> SoydelaVirgen : 09/28/20

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Del 28 de Septiembre al 6 de Octubre: Novena a Nuestra Señora del Rosario

 El 7 de octubre es fiesta de Nuestra Señora del Santo Rosario. Según la tradición fue la propia Madre de Dios quien un día se le apareció a Santo Domingo de Guzmán (1170-1221), le enseñó a rezar el Santo Rosario y le pidió que se propagara esta práctica, prometiéndole que muchos pecadores se convertirían y obtendrían abundantes gracias.

A pocos días de la gran celebración en honor a Nuestra Señora del Santo Rosario, aquí una novena para pedir su intercesión:


Por la Señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios Nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Acto de contrición

¡Señor mío, Jesucristo!
Dios y Hombre verdadero,
Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita,
y porque os amo sobre todas las cosas,
me pesa de todo corazón de haberos ofendido;
también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.
Ayudado de vuestra divina gracia
propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta.
Amén.

Oración inicial

¡Oh Madre y clementísima Virgen del Rosario! Tú que plantaste en la Iglesia, por medio de tu privilegiado hijo Domingo, el místico árbol del Santo Rosario, haz que abracemos todos tu santa devoción y gocemos su verdadero espíritu; de suerte que aquellas místicas rosas sean en nuestros labios y corazón, por los pecadores medicina y por los justos aumento de gracia.

Primer día

"Dios te salve". ¡Cuánto mi alma se alegra, amantísima Virgen, con los dulces recuerdos que en mí despierta esta salutación! Se llena de gozo mi corazón al decir el "Ave María", para acompañar el gozo que llenó tu espíritu al escuchar de boca del Ángel, alegrándome de la elección que de ti hizo el omnipotente para darnos el Señor. Amén.

Segundo día

¡"María" nombre santo! Dígnate, amabilísima Madre, sellar con tu nombre el memorial de las súplicas nuestras, dándonos el consuelo de que lo atienda benignamente tu Hijo Jesús, para que alcancemos aburrimiento grande a todas las vanidades del mundo, firme afición a la virtud, y ansias continuas de nuestra eterna salvación. Amén.

Tercer día

"Llena eres de gracia". ¡Dulce Madre! Dios te salve, María, sagrario riquísimo en que descansó corporalmente la plenitud de la Divinidad: a tus pies se presenta desnuda mi pobre alma, pidiendo la gracia y amor de Dios, con el que fuiste enriquecida, haciéndote llena de virtud, llena de santidad, y llena de gracia. Amén.

Cuarto día

"El Señor es contigo". ¡Oh Santísima Virgen! Aquel inmenso Señor, que por su esencia se halla con todas las cosas, está en ti y contigo por modo muy superior. Madre mía venga por ti a nosotros. Pero ¿cómo ha de venir a un corazón de tan poca limpieza, aquel Señor, que para hacernos habitación suya, quiso con tal prodigio, que no se perdiese, siendo Madre tu virginidad? ¡Oh! muera en nosotros toda impureza para que habite en nuestra alma el Señor. Amén.

Quinto día

"Bendita tú eres entre todas las mujeres". Tú eres la gloria de Jerusalén: tú la alegría de Israel: tú el honor del pueblo santo de Dios. Obtenga por tu intercesión nuestro espíritu la más viva fe, para considerar y adorar con tu santo Rosario las misericordias que en ti y por ti hizo el Hijo de Dios. Amén.

Sexto día

"Bendito es el fruto de tu vientre Jesús". Lloro, oh Madre mía, que haya yo hecho tantos pecados, sabiendo que ellos hicieron morir en cruz a tu Hijo. Sea el fruto de mi oración, que no termine nunca de llorarlos, hasta poder bendecir eternamente aquel purísimo fruto de tu vientre. Amén.

Séptimo día

"Santa María, Madre de Dios". No permitas se pierda mi alma comprada con el inestimable precio de la sangre de Jesús. Dame un corazón digno de ti, para que amando el recogimiento, sean mis delicias obsequiártelo con el santo Rosario, adorando con él a tu Hijo, por lo mucho que hizo para nuestra redención, y por lo que te ensalzó, haciéndote Madre suya. Amén.

Octavo día

"Ruega por nosotros pecadores". ¡Madre de piedad! A ti solo dijo aquel Rey soberano de la gloria: Tú eres mi Madre. Alcánzame humildad y plena confianza, dispuesto de este modo, con el auxilio de Dios, a recibir los favores de la Divina misericordia, por los méritos de tu Hijo y Redentor nuestro. Amén.

Noveno día

"Ahora, y en la hora de nuestra muerte", estamos siempre expuestos a perder la gracia de Dios. Haz que no se aparte de mi memoria al último momento de la vida, que habrá de ser decisivo de mi eterna suerte. ¡Oh Madre de piedad! concédeme el consuelo de morir bajo tu protección y en el amor de mi Jesús. Amén.

Súplica a la Virgen

Madre, una gracia te pido, que me sanes en cuerpo y alma. Sé que debo despojarme de mi orgullo y de todos mis pecados, que lejos estaba de ti, que un negro velo cubría mi alma. Hoy te descubro y quiero vivir. Detén tu mano y pósala en mi corazón. Amén.

Se dicen las intenciones de la novena y se rezan tres padrenuestros, avemarías y glorias.

Consagración a la Virgen

¡Oh Madre, quiero consagrarme a ti!
Virgen María, hoy consagro mi vida a ti.
Siento necesidad constante de tu presencia en mi vida
para que me protejas, me guíes y me consueles.
Sé que en ti mi alma encontrará reposo
y la angustia en mí no entrará.
Mi derrota se convertirá en victoria,
mi fatiga en ti fortaleza es. Amén.

Oración final

¡Oh Santísima Virgen, Madre de Dios, dulce refugio y consuelo piadoso de todos los afligidos! Por aquella confianza y autoridad de Madre con que puedes presentar nuestros ruegos al que es árbitro soberano de nuestro bien, intercede una y otra en favor nuestro. Consíguenos el reformar con el Santo Rosario nuestras vidas, estudiando en tan dulce libro la fiel imitación de tu Hijo Jesús, hasta que podamos adorarlo y amarlo por todos los siglos de los siglos. Amén.

Se sugiere también rezar el Santo Rosario o al menos una decena, correspondiente al día.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

28 de Septiembre: Memoria Litúrgica de san Lorenzo Ruiz y compañeros mártires

Nos encontramos en el siglo XVII. La misión en el sudeste asiático, especialmente en las islas de Japón, Filipinas y Taiwán -entonces todavía Formosa- está encomendada a los dominicos, la Orden de Predicadores, que contribuyen a la difusión de la Palabra de Dios en estas tierras dando un admirable testimonio de la universalidad de la fe cristiana y confirmando la proclamación del Evangelio con el sacrificio de sus vidas.

El edicto contra los cristianos

El cristianismo, inicialmente tolerado en los países del Lejano Oriente, comenzó a considerarse amenazador cuando gracias al trabajo de los misioneros que obtenían muchas conversiones se extiendió rápidamente. Así, el 28 de febrero de 1633, el Shogun Tokagawa Yemitsu - el supremo líder militar de la nación - con un edicto que afectaba a los extranjeros, estableció que todos los fieles de la nueva religión fueran perseguidos y encarcelados en la prisión de Omura. No era la primera vez que se tomaba una decisión de este tipo en Japón: una primera ola de persecución, con unos doscientos mártires, tuvo lugar entre 1617 y 1632.

Lorenzo Ruiz, mártir por amor a Cristo

Lorenzo nació en Binondo, un distrito de la ciudad de Manila, capital del archipiélago filipino, y pronto abrazó la fe cristiana. Casado y padre de familia, se unió a un grupo de misioneros dominicos de la Provincia del Santo Rosario, que incluía las Filipinas, y con ellos realizó su apostolado en varios países asiáticos, como Taiwán y Japón. Fue víctima de la persecución anticristiana en suelo japonés, donde fue martirizado el 29 de septiembre de 1637.

