> SoydelaVirgen : 08/16/20

--------------------------------------------- San Martin de Tours y La Virgen de los Buenos Aires / La Inmaculada Concepción y San Ponciano | Patronos de la Ciudad de Buenos Aires / Patronos de la Ciudad de La Plata -----------------------

Domingo XX° Per Annum: Evangelio y Reflexión Dominical



+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo 
según san Mateo     15, 21-28

    Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio». Pero Él no le respondió nada.
    Sus discípulos se acercaron y le pidieron: «Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos».
    Jesús respondió: «Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel».
    Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: «¡Señor, socórreme!»
    Jesús le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros».
    Ella respondió: «¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!»
    Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!» Y en ese momento su hija quedó sana.

Reflexión Dominical

Queridos hermanos: 

Este domingo vemos la fe de la mujer cananea que no se ofende por las palabras, en apariencia duras, que le dirigió Jesús, sino que creyendo en Él y pensando en el bien de su hija, perseveró en la confianza. 

En este relato evangélico destaca la fe de una mujer pagana en contraste con el fariseismo judío. En efecto, el pueblo judío era el pueblo elegido, el heredero de las promesas, "los hijos", y quienes no eran judíos eran considerados paganos o gentiles, "los cachorros". Pero en este episodio, podemos ver que algunos paganos empezaban a tener el don de la fe, como esta mujer cananea. Como cristianos, la mayoría de nosotros no somos del pueblo judío, por lo que se puede decir que descendemos de paganos o gentiles convertidos al cristianismo. Así que, en primer lugar, hemos de dar gracias a Dios que ha querido incorporamos, por puro amor, a su pueblo, haciendo de judíos y paganos un solo pueblo, el nuevo Pueblo de Dios. 

Ahora bien, como cristianos, este relato del Evangelio puede plantearnos también que muchas veces, los que "estamos en la Iglesia" nos creemos mejores que los que no lo están, miramos a los demás con cierto desdén, pero el Señor no mira como nosotros y está dispuesto a hacer grandes milagros en las vidas de todos los que lo buscan con sincero corazón. Los biblistas de Salamanca comentan que "este milagro es una escena cargada de ternura: habla del corazón de Jesús, de los planes del Padre, de sus excepciones, de la confianza de una mujer gentil; en el orden apologético, se expone un milagro a distancia, sin autosugestiones y con una curación instantánea; en el orden del plan de Dios, habla del privilegio de los judíos, pero de la vocación de las gentes: de la salvación única de todos por la fe. Es tema destacado por los Hechos y San Pablo. Preocupaba mucho a la Iglesia primitiva". 

San Jerónimo, comentando este pasaje del Evangelio, dice: "Son ensalzadas la fe, la humildad y la paciencia admirables de esta mujer. La fe, porque creía que el Señor podía curar a su hija. La paciencia, porque cuantas veces era despreciada, otras tantas persevera en sus súplicas. La humildad, porque no se compara ella sólo a los perros, sino a los cachorrillos. Sé -dice- que no me merezco el pan de los hijos, ni puedo tomar sus alimentos enteros, ni sentarme a la mesa con el Padre; pero me contento con lo que da a los cachorrillos, a fin de llegar, mediante mi humildad, hasta la mesa donde se sirve el pan entero". 

Imitando a esta mujer cananea, pidamos al Señor el don de la fe, la humildad y la paciencia. Que María Santísima, hija santa del Pueblo de Israel, pero con corazón abierto a todos los pueblos, nos alcance la gracia de comprender que todos somos hijos en el Hijo de Dios. 

Amén. 

16 de Agosto: Memoria Litúrgica de san Esteban de Hungría

 

San Esteban (c. 975-1038), nació en Esztergom, Principado de Hungría, a inicios del último cuarto del siglo X, hijo del príncipe Géza de Hungría y de la reina Sarolta. Su nombre era Vajk pero al ser bautizado recibió el nombre de Esteban, después de que la familia real húngara abrazara el cristianismo.
 
Esteban, siendo joven, aprendió latín con San Adalberto y recibió educación cristiana. Contrajo matrimonio con la Beata Gisela de Baviera, hermana del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, San Enrique II. A la muerte de su padre, Géza, Esteban le sucede en el trono convirtiéndose en rey.
 
El pueblo húngaro rendía culto a diversas deidades y Esteban se propuso dar el ejemplo y difundir su fe cristiana, obteniendo abundantes conversiones. Recurrió al Papa Silvestre II para que Occidente reconociera su reino. El Pontífice envió a San Anastasio, discípulo de San Adalberto, para que lo corone. Asimismo organizó la vida política y religiosa de la nación, construyó iglesias y monasterios.
 
