Día 13 de julio de 1917.
Cuenta la Hermana Lucía que Nuestra Señora se apareció a los pastorcitos, y entre otras cosas les dijo: "Quiero que vengáis aquí el día 13 del mes que viene; que continuéis rezando el #Rosario todos los días... para obtener la paz del mundo y el fin de la guerra..." Y más adelante: "Sacrificaos por los pecadores, y decid muchas veces, en especial cuando hagáis algún sacrificio: «Oh Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en desagravio por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María»."
Al decir estas últimas palabras, abrió de nuevo las manos y mostró el infierno a los niños, que, asustados, y como para pedir socorro, levantaron la vista hacia Nuestra Señora que les dijo entre bondadosa y triste: "Habéis visto el infierno, a donde van las almas de los pobres pecadores; para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hicieran lo que os voy a decir, se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra va a acabar. Pero si no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor... Para impedirla, vendré a pedir... la Comunión reparadora de los primeros sábados."
Los niños procuraron complacer estos deseos de la Santísima Virgen. Se privaban de su merienda, que daban a los corderitos o a otras familias pobres; y para engañar el hambre, buscaban raíces, moras y bellotas, prefiriendo las de los robles, por ser más amargas. Se privaban de la fruta y de otras golosinas. Se abstenían de beber agua, ofreciendo frecuentemente el sacrificio de la sed. Se mortificaban con ortigas, con las que se frotaban las manos y las piernas. Se ataban una cuerda con nudos a la cintura sobre la carne desnuda. Sufrían en silencio, y tanto mayor era su gozo cuantos más sacrificios hacían por la conversión de los pobres pecadores.
Memorias de Sor Lucía dos Santos:
– Momentos después de haber llegado a Cova de Iría, junto a la carrasca, entre una numerosa multitud del pueblo, estando rezando el Rosario, vimos el resplandor de la acostumbrada luz y, en seguida, a Nuestra Señora sobre la carrasca.
—¿Qué quiere Usted de mí? — pregunté.
—Quiero que vengáis aquí el día 13 del mes que viene; que continuéis rezando el Rosario todos los días, en honor de Nuestra Señora del Rosario, para obtener la paz del mundo y el fin de la guerra, porque sólo Ella lo puede conseguir.
—Quería pedirle que nos dijera quién es Vd., que haga un milagro para que todos crean que Vd. se nos aparece.
—Continuad viniendo aquí todos los meses. En octubre diré quién soy, y lo que quiero y haré un milagro que todos han de ver para creer.
Aquí hice algunas peticiones que no recuerdo bien cuáles fueron. Lo que sí recuerdo es que Nuestra Señora dijo que era preciso rezar el Rosario para alcanzar esas peticiones durante el año. Y continuó:
—Sacrificaos por los pecadores, y decid muchas veces, en especial cuando hagáis algún sacrificio: «Oh Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en desagravio por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María».
Al decir estas últimas palabras, abrió de nuevo las manos como en los meses pasados. El reflejo parecía penetrar en la tierra y vimos como un mar de fuego. Sumergidos en ese fuego, los demonios y las almas, como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana que fluctuaban en el incendio, llevadas de las llamas que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo cayendo por todos los lados, semejantes al caer de las pavesas en los grandes incendios, sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación, que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. (Debe de haber sido a la vista de esto cuando di aquel «¡Ay!», que dicen haberme oído). Los demonios distinguíanse por formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones en brasa.
Asustados, y como para pedir socorro, levantamos la vista hacia Nuestra Señora que nos dijo entre bondadosa y triste:
—Habéis visto el infierno, a donde van las almas de los pobres pecadores; para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hicieran lo que os voy a decir, se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra va a acabar. Pero si no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando veáis una noche alumbrada por una luz desconocida, sabed que es la grande señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre.
Para impedirla, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón, y la Comunión reparadora de los primeros sábados. Si atendieran mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá que sufrir mucho, varias naciones serán aniquiladas. Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz. En Portugal se conservará siempre la doctrina de la Fe, etc. Esto no se lo digáis a nadie. A Francisco, sí podéis decírselo.
Cuando recéis el Rosario, diréis, después de cada misterio: ¡Oh Jesús mío,
perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al cielo, principalmente las más necesitadas!Transcurrido un instante de silencio, pregunté:
—Usted ¿no quiere de mí nada más?
—No. Hoy no quiero nada más de ti.
Y, como de costumbre, comenzó a elevarse en dirección al naciente, hasta desaparecer en la inmensa lejanía del firmamento.