¿Quiénes eran los 15 compañeros mártires

El grupo de 15 compañeros mártires de San Lorenzo Ruiz, todos de alguna manera vinculados a la Orden Dominicana, incluye nueve japoneses, cuatro españoles, un francés y un italiano. Aquí están sus nombres: Domingo Ibáñez de Erquicia Péerez de Lete, sacerdote; Francisco Shoyemon, novicio; Santiago Kyuhei Gorobioye Tomonaga, sacerdote; Lucas Alonso Gorda, sacerdote; Mateo Kohioye, novicio; Magdalena de Nagasaki, terciaria dominical y agustina; Marina de Omura, terciaria dominica; Jacinto Jordán Ansalone, sacerdote; Tomás Hioji Kokuzayemon Nishi, sacerdote; Antonio González, sacerdote; Guillermo Courtet, sacerdote: Miguel Lèibar Garay de Aozarara, sacerdote; Vicente Shiwozuka, sacerdote; Lázaro de Kyoto, laico.

28 de Septiembre: Memoria Litúrgica de san Wenceslao, duque y mártir

 


Fue Wenceslao hijo de Uratislao, duque de Bohemia , y de Drahomira de Luczko, nieto de Borivor, el primer duque cristiano, y de la bienaventurada Ludmila. Su padre Uratislao fue un príncipe prudente y valeroso, lleno de bondad y muy cristiano; pero su madre Drahomira era gentil, sin haberla podido jamás convertir ni las exhortaciones, ni el celo, ni los buenos ejemplos de su marido. Naturalmente era de genio altivo y fiero, añadiendo a la impiedad la crueldad y la perfidia. Tuvo dos hijos, Wenceslao, que fue el primogénito, y Boleslao, que nació el segundo. Conociendo santa Ludmila lo peligroso que era fiar la educación de los niños a una madre idólatra, cuyas costumbres eran correspondientes a su profesión, deseó criar en su palacio por lo menos a uno de los dos. Dejáronsele á su elección, y escogió al hijo mayor, en cuyo admirable natural descubría bellas disposiciones para lograrse en él una cristiana educación. Fue pues, Wenceslao enviado a Praga al palacio de su abuela. Encargóse la virtuosa Princesa de formar por sí misma aquel tierno corazón, repartiendo el cuidado de su educación con un sabio preceptor que le señaló. Era este un capellán suyo, sacerdote santo, por nombre Pablo, que llenó dignamente todo el deseo de la Princesa en las lecciones que le dio para cultivar a un mismo tiempo su entendimiento con el estudio de las letras, y su corazon con el amor y con el ejercicio de la virtud.

Correspondió el tierno Príncipe tan perfectamente á este cultivo por la excelencia de su ingenio, por su docilidad y por su natural inclinación á todo lo bueno, que desde luego fue reputado por uno de los príncipes más cabales que había a la sazón en la Europa. No solo no tenía necesidad el preceptor de excitarle al cumplimiento de las obligaciones del estudio y de la Religión, sino que se veía precisado a moderar los excesos de su ardor por unas y otras. Habiéndose adelantado mucho, y estando ya perfeccionado en el estudio de las letras humanas, resolvió Ludmila, de acuerdo con su preceptor, enviarlo al colegio de Budex, ciudad poco distante de Praga, donde a la sazón se educaban muchos jóvenes de la primera nobleza, y todos cristianos; bien persuadida a que solo en los colegios y en los estudios públicos reina la pundonorosa emulación, no habiendo cosa más ingrata ni más seca que una educación privada y particular.

El que gobernaba el colegio, con nombre y con autoridad de principal o de redor, era un clérigo de Neis en Silesia, hombre muy piadoso, y tan conocido por su gran sabiduría como por la santidad de su vida. Bajo la disciplina de un maestro tan hábil y tan santo acabó el joven príncipe sus estudios, y se perfeccionó en el ejercicio de las más excelentes virtudes. Distinguióse mucho entre todos por la penetración y por la brillantez de su ingenio; pero se distinguió mucho más por la pureza de sus costumbres, por su devoción y por su celo de la religión cristiana. Solo parecía niño en la edad. Por lo demás modesto sin afectación, amigo de complacer a todos con decoro y sin bajeza, circunspecto en todas sus acciones, noble y grande hasta en las más menudas, y cristiano siempre en todo, se le consideró desde entonces como perfecto modelo de los mayores príncipes.

Su devoción sobresaliente era a Jesucristo en el augusto Sacramento, y una singular ternura a la santísima Virgen: esta Reina de las Vírgenes le alcanzó aquel extremado amor a la pureza que pareció ser el carácter de este castísimo Príncipe, huyendo con particular cuidado todas las ocasiones de perderla, o de mancharla. Como su mismo nacimiento le destinaba para tener algún día vasallos que mandar, se dedicó con tiempo a adquirir todas las cualidades y prendas de un buen señor. Á todos hechizaba su modestia, y su apacible trato le hacía dueño de los corazones de todos. En ningún otro joven príncipe se vieron nunca, ni modales más nobles, ni prendas más amables, ni costumbres más puras. Murió el Duque su padre siendo aún muy joven Wenceslao, y apoderándose inmediatamente Drahomira su madre de la regencia y del gobierno, faltándola ya el freno del Duque su marido, se abandonó enteramente a su cruel humor ; y dejándose llevar de su implacable odio al nombre cristiano, se declaró contra la Religión con un furor sin medida. Dio principio publicando un decreto fulminante, en que mandaba cerrar todas las iglesias, y cesar en todo ejercicio de religión: prohibía a los sacerdotes instruir al pueblo; excluía a los maestros cristianos de la enseñanza de la juventud; anulaba todo lo que su suegro Borivor y Uratislao su marido habían establecido en favor de los Cristianos; y, en una palabra, desterraba la religión cristiana de todos sus dominios. Depuso de sus empleos a todos los magistrados y a todos los oficiales cristianos, nombrando en su lugar idólatras empedernidos, y enteramente sacrificados a sus pasiones y a su tiranía. Fue tan cruel y tan bárbara la persecución, que todo gentil particular tenía licencia para quitar la vida a cualquier cristiano, sin que a este le fuese lícita ni aun la defensa natural; y si por defender su vida se la quitaba a un gentil, la cruel Princesa condenaba a muerte a otros nueve cristianos; de manera que la muerte de un culpado costaba la vida a diez inocentes.

Afligida la piadosa Ludmila a vista de tantos desórdenes, no pudiendo ya sufrir que a sus mismos ojos fuese destruida una religión que a costa de tantas fatigas habían establecido el Duque su marido, el Duque su hijo, y también ella misma, no halló medio más eficaz para remediar tantos males que disponer tomase las riendas del gobierno su nieto Wenceslao, que, aunque tan joven, tenía toda la prudencia y todos los talentos necesarios para gobernar un pueblo de quien era las delicias y la admiración. Habiéndole declarada duque todos los Estados, fue universal el alborozo en toda la Bohemia, resonando en todas partes fiestas y regocijos públicos. Drahomira, universalmente aborrecida por su crueldad, y objeto de la execración general por sus estragadas costumbres, cedió sin ruido; más para evitar toda disensión entre los dos hermanos, se convino en un repartimiento, y se desmembró una provincia a la parte superior del Elba, que se le dio a Boleslao, y de su nombre se llamó desde entonces Boleslavia. Viéndose abandonada la impía Drahomira, se arrimó al partido del hijo segundo, el cual valía tanto como la madre.

El nuevo Duque dio principio a su gobierno restituyendo la religión cristiana en todos sus Estados a su antigua posesión; anulo todos los edictos que Drahomira había publicado para aniquilarla; y persuadido a que el medio más eficaz para hacer que florezca la Religión es el ejemplo del soberano, se esforzó cuanto pudo a reformar las costumbres de sus vasallos, con el mudo pero brillante modelo de las suyas. Pasaba en oración gran parte de la noche, y dedicaba a ejercicios de piedad todo el tiempo que le dejaban libre los negocios públicos. Luego se vio reinar en todos sus dominios la paz y la justicia, refloreciendo la Religión por el gran cuidado que puso en elegir ministros y oficiales de conocida bondad e integridad. Mudó presto de semblante toda la Bohemia, y rindió mil gracias al Señor por haberla concedido un duque santo.
Desesperada mientras tanto Drahomira al ver otra vez cristiano a todo el ducado de Bohemia, y noticiosa de la eminente virtud del Duque su hijo, conoció fácilmente que todo era fruto de los prudentes consejos de su suegra Ludmila; y resuelta la furiosa nuera a desembarazarse de ella, sobornó aciertos infames asesinos para que la quitasen la vida. Noticiosa de todo la virtuosa Princesa, sin ignorar quiénes eran los asesinos sobornados, en vez de dar orden de prenderlos, llamó á todos sus criados, pagóles y recompensó sus servicios abundantemente; repartió entre los pobres todo el dinero, muebles y alhajas que le habían quedado; metióse en su oratorio, mantúvose postrado por algún tiempo delante del altar; confesóse con su confesor y capellán el santo sacerdote Pablo ; recibió de su mano el santo Viático, encomendó su alma a Dios, y se quedó en oración. Mientras se estaba ofreciendo al Señor como víctima de la Religión, entraron dos asesinos, y arrojándose con furor sobre la santa Princesa, la ahogaron con la misma toca o velo que tenía. Así murió santa Ludmila, a quien la Iglesia honra como mártir el día 16 de este mes.