Entre sus más cercanos colaboradores estuvieron los monjes benedictinos, orden a la que pertenecieron los primeros obispos del nuevo reino, como San Anastasio, San Beszteréd, San Buldo, San Gerardo Sagredo, San Beneta, el Beato Sebastián de Esztergom, entre otros.
 
San Esteban, junto a su hijo, san Emerico, defendió a su pueblo de la invasión comandada por Conrado II, quien fuera rey y luego emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Juntos lograron expulsar a los invasores el año 1030.
 
Emerico era el único hijo sobreviviente de Esteban, puesto que los había perdido a todos cuando eran pequeños. Su hijo era su consuelo. Trágicamente, Emerico -luego proclamado santo- murió un año más tarde en un accidente de caza. San Esteban solo puedo encontrar consuelo en Dios. Su fe lo sostuvo para enfrentar las disputas que la sucesión de su reino traería. 
 
San Esteban murió el 15 de agosto de 1038 y fue sepultado en la Basílica de Székesfehérvár, que él mismo había hecho construir y que llegó a ser una de las más grandes e importantes de Europa.
 
El santo rey de Hungría fue canonizado por el Papa San Gregorio VII en 1083 y su fiesta se celebra cada 16 de agosto. 


San Esteban fue rey de Hungría y esposo de la Beata Gisela de Baviera, y vivió entre fines del siglo X y el siglo XI. Del amor de los dos nació San Emerico, a quien el monarca dio los siguientes consejos para convertirse en un buen gobernante y un hombre santo. 

Aquí los compartimos y esperamos que sirvan de inspiración a los padres de familia para criar a sus hijos.

1.- Conservar la fe

“En primer lugar, te ordeno, te aconsejo, te recomiendo, hijo amadísimo, si deseas honrar la corona real, que conserves la fe católica y apostólica con tal diligencia y desvelo que sirvas de ejemplo a todos los súbditos que Dios te ha dado, y que todos los varones eclesiásticos puedan con razón llamarte hombre de auténtica vida cristiana, sin la cual ten por cierto que no mereces el nombre de cristiano o de hijo de la Iglesia”.

2.- El don de la vigilancia y protección

“En el palacio real, después de la fe ocupa el segundo lugar la Iglesia, plantada primero por Cristo, nuestra cabeza, transplantada luego y firmemente edificada por sus miembros, los apóstoles y los santos padres, y difundida por todo el orbe. Y, aunque continuamente engendra nuevos hijos, en ciertos lugares ya es considerada como antigua”.

“En nuestro reino, hijo amadísimo, debe considerarse aún joven y reciente, y, por esto, necesita una especial vigilancia y protección; que este don, que la divina clemencia nos ha concedido sin merecerlo, no llegue a ser destruido o aniquilado por tu desidia, por tu pereza o por tu negligencia”.

3.- El mismo trato con todos

“Hijo mío amantísimo, dulzura de mi corazón, esperanza de una descendencia futura, te ruego, te mando que siempre y en toda ocasión, apoyado en tus buenos sentimientos, seas benigno no sólo con los hombres de alcurnia o con los jefes, los ricos y los del país, sino también con los extranjeros y con todos los que recurran a ti. Porque el fruto de esta benignidad será la máxima felicidad para ti”.

4.- Compasivo y misericordioso

“Sé compasivo con todos los que sufren injustamente, recordando siempre en lo íntimo del corazón aquella máxima del Señor: Misericordia quiero y no sacrificios. Sé paciente con todos, con los poderosos y con los que no lo son”.

5.- Fuerte y honesto

“Sé, finalmente, fuerte; que no te ensoberbezca la prosperidad ni te desanime la adversidad. Sé también humilde, para que Dios te ensalce, ahora y en el futuro. Sé moderado, y no te excedas en el castigo o la condena. Sé manso, sin oponerte nunca a la justicia. Sé honesto, de manera que nunca seas para nadie, voluntariamente, motivo de vergüenza. Sé púdico, evitando la pestilencia de la liviandad como un aguijón de muerte”.

“Todas estas cosas que te he indicado someramente son las que componen la corona real; sin ellas nadie es capaz de reinar en este mundo ni de llegar al reino eterno”.

ROGATIVAS A SAN ROQUE, ABOGADO CONTRA LAS PESTES


ruega por nosotros.

San Roque, señalado por el cielo con una cruz en tu pecho.

San Roque, desprendido de tus riquezas materiales, 

San Roque, peregrino en camino hacia Roma, ruega por nosotros.

San Roque, ejemplo de caridad con los necesitados.

