una dama muy santa llamada María Ignacia Rico. Así lo hizo y entonces aquella caritativa mujer la llevó al hospital San Juan de Dios, donde estaban las mujeres de mala vida que caían enfermas. La santa afirma que "allí sufren el olfato, la vista, el tacto, los oídos" y que "todos los sentimientos tienen allí ocasión para padecer". Micaela ni siquiera sabía que existía esa clase de mujeres y nunca se había imaginado que los hombres dieran un trato tan injusto y cruel a esas pobres criaturas, después de haberlas corrompido.

Aquel espectáculo del hospital fue para Magdalena como una revelación del cielo. Y cuando supo no sólo la situación horrorosa de esas pobres muchachas enfermas en el hospital, sino la espantosa vida que les esperaba cuando salieran de allí, pensó que era absolutamente necesario hacer algo concreto para ayudarlas. Y con su amiga María Ignacia consiguieron una casita para llevar allí las muchachas en peligro para preservarlas, y a las que ya habían sido víctimas, para redimirlas y salvarlas.

Y sucedió entonces que alrededor de Magdalena hubo una verdadera tormenta de incomprensiones y abandonos aun de sus mejores amistades. Ahora se cumplía la antigua frase de San Ignacio: "El mundo no tiene oídos para poder escuchar tan grande estruendo". ¿A quién se le iba a ocurrir que una mujer de la más alta clase social, emparentada con las familias más ricas y famosas de la capital, se fuera a dedicar a cuidar prostitutas o mujeres de mala vida? Todas sus antiguas amistades se negaron a ayudarle, y ya ni la reconocían como amiga.

Y luego sucedió lo que ninguno había esperado: Magdalena dejó su casa elegante en un barrio rico y se fue a vivir con unas pobres mujeres de mala vida en una casucha miserable, para poder transformarlas en personas honradas y santas.

Al Sr. Arzobispo le llevan cuentos y calumnias y entonces él envía a un sacerdote para que saque de la Casa de Micaela el Santísimo Sacramento. Cuando el sacerdote llega, la santa se dedica a orar por él, y éste, después de rezar unos minutos de rodillas, cambia de parecer y se va sin llevarse el Santísimo Sacramento.

Le llega un director espiritual demasiado rígido que el prohibe hacer caso a los mensajes interiores que Dios le da. Una voz le dice: "Micaela, se va a incendiar la sacristía", pero ella no puede hacer caso a esto, y tiene que dejar que suceda. Otra voz le dice: "Le echaron veneno a la comida", pero como el director le prohibió hacer caso a esas voces empieza a comer. Sólo que al sentir el sabor tan desagradable de aquel alimento, se dice: "Aunque fuera sin voces, yo no me comería esto por lo asqueroso", y se detiene. Pero alcanza a enfermarse bastante. Afortunadamente, en vez de ese equivocado director le llega un santo de primera clase, a dirigirla, es San Antonio María Claret, y bajo su dirección sí puede progresar grandemente en santidad.

Son las diez de la mañana y no hay con qué hacer desayuno para tantas jóvenes. Llega un misionero de Filipinas y la santa le cuenta su terrible situación. El misionero le entrega una moneda de oro que le han regalado. Corren a comprar alimentos, y las muchachas exclaman: - ¡La superiora nos estaba haciendo una broma diciendo que no había comida! ¡Miren qué abundante comida nos tenía por ahí guardada!.

Cuenta Micaela en su autobiografía: "N.N. es una muchacha que me ha hecho muchos robos y me ha inventado cuentos horrendos. Pero yo la sigo tratando con gran cariño, como si fuera mi mejor amiga". Más adelante añade: "Las gentes me viven inventando mil cosas malas que nunca he hecho y ni siquiera he pensado… pero bendito sea Dios que de lo malo que sí he hecho no saben nada!".

Un día va a una casa de citas a rescatar a una muchacha a la cual tiene allá obligada. La insultan, le lanzan piedras, le dicen todas las vulgaridades que nunca había escuchado, pero ella sigue sonriendo como si estuviera recibiendo honores, sale por entre esa multitud infernal, llevándose a la muchacha y salvándola para siempre.

La reina de España que la aprecia mucho la invita al palacio para pedirle unos consejos. Entonces Micaela que en otros tiempos era una de las mujeres más elegantemente vestidas de la capital, se va allá con vestidos viejos y desteñidos. Las damas de la corte se burlan de ella y ni siquiera le contestan el saludo, pero ella sale de aquel palacio muy contenta, porque pudo practicar la virtud de la humildad.

Una mujer mala le inventa tremendas calumnias. El obispo llama a nuestra santa y le lanza el regaño más espantoso. El Padre Director Espiritual, P. Carasa, le niega hasta el saludo. Micaela no se defiende. Ella recuerda lo que decía San Francisco de Sales: "Dios sabe qué tanta cantidad de buena fama necesito, y El me concederá la suficiente buena fama para que pueda seguir trabajando por las almas". Después saben que todo lo que habían dicho eran calumnias, y le piden excusas. Ella mientras tanto no había perdido la alegría ni la paz.

El 6 de enero de 1859, con siete compañeras funda la Comunidad de Hermanas Adoratrices del Santísimo Sacramento, dedicadas a adorar a Cristo Jesús en la Eucaristía y a trabajar por preservar a las muchachas en peligro, y a redimir a las pobres que ya cayeron en los vicios y en la impureza.

Su comunidad se extendió por Barcelona, Valencia y Burgos y ahora tiene 1,750 religiosas en el mundo en 178 casas.

Ella escribiendo a sus religiosas les decía: "Difícil encontrar otra fundadora de comunidad que haya sido más acusada, más calumniada y más regañada que yo. Mis acciones las juzgan de la peor manera posible". Pero también podía repetir las palabras de San Pablo: "Poco me interesa lo que las gentes están diciendo de mí. Mi juez es Dios".

En sus casas mandaba colocar esta bella frase, un mensaje de Dios a sus religiosas para que no se desanimaran en la pobreza y en las dificultades: "MI PROVIDENCIA Y TU FE, MANTENDRÁN LA CASA EN PIE".

La Madre Micaela había estado socorriendo a los enfermos en la peste de tifo negro en los años 1834, 1855 y 1856, y había logrado no contagiarse. Pero en el año 1856 al saber que en Valencia había estallado la terrible peste del tifo, se fue allí a socorrer a los apestados. Y se contagió de la mortal enfermedad.

Al padre confesor le dijo: "Padre, esta es mi última enfermedad". Y en verdad que fue la última y la más dolorosa. Calambres casi continuos. Dolores agudísimos. El médico declaró: "Nunca había visto a una persona sufrir tanto y con tan grande paciencia y heroísmo".

El 24 de agosto de 1856, a las 12, abrió los ojos, los elevó hacia el cielo y murió. La enterraron sin ninguna solemnidad en una fosa ordinaria en el cementerio.

Pero Dios la glorificó haciendo milagros por su intercesión y hoy sus religiosas siguen salvando del pecado y de la perdición a miles de jóvenes en todo el mundo.