Noticioso san Wenceslao de este cruel asesinato, sintió vivísimamente lo mucho que con él había perdido; lloró la falta de una abuela que le había criado con tanto desvelo, y solo se consoló con la seguridad de que lograría en el cielo una poderosa protectora contra las persecuciones que desde luego conoció le harían padecer un cruel hermano y una madre desnaturalizada. Poco tardó esta en darle pruebas de sus perniciosos intentos. Suscitóle un poderoso enemigo en la persona de Radislao, príncipe de Gurima, que entró en sus tierras con un numeroso ejército; y despreciando las pocas fuerzas de un duque joven, sin experiencia y sin aliados, no dudó que toda la Bohemia seria el fruto de aquella sola campaña. Admirado Wenceslao de aquella irrupción, le envió sus embajadores para preguntarle qué motivo le había dado para declararle la guerra, con orden de ofrecerle todo género de honestas y decorosas condiciones para efectuar la paz. Pareciéndole al príncipe de Gurima que la embajada era prueba de la flaqueza y del miedo, respondió con fiereza que la única condición para conseguir la paz era cederle toda la Bohemia.

Viéndose el Santo en la precisión de defenderse, juntó precipitadamente un ejército, y marchó a buscar al enemigo que hacia grandes estragos en todo el país que pisaba. Cuando los dos ejércitos estuvieron a la vista, Wenceslao pidió una conferencia a Radislao, y le dijo, que no habiendo medio de hacerse la paz sino a costa de una batalla, no era justo que se derramase tanta inocente sangre; y puesto que solos ellos dos eran o la causa, o los autores de sus diferencias, solos ellos debían terminarlas por un combate singular que decidiese la victoria. Oyó Radislao con lástima y con risa la proposición del joven Duque, y la trató de temeraria; pero la aceptó tanto mas gozoso, cuanto se consideraba orgullosamente seguro de la victoria; y así retirándose groseramente le dijo con desprecio: Anda, príncipe, ve a tomar tus armas, que presto se decidirá este negocio.

Dejáronse ambos ver en el campo de batalla á la hora señalada; Radislao cubierto de todas armas, como otro Goliat, con un dardo en la mano, y con una larga espada en la vaina; Wenceslao con sola una ligera coraza y una espada muy corta, como quien tenía colocada en el cielo toda su confianza. Hizo la señal de la cruz, como para dar principio al combate; iba Radislao a dispararle su dardo, cuando vio delante de sí dos Ángeles, y oyó una voz que le dijo: No le tires. Apoderóse entonces de su corazón tal terror y tal espanto, que dejó caer las armas en tierra, y corriendo a echarse a los pies de Wenceslao, le pidió perdón, y se sujetó a todas las condiciones que el victorioso Duque le quisiese prescribir. Los dos ejércitos no acababan de creer lo mismo que estaban viendo; y entonces se conoció que Wenceslao era un príncipe particularmente favorecido del cielo, a quien Dios había tomado debajo de su protección, y que siempre tendría de su parte al Señor Dios de los ejércitos.
A la verdad, ningún príncipe cristiano mereció más estos insignes favores. Ningún soberano dio jamás mayores pruebas de una fe más viva, de una caridad más ardiente, ni de una virtud más encumbrada. Su devoción á la sagrada Eucaristía no solo se acreditaba en el profundo respeto con que estaba delante del santísimo Sacramento, y de su frecuente asistencia al pie de los altares, pasando en la iglesia la mayor parte de la noche, sino por la veneración que profesaba a todo lo que tenía alguna correlación con este divino misterio. El mismo sembraba con sus propias manos el trigo que había de servir para las hostias, y exprimía las uvas del vino destinado al santo sacrificio. Tenía particular devoción en ayudar a misa, y por la tierna que profesaba a la santísima Virgen resolvió guardar perpetua castidad toda la vida.
Pudiera parecer que su caridad con los pobres le hacía olvidar, o le envilecía la dignidad de soberano, si no se supiera que nunca es mayor un príncipe que cuando sirve á los miserables. Declaróse desde luego por protector de los pobres y de los huérfanos. Era su mayor gusto disfrazarse por las noches, y llevar sobre sus hombros haces de leña a las casas de los necesitados. Muchas veces se le vio asistir en persona a los entierros de la gente pobre, diciendo que las obras de misericordia decían mejor y eran más propias de los grandes que del menudo pueblo. Pocos días dejaba de visitar a los encarcelados; libraba muchas veces a los que estaban presos por deudas, pagándolas de su bolsillo, y consolaba con admirables razones a los delincuentes.
Hacia más respetables y más respetados del público a los obispos y a los sacerdotes con los particulares honores que él mismo les tributaba. Siempre estaba descubierto delante de los ministros del altar, y siempre les hablaba con el mayor respeto. Quien le viese en sus devociones y ejercicios espirituales, juzgaría que no tenía otra cosa a que atender; y quien le mirase en el gabinete despachando los negocios del Estado, creería que no cuidaba de otra cosa. Llamábanle comúnmente el santo Príncipe; y era el Duque de Bohemia la admiración de todas las cortes. Sabiase que en la ocasión era valiente, pero sin dejar jamás de ser devoto.
Precisado a concurrir a la dieta de Wormes que había convocado el emperador Otón I, sostuvo perfectamente la reputación de su virtud en todas las ocasiones. Pagóse tanto el Emperador de su santidad y de las demás prendas que le adornaban, que resolvió erigir en reino el ducado de Bohemia, .por hacerle este favor; pero el santo Duque no le quiso admitir, contentándose con la gracia que le hizo el Emperador de eximir de todos subsidios a aquellos Estados; favor que agradeció mucho, por ser en tanta utilidad de sus vasallos.
Dícese que un día, por haber querido oír dos misas, llegó tarde a la asamblea; y que así el Emperador como los demás príncipes, sentidos de aquella tardanza, resolvieron desairarle, para que conociese su ofensión, no levantándose al tiempo de entrar en la sala; pero luego que se dejó ver en ella, fueron de muy distinto parecer, porque le vieron venir en medio de dos Ángeles que llevaban delante de él una cruz de oro, y no solo el Emperador se levantó de su trono imperial, sino que se adelantó algunos pasos para recibirle, y le hizo ocupar el primer asiento inmediato al mismo trono. Todos los demás príncipes le rindieron grandes honores; y deseoso el Emperador de darle gusto, le regaló con el brazo de san Vito, que se había traído de Francia al monasterio de Corbia en Sajonia. También le regaló con algunos huesos de san Segismundo, rey de Borgoña, a quien nuestro Santo profesaba particular devoción. Restituido a Praga, hizo edificar un suntuoso templo en honor de san Vito, que hoy es la catedral, a donde dispuso que fuese trasladado el cuerpo de su abuela santa Ludraila, que se halló entero y sin corrupción, honrándole Dios con gran número de milagros.

Cuanto más estimado y más venerado estaba nuestro Santo en toda la Alemania, pero particularmente en Bohemia, mas emponzoñada estaba contra él su cruel madre Drahomira y su hermano Boleslao. Resolvieron acabar con él, y concertaron los medios de conseguirlo, á tiempo que tuvieron noticia de que Wenceslao había pedido al Papa algunos monjes de san Benito, con ánimo de tomar el hábito, y retirarse con ellos á acabar su vida en un monasterio. Con esta novedad suspendieron por algún tiempo la ejecución de sus intentos; pero viendo que el otro pensamiento iba largo, determinaron efectuar el suyo.