San Roque, abandonado por los hombres en tus dolencias.

San Roque, curado en tu enfermedad.

San Roque, alimentado por la providencia en un bosque.

San Roque, arrojado a un calabozo por tus propios parientes.

San Roque, cubierto de cadenas como un malhechor.

San Roque, que atendiste a nuestros antepasados cuando te invocaron.

San Roque, nuestro socorro y refugio en las calamidades.

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: Perdónanos Señor.

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: Escúchanos Señor.

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: Ten misericordia de nosotros.

Oración

Dios que prometiste al bienaventurado San Roque, que el que le rogase no sería tocado de género alguno de peste, apiádate de este pueblo que implora misericordia para vernos librados de todo mal. Te rogamos, Señor, nos concedas a los que le tributamos alabanzas, e interponemos sus méritos y ruegos, seamos libres de epidemias y enfermedades de alma y cuerpo. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

16 de Agosto: Memoria Litúrgica de san Roque

                                                     

En Italia y Francia se veneraba ya a San Roque en el siglo XV, poco después de su muerte. San Roque era hijo del gobernador de Montepellier, lugar donde nació en 1378, y a la edad de 20 años quedó huérfano de ambos padres. Durante la epidemia de peste que se desató por aquella época en Italia, el santo se dedicó a asistir a los enfermos y consiguió curar a muchos más tan sólo con hacer sobre ellos la señal de la cruz.

Estando en Piacenza, trabajando en uno de los hospitales, el santo contrajo la mortal enfermedad. Como no quiso ser una carga para ningún hospital, decidió trasladarse a las fueras de la ciudad, instalándose en una caverna. Sin embargo, un perro lo alimentó milagrosamente, y el amo del animal acabó por descubrir a San Roque brindándole cuidados y atención.

Cuando recobró las fuerzas, el santo volvió a la ciudad donde curó milagrosamente a muchas personas y numerosas cabezas de ganado. Retornó a Montepellier donde su tío no lo reconoció y lo dejó en el abandono. San Roque fue arrestado, probablemente porque fue confundido erróneamente por un espía, permaneciendo en la cárcel por cinco años donde finalmente falleció.

La popularidad y rápida extensión del culto a San Roque fue verdaderamente extraordinaria. En su tumba se obraron muchos milagros, y son miles los que lo han invocado contra la peste.

San Roque es el abogado contra la peste y enfermedades contagiosas, invoquémoslo — como ha hecho siempre el pueblo cristiano — para que nos libre de los virus que pueden matar el cuerpo, pero sobre todo que nos libre del virus del pecado que mata el alma.

✠ ORACIÓN A SAN ROQUE ✠

Preciosísimo confesor de Cristo, glorioso San Roque, otro David de la ley de gracia por la mansedumbre y rectitud de corazón; nuevo Tobías en el tiernísimo afecto para con los pobres y por la constancia en ejercer las obras de misericordia; cual otro Job, prodigio estupendo de paciencia y fortaleza en los dolores y trabajos con que el Cielo te probó: ¡Cuánto me alegro que en este mundo orgulloso, sensual y ambicioso, aparezcas Tú tan pobre, humilde y mortificado, distribuyendo a los pobres tu opulentísimo patrimonio, y mendigando el pan hasta Roma en traje de peregrino! Y como si nada fueran ni las llagas y dolores, ni el hambre que te aqueja, ni el abandono en que te ves, hasta no tener a veces más recurso ni amparo que el pan que te envía el cielo por medio de un prodigioso perro; como si nada fuera aún el verte encerrado en un horrible calabozo cinco años enteros por tu mismo tío, que, sin conocerte, te trata de espía; te entregas generoso a los rigores de la más asombrosa penitencia.

¡Oh! Cuánto condena esta tu vida penitente, pobre y humilde, el orgullo, la ambición y sensualidad de la mía! ¡Ah! no extraño seas tú visitado con indecibles favores y gracias celestiales, al paso que yo soy castigado por la divina Justicia, con razón irritada por los vicios y pecados míos. Pero aplácala, dulce Patrón y abogado contra la peste. Tú que libraste a Roma, Plasencia y tantas otras ciudades de este azote devastador, libradme también a mí y libra de él a esta tu ciudad que pone en ti toda su confianza. Cúmplase en nosotros la dulce promesa que el Cielo dejó escrita en aquella misteriosa tabla que apareció sobre tu glorioso cadáver: “Los que tocados por la peste, invocaren a mi siervo Roque, se librarán por su intercesión de esta cruel enfermedad.”

(Pídase al Santo la gracia que se desea, y récense luego cinco Padre Nuestros, Ave Marías y Gloria Patri en memoria de los cinco años que estuvo preso.)

