¡Oh Reina de los cielos y dulce Madre de mi alma! ¡Ya llegó Señora, aquel feliz momento en el que, dejando este triste destierro, fuísteis trasladada al paraíso celestial! Ya se han cumplido los ardentísimos deseos que teníais de ver a vuestro amado Hijo, y majestuosamente sentada a su lado con la plena seguridad de no perderle jamás de vista, gozáis ya sin medida de las dulzuras de aquel rio de agua viva que sale del trono de Dios y del Cordero. Permitidme, pues, ¡oh Soberana Reina! que atraído por la grandeza de vuestra gloria y por la dulzura de vuestro amor, me presente ante vuestras plantas soberanas para felicitaros en este día y daros mil parabienes por vuestra triunfante y gloriosa Asunción a los cielos, por vuestra exaltación sobre todos los Santos y coros de ángeles, y por haber sido coronada como Reina de cielos y tierra con tanta gloria y majestad por las tres Personas de la Santísima Trinidad. Y ya que en medio de vuestra gloria no os habéis olvidado de que sois Madre de pecadores, dirigid en este día una mirada compasiva sobre el menor de vuestros devotos, que, confiado en este título tan consolador, y del que Vos hacéis tanto aprecio, se atreve a comparecer delante de Nuestra soberana presencia lleno de miserias y pecados, esperando encontrar en Vos el remedio de todas sus necesidades. Y pues os manifestáis tan misericordiosa en el día de vuestro triunfo, sienta mi alma las influencias de vuestra intercesión, y experimente los efectos de vuestro poderío, siendo desatada de los lazos de la culpa, iluminada con la luz de la fe, fortalecida con el vigor de la esperanza, y vivificada con el calor de la caridad, para que, desapegada y desunida de todo afecto a lo terreno y temporal, viva una vida pura e inmaculada, preparándome con el ejercicio de todas las virtudes para morir con el ósculo del Señor, que es la gracia que por vuestra poderosa intercesión espero alcanzar de su divina Majestad en estos días. Amén.
DÍA PRIMERO
Considera el inefable gozo, que tuvieron los Ángeles en el cielo, al contemplar a su soberana Reyna colocada en alto y distinguido solio al lado de la Santísima Trinidad en el día de su gloriosa Asunción: ¡Cuanto se les aumentaría el contento al ver como el Padre Eterno la coronaba como Hija, el Hijo como Madre, y el Espíritu Santo como Esposa! ¿Con que cánticos no celebrarían su venturoso triunfo? ¡O privilegiada Ester! vos sola pudisteis entre todas las mujeres lograr del divino Asuero el más singular indulto. A la consideración, pues, de este sagrado Misterio, eleva tu espíritu hasta el trono de su grandeza, y penetrado de una inflamada devoción, a vista de tan divina Reyna, ofrécela tus rendidos homenajes, y junta tus fervientes votos con los celestiales coros de los Ángeles, que la rodean en la gloria.
Se rezan tres veces el Ave María y un Gloria Patri.
ORACIÓN
Oh amabilísima Madre, augusta Reyna de los Ángeles, cuya admiración en el día glorioso de vuestra triunfante Asunción excedió a su sublime inteligencia, el reconoceros más hermosa que la luna, y más brillante que el sol: Suplícoos, Señora y Madre mía, iluminéis la densa rudeza de mi ignorancia, para que, ilustrado con las hermosas luces de vuestra preciosa gracia, os rinda mi corazón las alabanzas debidas a vuestra suma grandeza, adorándoos reverente al pie de vuestro celestial y estrellado trono; y también concededme el favor particular, que os pido en este Octavario, à mayor gloria de Dios, culto vuestro, y bien de mi alma. Amén.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Soberana Emperatriz de cielos y tierra, divina primogénita del Altísimo, y dichosa posesión de sus delicias; dignaos, Señora, de recibir las festivas voces de alegría, con que el amor de mi alma os saluda, y dulcemente os alaba, acompañándoos, en el gozo que tuvisteis, cuando vuestro purísimo cuerpo, unido a vuestra alma gloriosa, entre los cánticos armoniosos de las celestes Jerarquías, magnifica y admirablemente fue elevado a la mejor y más hermosa Sion, como arca incorruptible; que en su precioso seno encerró el verdadero maná de la vida, y la divina prenda de nuestra feliz alianza: Suplícoos, Señora y Madre mía, que desde esas celestes alturas no dejéis de inclinar vuestros benignos y piadosos ojos sobre este miserable desterrado, que peregrinando afligido por la desgraciada región de los peligros, coloca en el trono de vuestra clemencia los profundos gemidos de su corazón, confiado en que admitiréis propicia el sacrificio de alabanzas, con que rendida os adora, para que subiendo ante vuestro soberano acatamiento en olor de suavidad, se una a los sonoros himnos, con que incesantemente os saludan los lucidos escuadrones de los Ángeles, y las excelsas y brillantes compañías de los Justos. Amén.