Habiale nacido un hijo a Boleslao, y convidó al Duque su hermano, como también a los grandes de Bohemia, para que concurriesen a las fiestas que pensaba hacer con ocasión de este nacimiento. En medio de los grandes motivos que tenía nuestro Santo para desconfiar de su hermano, le pareció que no podía excusarse cortesana y decentemente de aquella visita. Las afectadas y extraordinarias demostraciones de amor con que fue recibido le aumentaron sus vastos recelos; ni la misma magnificencia del festín fue bastante para disminuirlos. Habíase dispuesto para todo acontecimiento con una extraordinaria confesión y comunión que hizo en Praga, antes de partir a Boleslavia. Hacia la media noche se levantó de la mesa para irse a la iglesia, según su costumbre. Fue muy fervorosa su oración, y con no sé qué secreto presentimiento de su muerte, se ofreció a Dios en sacrificio. Pareciéndola a Drahomira que esta era la ocasión que se buscaba, apuró al impío Boleslao para que se aprovechase de ella.

Obedeció el cruel parricida; pero al acercarse al altar, y levantarla espada para descargar el golpe, se apoderó de él tal horror, que se le cayó la espada de las manos. Levantáronla del suelo los facinerosos que le acompañaban, y tratándole de cobarde le animaron á evacuar el impío intento con que había venido. Entonces el desnaturalizado hermano le pasó de parte a parte la espada por el cuerpo, y le tendió muerto en tierra. Saltó la sangre a la pared, donde se conserva hasta el día de hoy. El día siguiente el impío homicida se apoderó de los Estados del santo Duque, y señaló su usurpación con una persecución horrible contra los Cristianos, llenando todas las ciudades de sangre y de carnicería. A la infeliz Drahomira no la duró mucho tiempo la impunidad; porque pasando un día por un campo todo cubierto de cuerpos de una multitud de Mártires sacrificados a su furor, a quienes ella había mandado que no se diese sepultura, se abrió de repente la tierra, y la tragó desgraciadamente a ella y a toda su comitiva. El impío Boleslao se atemorizó, pero no se convirtió. Creciendo sus espantos con los milagros que se obraban en el sepulcro del santo Mártir, mandó desenterrar de noche su cuerpo, y que fuese trasladado a Praga en la iglesia de San Vito, para que los milagros que obrase se confundiesen con los de san Vito, titular de la misma iglesia; pero confundió Dios la impiedad de Boleslao. Detuviéronse inmobles los caballos que conducían el carro donde iba la reliquia cuando llegaron junto a las cárceles de Praga, y no fue posible hacerlos andar un paso adelante, hasta que se dio libertad a todos los encarcelados. Otra maravilla, que tuvo por testigo a una numerosa multitud de pueblo, fue que el carretero que guiaba el carro nunca pudo hacer que los caballos pasasen por los dos puentes; y así, llevando con violencia al carro y carretero, pasaron a pie enjuto por medio del rio. Todos quisieron ver el santo cuerpo; y abriéndose la caja se halló tan entero y tan fresco como si estuviera vivo, aunque ya habían pasado tres años después de su muerte.

Sucedió el martirio de san Wenceslao el día 28 de setiembre del año 938. El impío Boleslao, por sobrenombre el Cruel, fue desgraciado por todo el tiempo de su reinado. El emperador Otón le batió por espacio de catorce años, y se vio obligado a recibir la paz con las siguientes condiciones: dar satisfacción al mundo por la muerte de Wenceslao con una penitencia pública y de grande humillación; pagar todos los años un tributo al Emperador; volver a llamará todos los católicos desterrados; reedificar todas las iglesias destruidas, y restituir la religión cristiana en todos sus dominios. Murió miserablemente en la flor de su juventud. Su hijo Boleslao II, llamado el Piadoso, tomó por modelo a su santo tío, y fue uno de los mayores príncipes de su tiempo.

27 de Septiembre: Memoria Litúrgica de san Vicente de Paúl, presbítero

 


Nació en Aquitania el año 1581. Fue enviado a los 14 años al colegio de los franciscanos de Dax que está a 5 kilómetros de Pouy. Dax es una ciudad próspera, de amplias calles y bellas mansiones. Vicente toma gusto a sus estudios, desea abandonar la vida rural; se siente con vergüenza sus orígenes y de su mismo padre. "Siendo un muchacho, cuando mi padre me llevaba a la ciudad, me daba vergüenza ir con él y reconocerle como padre, porque iba mal trajeado y era un poco cojo". "Recuerdo que en una ocasión, en el colegio donde estudiaba me avisaron que había venido a verme mi padre, que era un pobre campesino. Yo me negué a salir a verle".

Después de cuatro años de estudios en Dax, marcha a la gran ciudad de Toulose. Su padre acaba de morir en 1598, mientras Vicente tenía 17 años, ha recibido ya la tonsura y las órdenes menores. Su padre le deja parte de la herencia para pagar sus estudios, pero él rechaza esta ayuda; prefiere valérselas por sí mismo.

Para subsistir, enseña humanidades en el colegio de Buñet y sigue a la vez con sus estudios de Teología. En 1598 recibe el subdiaconado y el diaconado, y el 23 de Septiembre de 1600, en Chateau-l'Eveque, es ordenado sacerdote por el anciano obispo de Périgueux. "Si yo hubiera sabido, como lo he sabido después, lo que era el sacerdocio cuando cometí la temeridad de aceptarlo, habría preferido dedicarme a trabajar la tierra antes de ingresar en un estado tan temible," escribirá más tarde.

El obispo de Dax le ofrece una parroquia, pero hay otro candidato. Vicente renuncia, prefiere proseguir con sus estudios y apuntar más alto: aspira a ser obispo.  

En 1604 obtiene el doctorado en Teología. Se dirige a Burdeos. Acude a Marsella a un viaje bastante interesado. Una anciana dama de Toulose le ha dejado una herencia de 400 escudos, pero la anciana tiene a un deudor, a quien Vicente persigue hasta Marsella, donde consigue recuperar 300 escudos, para regresar a continuación a Toulose por Narbona.

En Marsella Vicente embarca para Narbona. Se va en barco, el cual es atacado por los turcos y Vicente cae prisionero. Los años 1605-1607 son en realidad muy misteriosos. Se cuenta que vendido como esclavo en Túnez, estuvo sucesivamente al servicio de cuatro distintos señores: un pescador, un médico, el sobrino de éste y, por último, un cristiano renegado. Por fin, convirtió a su amo, se escapó llegando a Avignon y desde allí a Roma. Luego fue a París hacia el 1608.

En 1609, poco después de su llegada a París, Vicente encontró a Pierre de Bérulle, sin duda en el hospital de la Caridad, adonde ambos iban a visitar enfermos. Bérulle tenía una doble vocación: la cura de las almas y la fundación de un grupo de sacerdotes espirituales. El clero salía en un estado lamentable de las guerras de religión; los decretos del Concilio de Trento referentes a la formación de los sacerdotes no se cumplen (de lo contrario, Vicente no habría sido ordenado a los 19 años, ya que el Concilio exigía 25 años de edad mínima para la ordenación sacerdotal) Eran muchos los obispos que vivían como grandes señores, alejados de sus diócesis.

Se está abriendo paso un nuevo movimiento. En Italia, Felipe Neri ha fundado la congregación sacerdotal del Oratorio, que al igual que los oblatos fundados en Milán por Carlos Borromeo, desea vivir un sacerdocio fervoroso. Bérulle trata de convencer a Francisco de Sales para que funde el Oratorio en Francia, el cual rechaza la oferta. Entonces éste, a instancias del Arzobispo de París, Henri de Gondi, fundará en 1611 el Oratorio de París, "una congregación de eclesiásticos en la que se practicara la pobreza, en contra del lujo; se hiciera el voto de no pretender beneficio o dignidad alguna, en contra de la ambición, y se viviera igualmente el voto de dedicarse a las funciones eclesiásticas, en contra de la inútil inactividad.

Vicente pone manos a la obra y muy pronto, el 23 de agosto, lee ante unas cuantas mujeres cuyo corazón se ha visto afectado igual que el suyo por aquella miseria, un texto que constituye todo un programa de ayuda a los enfermos. Dicho texto servirá de modelo, en adelante, a todos los posteriores textos fundacionales de las "Confréries de Charité" (Hermandades de Caridad). Las Cofradías se multiplicaron; hoy en algunos países se les llama "equipos de San Vicente". La Fundación de la Compañía de las Hijas de la Caridad siguió unos años más tarde (1633). La co-fundadora fue Santa Luisa de Marillac.