✠ ORACIÓN A NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO ✠

Atiéndenos, Señor, salvación nuestra, y mediante la intercesión de la bienaventurada y gloriosa siempre Virgen, Madre de Dios, del bienaventurado San Roque y de todos los Santos, libra a tu pueblo de los terrores de tu ira, y hazle seguro con la prodigalidad de tu misericordia.

Hazte, Señor, propicio a nuestras súplicas, y cúranos los males del alma y cuerpo, para que alcanzado tu perdón, en tu constante bendición nos regocijemos. Así sea.

Octavario de la Asunción de la Virgen María a los cielos en cuerpo y alma (15 al 22 de agosto)

 


ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

¡Oh Reina de los cielos y dulce Madre de mi alma! ¡Ya llegó Señora, aquel feliz momento en el que, dejando este triste destierro, fuísteis trasladada al paraíso celestial! Ya se han cumplido los ardentísimos deseos que teníais de ver a vuestro amado Hijo, y majestuosamente sentada a su lado con la plena seguridad de no perderle jamás de vista, gozáis ya sin medida de las dulzuras de aquel rio de agua viva que sale del trono de Dios y del Cordero. Permitidme, pues, ¡oh Soberana Reina! que atraído por la grandeza de vuestra gloria y por la dulzura de vuestro amor, me presente ante vuestras plantas soberanas para felicitaros en este día y daros mil parabienes por vuestra triunfante y gloriosa Asunción a los cielos, por vuestra exaltación sobre todos los Santos y coros de ángeles, y por haber sido coronada como Reina de cielos y tierra con tanta gloria y majestad por las tres Personas de la Santísima Trinidad. Y ya que en medio de vuestra gloria no os habéis olvidado de que sois Madre de pecadores, dirigid en este día una mirada compasiva sobre el menor de vuestros devotos, que, confiado en este título tan consolador, y del que Vos hacéis tanto aprecio, se atreve a comparecer delante de Nuestra soberana presencia lleno de miserias y pecados, esperando encontrar en Vos el remedio de todas sus necesidades. Y pues os manifestáis tan misericordiosa en el día de vuestro triunfo, sienta mi alma las influencias de vuestra intercesión, y experimente los efectos de vuestro poderío, siendo desatada de los lazos de la culpa, iluminada con la luz de la fe, fortalecida con el vigor de la esperanza, y vivificada con el calor de la caridad, para que, desapegada y desunida de todo afecto a lo terreno y temporal, viva una vida pura e inmaculada, preparándome con el ejercicio de todas las virtudes para morir con el ósculo del Señor, que es la gracia que por vuestra poderosa intercesión espero alcanzar de su divina Majestad en estos días. Amén.

DÍA PRIMERO

Considera el inefable gozo, que tuvieron los Ángeles en el cielo, al contemplar a su soberana Reyna colocada en alto y distinguido solio al lado de la Santísima Trinidad en el día de su gloriosa Asunción: ¡Cuanto se les aumentaría el contento al ver como el Padre Eterno la coronaba como Hija, el Hijo como Madre, y el Espíritu Santo como Esposa! ¿Con que cánticos no celebrarían su venturoso triunfo? ¡O privilegiada Ester! vos sola pudisteis entre todas las mujeres lograr del divino Asuero el más singular indulto. A la consideración, pues, de este sagrado Misterio, eleva tu espíritu hasta el trono de su grandeza, y penetrado de una inflamada devoción, a vista de tan divina Reyna, ofrécela tus rendidos homenajes, y junta tus fervientes votos con los celestiales coros de los Ángeles, que la rodean en la gloria.

Se rezan tres veces el Ave María y un Gloria Patri.

ORACIÓN

Oh amabilísima Madre, augusta Reyna de los Ángeles, cuya admiración en el día glorioso de vuestra triunfante Asunción excedió a su sublime inteligencia, el reconoceros más hermosa que la luna, y más brillante que el sol: Suplícoos, Señora y Madre mía, iluminéis la densa rudeza de mi ignorancia, para que, ilustrado con las hermosas luces de vuestra preciosa gracia, os rinda mi corazón las alabanzas debidas a vuestra suma grandeza, adorándoos reverente al pie de vuestro celestial y estrellado trono; y también concededme el favor particular, que os pido en este Octavario, à mayor gloria de Dios, culto vuestro, y bien de mi alma. Amén.