Vicente no quiere permanecer por más tiempo con los Gondi y así se lo hace saber a Bérulle en mayo de 1617. Se traslada el 1 de agosto de aquel mismo año a una pequeña parroquia entre Lyon y Ginebra, en la región de Bresse: Chatillon-des-Dombes, donde ejerce como párroco.

Los Gondi, y con ellos Bérulle, desean que Vicente se reintegre a su puesto y resuma sus funciones de capellán y preceptor. Le llaman a París. Vicente llega a casa de los Gondi la víspera de Navidad de 1617, tras un año decisivo en el que ha encontrado su camino, el camino de la compasión y la ternura para con quienes se hallan sumidos en el abandono. Utilizando su puesto como base de operaciones, empieza a establecer sus pequeñas asociaciones de caridad.

En noviembre de 1618 se encuentra en París Francisco de Sales. El Obispo de Annecy, que tiene ya cincuenta y un años, ha publicado dos años antes su Tratado del Amor de Dios. Francisco de Sales es célebre por la inmensa dulzura en sus discusiones con los protestantes y por su bondad para con los pobres y enfermos a quienes les daba todo, incluso lo que no era suyo y lo tomaba prestado. En 1610, el Obispo de Sales funda la Visitación, congregación religiosa femenina y desea que se consagren al cuidado de los enfermos. Las primeras Visitandinas se ocupan de los enfermos de Annecy.

A su llegada a París, Francisco de Sales es objeto de una entusiasta acogida; con su palabra evangélica y sencilla, conoce a la Madre Angélica Arnauld, a Bérulle y a Vicente, que queda impresionado por su dulzura: "Tan suave era su bondad, que las personas favorecidas por sus conversaciones la sentían cuando ésta penetraba dulcemente en sus corazones. Yo mismo he soñado tales delicias".

No es posible entender el entusiasmo que despierta Francisco de Sales en París y en todas partes si no se tiene en cuenta la situación de Europa en estos comienzos del siglo XVII. Las poblaciones no han dejado de verse afligidas por grandes males, lo cual ha provocado en ellas un enorme trauma; la angustia y la desesperación se generalizan, y la Iglesia señala con el dedo los diversos chivos expiatorios: los turcos, las brujas, los judíos, los herejes...; e insiste además continuamente en ese otro peligro, distinto del que aflige al cuerpo: el peligro de perder el alma. Francisco de Sales, rebosante de bondad, es un mensaje que, para liberar; los temores, no apela al iluminismo ni a remedios vanos, sino al realismo y al sentido común del hombre; para los hombres de comienños del siglo XVII se trata de una inmensa convocatoria a la esperanza. Este mensaje y su eficañ puesta en práctica muestran al hombre que la verdadera bondad humana procede de Dios y que, a la veñ, la bondad de Dios es muy superior a toda bondad humana: ahí radica el secreto de la vida de Vicente y de Francisco. Su Dios es un Dios de ternura y de bondad; y al haberlo experimentado así, desean expresarlo por medio de su propia vida. Francisco de Sales será para Vicente un punto de referencia constante. Por su parte, Francisco de Sales, que ha reconocido en Vicente, le pide que se haga cargo de la capellanía de las Visitandinas de París y de la dirección espiritual de Juana de Chantal.

La espiritualidad de Vicente posee la solidez del corazón que la vive sin reservas. Podemos ver la expresión de esta espiritualidad en una conferencia que da el 19 de septiembre de 1649 a las Hijas de la Caridad, donde concreta y analiza "los dos amores": el amor afectivo y el amor eficaz. El primero es "la ternura hacia las cosas que se ama", "la ternura del amor". Este amor, dirá más tarde, hace que uno se vuelva hacia Cristo "tierna y afectuosamente, como un niño que no puede separarse de su madre y grita "¡mamá!", cuando la ve alejarse" (notemos que Vicente habla aquí de Cristo como una madre).

Pero este amor efectivo es para él el más pequeño de los dos, es el amor de los comienzos; y compara los dos amores con dos hijos de un mismo padre; pero resulta que el amor efectivo "es el hijo pequeño al que el padre acaricia, con quien se entretiene jugando y cuyos balbuceos le encanta oír"; pero el amor eficaz, es mucho mayor; es un hombre de veinticinco o treinta años, dueño de su voluntad, que va adonde le place y regresa cuando quiere, pero que a pesar de ello, se ocupa de los asuntos familiares".

Vicente insiste mucho en este segundo amor y en el "quehacer" que conlleva: "Si hay alguna dificultad, es el hijo quien la soporta; si el padre es labrador, el hijo cuidará de que estén en orden las tierras y arrimará el hombro". En este segundo amor apenas se siente que se es amado y se ama: "Parece como si el padre no sintiera por el hijo ninguna ternura y no le amará". Sin embargo -afirma Vicente-. a este hijo mayor el padre "le ama más que al pequeño". Y añade Vicente: "Hay entre vosotras algunas que no sienten a Dios en absoluto, que jamás le han sentido, que no saben lo que es sentir gusto en la oración, que no tienen la menor devoción, o al menos así lo creen... Hacen lo que hacen las demás, y lo hacen con un mayor que es tanto más fuerte cuanto menos lo sienten. Este es el amor eficaz que no deja de actuar, aun cuando no se deje ver".

Vicente quiere que se pase al amor eficaz, porque teme la nostalgia propia de las resoluciones demasiado generales y de las efusiones afectivas; a propósito de las resoluciones, puestas incluso por escrito por una determinada dama, escribe a Luisa de Marillac que tales resoluciones le parecen "buenas", pero que le "parecerían aún mejores si (la tal dama) descendiera un poco más a lo concreto", porque lo importante para él son los actos, mientras que "lo demás no es sino producto del espíritu, que habiendo hallado cierta facilidad y hasta cierta dulzura en la consideración de una virtud, se deleita con el pensamiento de ser virtuosos"; es preciso, pues, llegar a los "actos" porque, de lo contrario, se queda uno en la "imaginación".

Para Vicente, la oración es lo primero; era muy práctico pero esa práctica se fundamentaba en una profunda intimidad con Jesucristo, o sea, en la vida interior de oración.

Vicente encuentra en su camino a los jansenistas. Jansenio había comenzado a escribir su Augustinus en 1628; Roma lo condena en 1641; pero Vicente, antes incluso de esta condena, ya había tomado postura contra el jansenismo.

En lugar de ponerse en tensión y tratar de que Dios se adapte a unos determinados moldes para el alma, Vicente, en oposición a los jansenistas, no dejará de proponer abandonarse tranquilamente a Dios. La gracia tiene sus momentos. Abandonémonos a la Providencia de Dios y guardémonos muy mucho de anticiparnos a ella.

Vicente era enemigo de la actividad compulsiva. Si dio mucho fruto es porque utilizaba muy bien el tiempo guiado y movidas sus velas por la fuerza del Espíritu Santo. A partir de 1645 dicta o redacta personalmente unas diez cartas por día -tiene dos secretarios-, sigue de cerca la actividad de todas las casas de caridad y de todos los sacerdotes de la Misión; afluyen las vocaciones y se abren nuevas casas en Génova, Turín y Roma. En 1646 se funda una casa en Argel (donde estallará la peste en 1647) y se pide a la congregación que acuda a Marruecos; aquel mismo año se envían sacerdotes a Irlanda y Escocia. En 1648 va un grupo de misioneros a Madagascar. En 1651 parte un grupo para Polonia. En 1660, justamente antes de su muerte, Vicente concibe un proyecto de misiones en América y en China.

Entre 1650 y 1660 son particularmente tres regiones de Francia las que perciben mayor ayuda: la Ile-de-France, la Champagne y la Picardie cuyas provincias han sido saqueadas y devastadas por los soldados. A partir de 1652, las consecuencias de la guerra afectan a todas las familias de Francia. Pero Vicente prosigue su actividad sin descanso, entregando siempre toda su persona. Lo único que exigía a los suyos era bondad, constancia y dulzura.

El 18 de abril de 1659, un año antes de su muerte, Vicente escribe unas largas consideraciones sobre la humildad, que presenta como la primera cualidad de un sacerdote de la Misión.