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

Soberana Emperatriz de cielos y tierra, divina primogénita del Altísimo, y dichosa posesión de sus delicias; dignaos, Señora, de recibir las festivas voces de alegría, con que el amor de mi alma os saluda, y dulcemente os alaba, acompañándoos, en el gozo que tuvisteis, cuando vuestro purísimo cuerpo, unido a vuestra alma gloriosa, entre los cánticos armoniosos de las celestes Jerarquías, magnifica y admirablemente fue elevado a la mejor y más hermosa Sion, como arca incorruptible; que en su precioso seno encerró el verdadero maná de la vida, y la divina prenda de nuestra feliz alianza: Suplícoos, Señora y Madre mía, que desde esas celestes alturas no dejéis de inclinar vuestros benignos y piadosos ojos sobre este miserable desterrado, que peregrinando afligido por la desgraciada región de los peligros, coloca en el trono de vuestra clemencia los profundos gemidos de su corazón, confiado en que admitiréis propicia el sacrificio de alabanzas, con que rendida os adora, para que subiendo ante vuestro soberano acatamiento en olor de suavidad, se una a los sonoros himnos, con que incesantemente os saludan los lucidos escuadrones de los Ángeles, y las excelsas y brillantes compañías de los Justos. Amén.

GOZOS

Hoy, que en la celeste Sion
colocada os veis, María;

R/: celébrese en tan gran día
vuestra triunfante Asunción.

Los Ángeles con su canto
por su Reyna os galardonan,
y en alto trono os coronan
Padre, e Hijo, y Espíritu Santo:
Del original borrón
sois la exenta Ester, María:

Al veros en tal dosel
los Patriarcas se os sujetan,
y en vos por Reyna respetan
la más hermosa Raquel:
Su beldad, en parangón
de la vuestra, es sombra fría:

De Judit, en tanta gloria,
los Profetas, Reyna amada,
en vos ven verificada
la más singular victoria:
Ante vos, arca en Sion,
David danza de alegría:

De Dios sentada a la diestra,
los Apóstoles sagrados,
de nuevo gozo bañados,
Reyna adoran su Maestra:
Docta Sabá, la lección
les trocáis en melodía

Cono á Reyna celestial,
hoy los Mártires también
os rinden el parabién
por tan digno honor triunfal:
De su sangre la efusión
cada cual repetiría:

No menos los Confesores
por su Reyna os apellidan,
y con su ejemplo convidan
á cantar vuestros loores:
Su gloriosa confesión
van renovando á porfía:

¡Oh, Vírgenes venturosas!
en vuestra intacta pureza
mostráis la mayor fineza
A vuestra Reyna obsequiosas:
Unid vuestra adoración
á nuestra humilde armonía:

Con el más ferviente celo
en vuestro aplauso se aplican,
y por su Reyna os publican,
todos los Santos del cielo:
Por tan feliz mediación
en vos nuestro amor confía:


Nuestra humilde devoción
aumentad Virgen María;

R/: celébrese en tan gran día
vuestra triunfante Asunción.

ORACIÓN: Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, te rogamos, que aspirando siempre a las realidades divinas lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén

SEGUNDO DÍA

Considera la singular alegría, que cupo a los Patriarcas, al ver en el empíreo a la Virgen Santísima venerada por su soberana Reyna. No es capaz el entendimiento humano de concebir cual fuese su celestial alborozo. Con el mayor contento adorarían a la que fue la verdadera luz de tantas sombras y figuras: Abrahán conocería entonces la mejor Sara; Isaac la más prudente Rebeca, y Jacob la más hermosa Raquel. Llenaríanse todos del más imponderable regocijo, y se unirían con los Ángeles para cantar sus divinas alabanzas. Confúndete de ver, cuan indigno eres de poder entrar en aquellos luminosos atrios para celebrar el venturoso triunfo de María Santísima en su gloriosa Asunción. Procura de hoy en adelante ser más devoto suyo, para promover su mayor obsequio, y reforma tu vida si deseas lograr con los Patriarcas de tan soberano Misterio.

ORACIÓN

Oh amabilísima Madre, augusta Reyna de los Patriarcas, que, como resplandeciente estrella de maravillosas virtudes, brillasteis luminosa, excediendo la fe de Abrahán, la obediencia de Isaac, la constancia de Jacob, y la castidad de José: Suplícoos Señora y Madre mía, me concedáis la gracia de que la práctica de las virtudes en mi espíritu sea tan perfecta, que mi pequeñez pueda publicar altamente lo excelso de vuestra soberanía, y confesando reverente la alteza de vuestras misericordias, y alabándoos eternamente al pie de vuestro celestial y estrellado trono; y también concededme el favor particular, que os pido en este Octavario, a mayor gloria de Dios, culto vuestro, y bien de mi alma. Amén.

DÍA TERCERO

Considera, cuanta parte tuvieron los Profetas en el celestial regocijo de contemplar a su Reyna, celebrada de los Ángeles, aplaudida de los Patriarcas, y venerada de todos los Cortesanos del cielo. No con tanta pompa, ni alegría pudo entrar en Betulia la valerosa Judit. Si aquella heroína fue la magnificencia del pueblo de Israel, la Virgen Santísima fue las delicias de la celestial Jerusalén. María fue el cumplimiento de tantas profecías. En ella encontraron la mujer fuerte tan deseada; la verdadera Madre del divino Salomón, colocada ya en el trono, que le preparó su soberano Hijo; la paloma del arca; el arca sagrada del nuevo Testamento; en esta su feliz translación se regocijaría de nuevo el gran David. ¡O divina Señora! si fue tal el gozo de los Profetas, ¡cual sería el mío si pudiese disfrutar de tan adorable vista! ¿Pero cuán lejos estoy de merecerla? ¿cuánto dista mi conducta de la de los Santos Profetas? ¿cómo se puede componer el fervor de aquellos varones justos con la tibieza de un corazón criminal? Procurare, pues, imitar su virtud, y apartarme del vicio, si deseo ser compañero de sus inefables contentos en la gloria.

ORACIÓN

Oh amabilísima Madre, augusta Reyna de los Profetas, que, como dignísima y amada Esposa del Espíritu Santo, merecisteis el lleno de sus más sagradas ilustraciones, y que iluminada con el fuego de sus soberanos dones, fueseis adornada con la gracia original, para que pudieseis justamente anunciar al mundo, que seríais bendita de todas las naciones: Suplícoos, Señora y madre mía, mue concedáis la gracia de que este soberano Espíritu descienda sobre mi corazón, como Espíritu de verdad que me ilumine, como Espíritu de santidad que me purifique, y como Espíritu de fortaleza que me anime, para que venciendo los obstáculos con que mis pasiones me perturban, pueda alabaros eternamente al pie de vuestro celestial y estrellado trono; y también concededme el favor particular, que os pido en este Octavario, a mayor gloria de Dios, culto vuestro, y bien de mi alma. Amen. 

CUARTO DÍA

Considera, que al paso que San Pedro, y los demás Apóstoles, sintieron la ausencia de María Santísima en su dichoso tránsito, sin embargo, entregados a una fervorosa oración se llenarían del más inexplicable contento, al contemplar como entraba la misma soberana Virgen en los eternos tabernáculos de la gloria. ¡Oh, cuan excesivo sería el gozo de aquellos venturosos Discípulos al adorar a su divina Maestra como á Reyna suya, colocada en la celeste cátedra del Espíritu Santo, coronada de estrellas, vestida de la luz del sol, y teniendo la luna a sus pies! Todas las lecciones, que oyen de sus divinos labios cuando estaba en el mundo mortal, se convertirían en cánticos de celestial melodía. ¡Oh, como en aquel divino cenáculo del empíreo renovarían los reverentes obsequios, que le tributaron en el cenáculo de Jerusalén! No cesarían de alabar de continuo sus misericordias, y de bendecir al Señor, que la crió tan hermosa a sus divinos ojos, que la llenó de tantas gracias, y la eximió del pecado original. Eleva tu consideración à tan sublime espectáculo, y procura concebir con la intercesión de María Santísima, á imitación de los Santos Apóstoles, un total aborrecimiento al vicio, y el amor a la virtud, a fin de conseguir la gracia de poder algún día gozar de su inefable triunfo en la gloria celestial.

ORACIÓN

Oh amabilísima Madre, augusta Reyna de los Apóstoles, que como clarísima antorcha de la Iglesia los iluminasteis, siendo su Maestra y su Doctora, fortaleciendo su fe, y animando su celo, para que con fogoso espíritu emprendiesen la alta predicación del Evangelio, llevándola animosos hasta los más remotos extremos del orbe: Suplícoos, Señora y Madre mía, que pues sois todo mi refugio, y el único asilo de mi confianza y mi consuelo, admitáis propicia los humildes votos, y los fervorosos cultos con que gustoso me consagro bajo la poderosa protección de vuestra eminente doctrina, para que dejando correr sobre mi alma los copiosos auxilios de vuestra divina gracia, sostenga constante la santa fe, y con ella consiga alabaros eternamente al pie de vuestro celestial y estrellado trono; y también concededme el favor particular, que os pido en este Octavario, á mayor gloria de Dios, culto vuestro, y bien de mi alma. Amén.
 