En julio de 1660 se ve obligado a guardar cama. Toda su vida había sido una persona fuerte y robusta; el típico campesino de pequeña estatura - medía 1 metro y 62 centímetros-, poseía una enorme resistencia, como si estuviera hecho de cal y canto. Entre julio y septiembre de 1644 se teme por su vida, pero sale bien, aunque se le prohibe montar a caballo; tenía las piernas inflamadas y tenía que caminar con un bastón. En el invierno de 1658 y 1660 el frío vuelve a abrir las llagas de sus piernas y poco a poco, se ve forzado a permanecer inmóvil. Se queda en Saint-Lañare, en medio de los pobres.

Su corazón y su espíritu se mantienen totalmente despiertos, pero en septiembre las piernas vuelven a supurar y el estómago no admite ya el menor alimento. El 26 de septiembre, domingo, le llevan a la capilla, donde asiste a Misa y recibe comunión. Por la tarde se encuentra totalmente lúcido cuando se le administra la extremaunción; a la una de la mañana bendice por última vez a los sacerdotes de la Misión, a las Hijas de la Caridad, a los niños abandonados y a todos los pobres. Esta sentado en su silla, vestido y cerca del fuego. Así es como muere el 27 de septiembre de 1660, poco antes de las cuatro de la mañana, a la hora que solía levantarse para servir a Dios y a los pobres. Multitudes habían conocido los beneficios de su caridad.

San Vicente fue consejero de gobernantes y verdadero amigo de los pobres. "Monsieur Vincent", como se le llamaba, estimulaba y guiaba la actividad de Francia en favor de todas las pobrezas: envió misioneros a Italia, Irlanda, Escocia, Túnez, Argel, Madagascar, así como a Polonia donde luego fueron las Hijas de la Caridad. Se rodeó de numerosos colaboradores, sacerdotes y seglares y, en nombre de Jesucristo, los puso al servicio de los que sufren.

Fue proclamado santo por el Papa Clemente XII, el 16 de junio de 1737. Su fiesta se celebra el 27 de septiembre. En 1712, 52 años más tarde su cuerpo fue exhumado por el Arzobispo de París, dos obispos, dos promotores de la fe, un doctor, un cirujano y un número de sacerdotes de su orden, incluyendo al Superior General, Fr. Bonnet.

"Cuando abrieron la tumba todo estaba igual que cuando se depositó. Solamente en los ojos y nariz se veía algo de deterioro. Se le contaban 18 dientes. Su cuerpo no había sido movido, se veía que estaba entero y que la sotana no estaba nada dañada. No se sentía ningún olor y los doctores testificaron que el cuerpo no había podido ser preservado por tanto tiempo por medios naturales.


Oración a san Vicente de Paúl 

¡Oh glorioso San Vicente, celeste Patrón de todas las asociaciones de caridad y padre de todos los desgraciados, que durante vuestra vida jamás abandonasteis a ninguno de cuantos acudieron a Vos! Mirad la multitud de males que pesan sobre nosotros, y venid en nuestra ayuda; alcanzad del Señor socorro a los pobres, alivio a los enfermos, consuelo a los afligidos, protección a los desamparados, caridad a los ricos, conversión a los pecadores, celo a los sacerdotes, paz a la Iglesia, tranquilidad a las naciones, y a todos la salvación. Sí, experimenten todos los efectos de vuestra tierna compasión, y así, por vos socorridos en las miserias de esta vida, nos reunamos con vos en el cielo, donde no habrá ni tristeza, ni lágrimas, ni dolor, sino gozo, dicha, tranquilidad y beatitud eterna. Amén.

Oración por los Miembros de la 
Sociedad de San Vicente de Paúl

Gracias te damos, Señor, por tantas y tan grandes bendiciones como te has dignado derramar hasta el día de hoy sobre nuestra Sociedad.

Te rogamos que tu gracia se perpetúe en todas y cada una de las partes de esta nuestra carísima Asociación, especialmente en esta que ahora te lo pide. Haz Señor, que nuestra Sociedad se propague y consolide perpetuamente animada de su primitivo espíritu de humilde devoción y de mutuo y fraternal afecto, para que enteramente apartada de los intereses de la tierra, sea siempre más y más fecunda en obras para el cielo.

Tu conoces, Señor, todas nuestras necesidades espirituales y temporales, y las de los pobres a quienes consagramos nuestras humildes ofrendas. Míranos, Señor, a todos con ojos de misericordia, y a todos alcance tu clemencia infinita.

Te pedimos en particular, oh piadosísimo Padre, por aquellos de nuestros hermanos que padezcan alguna tribulación en este momento. Infúndeles, Señor, el espíritu de fortaleza, de prudencia, de paz y de confianza que emanan de tu seno, para que, sufridos con santa resignación por Jesucristo, sus trabajos y los nuestros te sean aceptos, y a todos nos produzcan frutos de salvación eterna.

Te pedimos, en fin, por los méritos de nuestro señor Jesucristo, y por la especial intercesión de nuestra Madre María santísima y la de nuestro bienaventurado Patrón San Vicente, que al desnudarnos de nuestra carne mortal, y en el día de la justicia merezcan nuestros queridos pobres, nuestros parientes, nuestros socios, y merezcamos nosotros mismos entrar en tu santísimo reino, y ser herederos de tu gloria eterna. Amén.







"Me han enviado a evangelizar a los pobres"
Escudo y lema de la Congregación de la Misión,
fundada por San Vicente de Paul en 1625

26 de Septiembre: Memoria Litúrgica de los santos Cosme y Damián, mártires

 



San Cosme y san Damián fueron hermanos, naturales de la ciudad de Eges ó de Egea en la Arabia. San Gregorio Turonense es de la opinión que fueron gemelos, de una familia distinguida y considerable por los grandes bienes que poseía, pero mucho más por el cristianismo que profesaba. Muerto su padre, se halló su madre Teodora con cinco hijos, Antimo, Leoncio, Euprepio, Cosme y Damián, a quienes la piadosa viuda procuró dar una cristiana educación, no perdonando medio alguno para conseguirlo. Pudo mucho en el ánimo y en el corazón de los hijos la virtud de la madre, cuya santa vida, fecunda en buenas obras, la mereció ser colocada por los griegos en su Menologio. Dotados Cosme y Damián de una bella índole acompañada de un ingenio vivo, brillante y muy superior al de los demás hermanos, se consideraron más hábiles para dedicarlos al estudio de las ciencias y de las bellas artes. Hizo la madre todo cuanto pudo para cultivar su capacidad y sus talentos.

Fueron rápidos los progresos que hicieron en las letras; pero sin atrasarse un punto en el camino de la virtud. Honraban sus costumbres la religión que profesaban, y hasta los mismos paganos no se podían negar á venerar, admirar y amar su bondad, su desinterés y su inocencia. El celo de la fe, siempre ingenioso, los movió a dedicarse al estudio de la medicina. Viviendo en un país donde esta facultad estaba abandonada, se persuadieron que habilitándose en ella, les proporcionaría ocasión para insinuarse con los gentiles, instruirlos insensiblemente en las verdades de nuestra Religión, disipar sus preocupaciones; y atendiendo a curar las enfermedades del cuerpo, se aplicarían con mayor utilidad á librarlos de las dolencias del alma.
Bendijo el Señor sus celosos intentos. Aventajáronse tanto Cosme y Damián en la penetración de la naturaleza y de la medicina, que su reputación los hizo célebres en todo aquel país. Todos los enfermos acudían á ellos con firme esperanza de recobrar su salud solo con que les hiciesen algunas visitas en su enfermedad. Era cada día mayor su reputación por las admirables curas que hacían. Es verdad que la santidad de los médicos comunicaba especial virtud á los medicamentos, siendo mayor el don de los milagros que la ciencia de los remedios naturales, por lo que no había mal tan rebelde y tan violento que se resistiese á su curación, ni enfermo tan desahuciado que no cobrase la salud a la primera visita de san Cosme y san Damián.