QUINTO DÍA

Considera, cuan alborozados los Mártires estarían al mirar como su Reyna María Santísima quedaba cual otro Betsabé colocada en alto trono al lado diestro de la Santísima Trinidad. Felices fueron nuestros tormentos, dirían entonces, pues se han convertido en tan inefables dulzuras. Las cruces, las espadas, los ecúleos fueron vanos instrumentos de la gentilidad, para privarnos de esta incomparable dicha. Ocupados de estos gloriosos afectos se acercarían al trono, que la había destinado su Eterno Padre allá desde el principio de sus caminos. Mas sí fijamos nuestra atención en aquel celestial aparato, ¿cómo no nos inflamamos con los más vivos deseos de disfrutar con los Mártires de su eterna felicidad? Y si con los ojos del alma llegamos à percibir alguna vislumbre de aquellos resplandores, ¿cómo no procuramos apartar los ojos del cuerpo de aquellos objetos, que nos hacen indignos de su participación? Suframos con paciencia, a su imitación, los trabajos que su divina Majestad nos enviare en esta vida. Evitemos todos los peligros a que la fragilidad humana nos expone, y fijemos solamente nuestra atención en los medios, que pueden hacernos partícipes de la gloria de los Mártires.

ORACIÓN

Oh amabilísima Madre, augusta Reyna de los Mártires, que con la más heroica constancia sufristeis los crueles tormentos, que la impiedad descargó sobre el inocente y virginal cuerpo de vuestro soberano y divino Hijo, haciéndole padecer el linaje de muerte más atroz, y cuyos dolores, penetrando con horror la ternura de vuestro compasivo corazón, llenaron de la más amarga pena vuestra purísima y sacratísima alma: Suplicoos, Señora y Madre mía, que pues vuestro precioso Hijo quiso tomar el vestido de mi naturaleza para subir al patíbulo de la cruz, y padecer el más triste y lamentable suplicio, por redimir mi alma de la esclavitud del demonio, me concedáis la gracia de que tan cruento sacrificio aplaque la justa indignación, que merecen mis delitos, y que perdonadas mis maldades, y lavadas en la fuente sacrosanta de esta Divinísima sangre, merezca alabaros eternamente al pie de vuestro celestial y estrellado trono; y también concededme el favor particular, que os pido en este Octavario, a mayor gloria de Dios, culto vuestro, y bien de mi alma. Amén.

DÍA SEXTO

Considera, con qué alegría los Confesores, en recompensa del ardor y fidelidad con que defendieron y observaron la divina ley, lograron el supremo honor de poder tributar sus rendidos homenajes a María Santísima como á Reyna suya en el Misterio de su triunfante Asunción. No se detendrían un punto para mezclarse con los Ángeles, Patriarcas, Profetas, y demás Santos en tan glorioso acompañamiento. Renovando a su presencia los actos de adoración y respeto, que les hicieron merecedores de aquella imponderable fortuna, se postrarían a sus adorables plantas, la reconocerían por Madre suya, y Madre de pecadores, ofreciéndose como el Evangelista San Juan a obedecerla y venerarla como hijos suyos. Repetirían todos cuanto dijeron y escribieron en sus divinas alabanzas. Los Misterios que defendieron, ya con la voz, ya con la pluma, y siempre con el ejemplo, en obsequio de tan gran Señora, serían los testimonios más irrefragables de su filial amor, que produjo en ellos tan venturosos sentimientos; y estos mismos sentimientos deberían ocupar tu corazón, al contemplar la gloria de que participarías si te dedicases, como los Confesores, à la observancia de los preceptos de Dios. El yugo del Evangelio es suave; pero tu poco fervor te lo presenta como insoportable. Entrégate a la meditación del soberano Misterio, que hoy te ofrece la piedad cristiana, cumple puntualmente con tus obligaciones, si deseas lograr el auspicio de María Santísima, y gozar algún día de su adorable presencia en la gloria.

ORACIÓN

Oh amabilísima Madre, augusta Reyna de los Confesores, que elegida como el sol por resplandeciente modelo de la humildad profunda, y de la oración continua, siendo llena de gracia, fuísteis colmada de las supremas bendiciones del cielo, para que, ennoblecida con sus sobrenaturales dones, fueseis entre todas las criaturas angélicas y humanas la más hermosa, y la más amada del Señor: Suplicoos, Señora y Madre mía, que para que yo pueda imitar en parte vuestras soberanas perfecciones, dirijáis mis pasos por el bello camino de la rectitud y de la paz, y concediéndome un corazón puro y sencillo, logre meditar constantemente en los divinos preceptos, para alabaros eternamente al pie de vuestro celestial y estrellado trono; y también concededme el favor particular, que os pido en este Octavario, à mayor gloria de Dios, culto vuestro, y bien de mi alma. Amén.