Daban principio á la cura haciendo una breve pero fervorosa oración; informábanse después de la calidad del alma; hacían sobre el enfermo la señal de la cruz, y en el mismo instante cesaban los dolores, desaparecía la calentura, huía la enfermedad, y muchas veces hasta los mismos moribundos se hallaban repentinamente con perfecta salud. Ya se deja discurrir que á estas milagrosas curaciones se seguirían numerosas conversiones entre los gentiles. Así el deseo de sanar como el recobro de la salud inspiraba en los idólatras más obstinados una singular estimación de la religión cristiana.
Los ciegos cobraban vista haciendo los santos Médicos la señal de la cruz sobre sus apagados ojos; los poseídos se hallaban libres, los paralíticos sanos, y todos conocían que curas tan extraordinarias eran muy superiores al arte y á la experiencia natural. Aprovechábanse nuestros Santos con destreza de la confianza que tenían en ellos los paganos enfermos para sacarlos de los errores y de las impiedades del gentilismo; de suerte que los Médicos se convirtieron en dos insignes apóstoles. Era tan grande y tan sabido su desinterés, que los griegos los llamaban Anargyrios, es decir, hombres sin dinero, porque ejercían su profesión gratuitamente, sin admitir cosa alguna de cualquiera que fuese. La fama de tantas maravillas los hizo más célebres en todo el país, pero esta misma reputación dio ocasión á su martirio. Tomada la resolución de exterminar todos los Cristianos por los emperadores Diocleciano y Maximiano, enviaron á Egea al prefecto Lisias con orden de no perdonar á suplicios ni á todo el rigor de las leyes para obligar á cuantos hiciesen profesión del Cristianismo á sacrificar á los dioses del imperio; y en caso de resistencia hacerlos perecer á violencia de los tormentos. Luego que llegó el Gobernador le informaron que nunca los dioses habían tenido enemigos mas mortales que dos célebres médicos, ó por mejor decir, dos insignes magos que corrían todas las ciudades haciendo portentosas curas á favor de sus encantamientos; los cuales, abusando de la credulidad del vulgo ignorante, hacían tantos cristianos cuantos eran los enfermos que visitaban; y que si no se atajaba este desorden, dejándolos continuar en él, muy en breve se haría cristiano todo el país. Ya se sabe que era común y extraña preocupación de los gentiles atribuir á efectos del arte mágico todas las maravillas que obraban los cristianos.

Movido Lisias de este informe, los mandó prender; y haciéndolos comparecer delante de sí, les dijo con un aire y con un tono capaz de intimidar los corazones mas esforzados: Luego vosotros sois aquellos dos famosos embusteros que andáis por las ciudades y provincias sublevando á los pueblos con vuestros encantamientos, y alborotándolos contra los dioses del imperio para colocar en su lugar y hacerles adorar como Dios a un hombre que por sentencia de juez fue colgado de un infame madero. Tened entendido que si desde este mismo punto no renunciáis a ese Dios crucificado, y no obedecéis los edictos de los Emperadores, no habrá suplicio que no os haga sufrir para reduciros á vuestro deber.
¿De dónde sois? ¿Qué oficio profesáis? ¿Cuál es vuestra familia? Señor, respondieron los dos Santos con tono firme pero respetuoso, los dos somos hermanos, naturales de Arabia; y tenemos la dicha de ser cristianos, como también otros tres hermanos nuestros y toda nuestra familia. Somos caballeros, y médicos de profesión, incapaces de engañar á nadie. A ninguna ciudad ni provincia vamos donde no seamos llamados. No ejercemos la medicina por interés, nada admitimos de enfermo alguno; pero dando la salud a los enfermos más por la virtud de Jesucristo que por nuestra ciencia, procuramos al mismo tiempo sanarlos de la ceguera del alma, haciéndoles conocer que no hay mas que un solo Dios verdadero; conviene a saber, el que nosotros adoramos, y que los llamados dioses del imperio son infames demonios que tienen engañados a los pueblos.

Quedó sorprendido el Gobernador al oír una respuesta tan discreta como moderada; neutral entre la cólera y el aplauso de su cordura y de su moderación, no sabia á cuál de los dos afectos inclinarse. Estaba bien informado de las portentosas curas que habían hecho, y no ignoraba que universalmente eran reputadas por prodigios superiores á la naturaleza más que por efectos del arte; pero en medio de eso el temor de perder la gracia de los Emperadores le determinó al partido de la severidad. Mandóles que hiciesen venir á sus hermanos, y luego que los vio en su tribunal, les exhortó fuertemente á que no se obstinasen en ser rebeldes a las órdenes de los Emperadores. Sois nobles, les dijo, sois jóvenes, y yo tengo orden de nuestros soberanos para ofreceros su favor y los primeros cargos del imperio, si os rendís á su voluntad. Es menester sacrificar a los dioses y renunciar las incomprensibles quimeras de vuestra religión cristiana. No os encaprichéis en perderos á vosotros y á toda vuestra familia; escoged una de dos, o vivir tributando culto a los ídolos, o morir al rigor de los más crueles tormentos; pensadlo bien. — Ya lo tenemos bien pensado, respondieron los Santos, tus tormentos no nos ponen miedo; prontos estamos á dar nuestra vida por nuestra Religión; no tienes que esperar otra respuesta de nosotros.

Tampoco lo esperó Lisias, porque en el mismo punto les mandó aplicar á la tortura. No les espantó este cruel suplicio. Si tienes otros tormentos que hacernos padecer, le dijeron los dos Santos, no tienes más que ponerlos en ejecución. Estamos seguros de que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo nos dará fuerzas para sufrirlos, no solo con paciencia, sitio también con alegría. Con efecto. Habiendo salido de la tortura sin experimentar el mas ligero daño, dio orden el Gobernador para que atados de pies y manos los arrojasen en el mar; pero un Ángel les rompió las ataduras, y los puso sanos y salvos en la ribera. Á vista de esta maravilla mostró el Juez ablandarse algún tanto, y les preguntó en tono amistoso con qué género de encantos o de sortilegios obraban aquellos prodigios. Señor, le respondieron los santos hermanos, ignoramos absolutamente toda especie de sortilegios: los demonios nos temen en lugar de servirnos. Somos cristianos: solo en virtud del nombre de Jesucristo y de su soberana protección triunfamos de todos vuestros suplicios; ni todos vuestros imaginarios dioses, ni todo el infierno junto es capaz de resistir á sola la señal de la cruz del Salvador en quien ponemos toda nuestra confianza. Pues yo pongo toda la mía, replicó Lisias, en nuestro dios Apolo, y me atrevo á hacer los mismos prodigios en su nombre. En el mismo instante fue castigada esta blasfemia; porque dos demonios invisibles le comenzaron á golpear tan cruelmente, que hubiera espirado á violencia de los golpes, si nuestros Santos movidos de compasión no hubieran hecho oración, librándole de aquellos demonios en el nombre de Jesucristo. Aprovechándose los Santos de esta maravilla y del beneficio que Lisias acababa de recibir, le dijeron: Á vista de esta gracia ¿dudarás todavía del poder de nuestro Dios, y te obstinarás todavía en tu infidelidad? ¿Has recibido alguna vez semejante beneficio de tus ídolos? ¿Has hecho experiencia de su poder? Renuncia, pues, el culto de esos infelices, que aun mas flacos y mas miserables que tú, no tienen poder para librarse a sí mismos de los eternos tormentos que padecen por sus maldades; y abriendo los ojos a la verdad, reconoce la omnipotente virtud del verdadero Dios, único objeto digno de tus adoraciones. Mostróse el Gobernador insensible á tan justas amonestaciones, y sin responderles palabra, se contentó con mandar que los volviesen a la cárcel.

Temerosos los gentiles de que Lisias se hiciese cristiano, le hablaron con tanta resolución, y le amenazaron tan furiosamente con la indignación delos Emperadores, que al día inmediato los hizo comparecer ante sí; y preguntándoles con fiereza si persistían siempre en su primera obstinación, hallándolos inmobles en la confesión de su fe, mandó encender una gran hoguera de sarmientos, y arrojarlos en ella; pero salieron de este suplicio tan sin lesión y tan indemnes como de todos los demás. Furioso entonces el Gobernador, dio orden para que amarrando á cada uno á un grueso tronco, cuatro compañías de soldados disparasen contra los dos Santos todas sus saetas; pero la mano poderosa del Señor, que quería confundir la obstinación del tirano y de todos los gentiles, los hizo invulnerables: y disponiendo que toda aquella espesa nube de dardos retrocediese con violencia hacia los concurrentes, costó a muchos la vida. Causo este suceso tanto alboroto en toda la ciudad, que el Gobernador se vio obligado a mandar que inmediatamente les cortasen la cabeza. Pusiéronse en oración san Cosme y san Damián, y suplicaron humildemente al Señor que se dignase admitir su sacrificio, y no permitiese con otro nuevo milagro que se estorbase la ejecución de la sentencia. Fue oída su oración, y al primer golpe cayeron en tierra sus cabezas. Fueron coronados del martirio el día 27 de setiembre del año 285; y se cree que los otros tres hermanos lograron la misma dichosa suerte.

La mayor parte de sus santas reliquias fueron con el tiempo llevadas a Roma, y depositadas en una hermosa iglesia que san Félix papa, bisabuelo de san Gregorio el Magno, mandó edificar en honor de los santos Mártires. Un caballero francés, llamado Beaumont, que en tiempo de las Cruzadas fue al socorro de la Tierra Santa, trajo el resto de las reliquias de san Cosme y san Damián, y las colocó en una magnífica iglesia que en honra suya mandó fabricar en Luzarche; y de estas se sacaron las que se conservan en París y en otras partes.

MES DE SEPTIEMBRE: 28° Día de la Mes de la Virgen de los Dolores

 


MES DE SEPTIEMBRE CONSAGRADO A LOS SIETE DOLORES DE MARÍA SANTÍSIMA

ORACIÓN DE PREPARACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

Dios y Señor mío, que por el hombre ingrato os hicisteis también hombre, sin dejar por eso la divinidad, y os sujetasteis a las miserias que consigo lleva tal condición; a vuestros pies se postran la más inferior de todas vuestras criaturas y la más ingrata a vuestras misericordias, trayendo sujetas las potencias del alma con las cadenas fuertes del amor, y los sentidos del cuerpo con las prisiones estrechísimas de la más pronta voluntad, para rendirlos y consagrarlos desde hoy a vuestro santo servicio. Bien conozco, dueño mío, que merezco sin duda alguna ser arrojado de vuestra soberana presencia por mis repetidas culpas y continuos pecados, sepultándome vuestra justicia en lo profundo del abismo en castigo de ellos; más la rectitud de mi intención, y el noble objeto que me coloca ante vos en este afortunado momento, estoy seguro, mi buen Dios, Dios de mi alma, suavizará el rigor de vuestra indignación, y me hará digno de llamaros sin rubor.... Padre de misericordia.

No es esta otra más que el implorar los auxilios de vuestra gracia y los dones de vuestra bondad para que, derramados sobre el corazón del más indigno siervo de vuestra Madre, que atraído por su amor y dulcemente enajenado por su fineza viene a pedir esta merced, reflexione y contemple debidamente sus amargos dolores, y causarla de esta manera algún alivio en cuanto sea susceptible con esta ocupación y la seria meditación de mis culpas. Concededme, Señor, lo que os pido por la intercesión de vuestra Madre, a quien tanto amáis. Y vos, purísima Virgen y afligidísima Reina mía, interponed vuestra mediación para que vuestro siervo consiga lo que pide. Yo, amantísima Madre de mi corazón, lo tengo por seguro de vuestra clemencia; porque sé que todo el que os venera alcanzará lo que suplica, y. aunque este en la tribulación se librará de ella, pues no tenéis corazón para deleitaros en nuestras desgracias, y disfrutáis de tanto poder en el cielo que tenéis el primado en toda nación y pueblo ¡Feliz mil veces acierto a conseguir vuestras gracias para emplearme en tan laudable ejercicio! Derramad, Señora, sobre mí vuestras soberanas bendiciones; muévase mi alma a sentimiento en la consideración de vuestros santísimos dolores; inflamese mi voluntad para amaros cada vez más. Entonces sí que os podré decir: "Oh Señora, yo soy tu siervo" Consiga yo, en fin, cuanto os pido, siendo para mayor honra de Dios y gloria vuestra, como lo espero, consiguiendo seguro la salvación de mi alma. Amén.

DIA XXVIII

¿Con que es verdad Madre mía, que la culpa ha sido la causa de vuestras penas?... ¿Con que la culpa ha ocasionado tantas desgracias?... No hay duda de que ella, quitando la vida tan cruelmente a vuestro querido Hijo, os llenó de amarguras y aflicciones tan excesivas... ¿Y sabiendo yo esto he de cometerla aún? ¿Conociendo yo que ella angustió vuestra alma, quitó la vida a vuestro predilecto Jesús, os privó de su compañía dulcísima y produjo desgracias sin semejantes me arrojo a su ejecución?... ¡Loco soy sin la menor duda!... ¡Perdido he el juicio y la razón!...

Pero, aunque motivos tan eficaces y poderosos como los que en el día de ayer me hizo mi Dios y Señor no me moviesen y convenciesen… aunque unos efectos tan sensibles como ha producido en mí Jesús y su Madre no me compeliesen a odiarla y aborrecerla de todo corazón ¿no serán suficientes los es tragos que en mi causa y ha causado? Duro y obstinado no he de llorar los males tan lastimosos que originó a mi adorable Redentor, y a su Madre amabilísima y mi generosa fiadora; pero con todo ¿no me rendiré y resolveré á detestarla por lo que en mi experimento?

Recurriré sino a examinar el tiempo pasado, presente y futuro, y encontraré claros motivos para mi desengaño En el tiempo pasado ¡infeliz de mí! antes de nacer al mundo era ya por la culpa enemigo de mi Dios, y no vería más su divino rostro, ni gozaría en la gloria de su presencia, si primero no purificase mi inmundicia en las aguas del Bautismo. Nací y disfruté la luz, pero gimiendo y llorando el penoso destierro a que venía, y las miserias y desdichas que tenía que padecer por la herencia adquirida por ella En el tiempo presente, experimentando sus funestos efectos ; ganando el sustento con el sudor de mi rostro; padeciendo mil incomodidades y enfermedades; sufriendo malísimos ratos de amargura y escrúpulos de conciencia por haberla cometido, y aumentado cada vez más la satisfacción por ella debida; peleando continuamente con las tentaciones y pasiones, y logrando la victoria con una suma dificultad por mi desventura, sujeto siempre y humillado á pedir al Señor los auxilios de su gracia En el tiempo futuro.

¡Oh calamidad é infortunio! me veré obligado a pagar su estipendio y pasar el duro trance de la muerte, teniendo después que sufrir el juicio de Dios, y recibir la pena que por ella haya merecido, purgándola hasta limpiarme, para entraren la gloria ¡Cuántos infortunios, alma mía, resultan de la miserable culpa! ¿Y no obstante la he de cometer?... ¿No he de escarmentar de una vez?... Ya es tiempo, Virgen tristísima, de que yo abra los ojos ya es ocasión de reflexionar los perjuicios que causó a vuestro inocente Jesús y á vos, Señora mía solo por esto me resuelvo á detestarla... por esto solo la detestaré eficazmente Ayudadme vos á cumplir mis propósitos, porque no deseo más que complaceros en todas las cosas y compadecer vuestras penas, porque así estoy seguro de participar vuestras glorias en la eterna Sion.

ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS.

¿Por qué, o Dios mío, no he de daros las más humildes gracias, cuando en esta breve consideración os habéis dignado comunicar a mi alma los importantísimos conocimientos de unas verdades que tan olvidadas y menospreciadas tenía por mi abandono y necedad? ¿Por qué no he de concluir este saludable ejercicio rindiéndoos las más profundas alabanzas, cuando en él siento haberse encendido en mi corazón la llama del amor divino, que tan amortiguada es taba por un necio desvarío y por una fatal corrupción de mi entendimiento? Y pues que vos, que sois la verdad infalible y el verdadero camino que conduce a la patria celestial, habéis tenido a bien de comunicar a mi alma los efectos propios de vuestro amor, con los que puedo distinguir lo cierto é indudable que me sea útil a la salvación, y lo falso y mentiroso que me precipitará a mi perdición, por tanto, Señor, quiero aprovecharme desde este momento de tan divinas instrucciones, para caminar con libertad y seguridad entre tantos estorbos y peligros como me presenta este mundo miserable, y de este modo llegar más pronto a unirme con vos. Consígalo así, Virgen Santísima, para vivir compadeciéndome de vuestros dolores y aflicciones, y cumpliendo la promesa que os hice de ser siervo vuestro. Esta sea mi ocupación, estos mis desvelos y cuidados en este valle de lágrimas, porque así después disfrute en la celestial Jerusalén de vuestra compañía, en unión de tantos fieles Servitas que recibieron ya el premio de vuestros servicios, reinando a vuestro lado por los siglos de los siglos. Amen.