DÍA SÉPTIMO

Considera, como a la Virgen Santísima aplaudirían las demás Vírgenes del cielo en el día de su triunfante Asunción. Engolfadas en aquel inmenso piélago de dulzuras, se postrarían ante su glorioso trono, y la obsequiarían como a su Reyna y Emperatriz. Con el mayor contento y regocijo se juntarían con el coro de los Ángeles para celebrar con sus cánticos a la verdadera vara de Jesé, al precioso cedro del Líbano, al sagrado ciprés del monte Sion, a la divina palma ya exaltada en Cadés, y à la purísima rosa plantada en Jericó. A tan soberanos encomios correspondería la gran Reyna con aquellas suavísimas voces de piedad y dulzura, con que la Esposa de los cantares explicaba su gratitud y amor. ¡Oh, que ternura y devoción no causaría aquella luminosa procesión de Espíritus celestiales! ¿Quién es capaz de comprender la conmoción de afectos, que experimentarían todos los moradores de aquella ciudad santa? ¿Y quién puede dejar de apetecer la participación de tan soberanos festejos? Si deseas tener alguna parte en ellos, imita à las Santas Vírgenes en su pureza, medita con atención, y ejecuta lo que ellas obraron en vida, y así después de la muerte te puedes prometer la fruición de la alegría, que gozan en el cielo en compañía de María Santísima.

ORACIÓN

Oh amabilísima Madre, augusta Reyna de las Vírgenes, que mística víctima del amor a la pureza, os consagrasteis, sin ejemplo, como oloroso holocausto en las aras del cordero inmaculado, para que ejércitos de candidísimas Vírgenes le ofreciesen después sus floridas guirnaldas de azucenas, y las inmarcesibles palmas de sus triunfos: Suplícoos, Señora y Madre mía, me libréis del aire contagioso, que debilita y enflaquece los sencillos impulsos de la inocencia, y concededme la gracia de que posea en un supremo grado la bella virtud de la pureza, para que apartando de mi corazón todo lo que puede tiznar y deslucir el delicado lustre de esta virtud excelentísima, logre alabaros eternamente al pie de vuestro celestial y estrellado trono; y también concededme el favor particular que os pido en este Octavario, a mayor gloria de Dios, culto vuestro y bien de mi alma. Amén.

DÍA OCTAVO Y ÚLTIMO

Considera, ¿con cuanta veneración y respeto todos los Santos en el cielo se regocijarían con María Santísima en el día de su suntuosa Asunción? ¿Cuánto se congratularían de haber logrado de Dios, que la condecorase con el timbre de Reyna suya? Con la más digna competencia se acercarían para venerarla en su excelso solio. Los Patriarcas se complacerían en la fe de Abrahán, los Profetas en el celo de Elías, y Moisés: los Apóstoles desde el cenáculo de Jerusalén, al contemplar este Misterio, se complacerían también en la constancia de Santiago el mayor: los Mártires en el sufrimiento de Isaías y Lázaro: los Confesores en la piedad del padre del Bautista, San Joaquín, y Simeón: las Vírgenes en la castidad de Susana, y en fin todos los Santos en santa comunión se participarían unos a otros sus virtudes todas. ¡Oh glorioso Misterio, que excitó la atención de todos los Espíritus celestiales! Si deseas, pues, tu imitar a los Santos, sondea tu corazón, examina tus procederes, y duda te reconocerás por indigno de poder entrar con ellos a su participación. La doctrina de los Santos, la imitación de sus virtudes ha llenado el cielo de Justos; si tú los imitas, como debes, si rectificas tus acciones, podrás esperar que algún día el Señor te cuente también con los Santos entre el número de los escogidos en la gloria.

ORACIÓN

Oh amadísima Madre, augusta Reyna de todos los Santos, que como refulgente luna de la más sublime santidad, oscurecéis los claros resplandores de virtud de todas las demás estrellas del sagrado firmamento de la Iglesia, sobresaliendo vos sola más que todos los luceros celestiales: Suplicoos, Señora y Madre mía, que pues por vuestros preciosos méritos estáis exaltada sobre el elevado monte de la suma felicidad, no despreciéis los lastimosos suspiros del que desdichado lucha con las inquietas ondas del piélago peligroso de este mundo, para que, alumbrado con los lucidos esplendores de vuestra divina gracia, os alabe eternamente al pie de vuestro celestial y estrellado trono; y también concededme el favor particular, que os pido en este Octavario, à mayor gloria de Dios, culto vuestro, y bien de mi alma. Amén.