GOZOS
Hoy, que en la celeste Sion
colocada os veis, María;
R/: celébrese en tan gran día
vuestra triunfante Asunción.
Los Ángeles con su canto
por su Reyna os galardonan,
y en alto trono os coronan
Padre, e Hijo, y Espíritu Santo:
Del original borrón
sois la exenta Ester, María:
Al veros en tal dosel
los Patriarcas se os sujetan,
y en vos por Reyna respetan
la más hermosa Raquel:
Su beldad, en parangón
de la vuestra, es sombra fría:
De Judit, en tanta gloria,
los Profetas, Reyna amada,
en vos ven verificada
la más singular victoria:
Ante vos, arca en Sion,
David danza de alegría:
De Dios sentada a la diestra,
los Apóstoles sagrados,
de nuevo gozo bañados,
Reyna adoran su Maestra:
Docta Sabá, la lección
les trocáis en melodía
Cono á Reyna celestial,
hoy los Mártires también
os rinden el parabién
por tan digno honor triunfal:
De su sangre la efusión
cada cual repetiría:
No menos los Confesores
por su Reyna os apellidan,
y con su ejemplo convidan
á cantar vuestros loores:
Su gloriosa confesión
van renovando á porfía:
¡Oh, Vírgenes venturosas!
en vuestra intacta pureza
mostráis la mayor fineza
A vuestra Reyna obsequiosas:
Unid vuestra adoración
á nuestra humilde armonía:
Con el más ferviente celo
en vuestro aplauso se aplican,
y por su Reyna os publican,
todos los Santos del cielo:
Por tan feliz mediación
en vos nuestro amor confía:
Nuestra humilde devoción
aumentad Virgen María;
R/: celébrese en tan gran día
vuestra triunfante Asunción.
ORACIÓN: Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, te rogamos, que aspirando siempre a las realidades divinas lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén
SEGUNDO DÍA
Considera la singular alegría, que cupo a los Patriarcas, al ver en el empíreo a la Virgen Santísima venerada por su soberana Reyna. No es capaz el entendimiento humano de concebir cual fuese su celestial alborozo. Con el mayor contento adorarían a la que fue la verdadera luz de tantas sombras y figuras: Abrahán conocería entonces la mejor Sara; Isaac la más prudente Rebeca, y Jacob la más hermosa Raquel. Llenaríanse todos del más imponderable regocijo, y se unirían con los Ángeles para cantar sus divinas alabanzas. Confúndete de ver, cuan indigno eres de poder entrar en aquellos luminosos atrios para celebrar el venturoso triunfo de María Santísima en su gloriosa Asunción. Procura de hoy en adelante ser más devoto suyo, para promover su mayor obsequio, y reforma tu vida si deseas lograr con los Patriarcas de tan soberano Misterio.
ORACIÓN
Oh amabilísima Madre, augusta Reyna de los Patriarcas, que, como resplandeciente estrella de maravillosas virtudes, brillasteis luminosa, excediendo la fe de Abrahán, la obediencia de Isaac, la constancia de Jacob, y la castidad de José: Suplícoos Señora y Madre mía, me concedáis la gracia de que la práctica de las virtudes en mi espíritu sea tan perfecta, que mi pequeñez pueda publicar altamente lo excelso de vuestra soberanía, y confesando reverente la alteza de vuestras misericordias, y alabándoos eternamente al pie de vuestro celestial y estrellado trono; y también concededme el favor particular, que os pido en este Octavario, a mayor gloria de Dios, culto vuestro, y bien de mi alma. Amén.
DÍA TERCERO
Considera, cuanta parte tuvieron los Profetas en el celestial regocijo de contemplar a su Reyna, celebrada de los Ángeles, aplaudida de los Patriarcas, y venerada de todos los Cortesanos del cielo. No con tanta pompa, ni alegría pudo entrar en Betulia la valerosa Judit. Si aquella heroína fue la magnificencia del pueblo de Israel, la Virgen Santísima fue las delicias de la celestial Jerusalén. María fue el cumplimiento de tantas profecías. En ella encontraron la mujer fuerte tan deseada; la verdadera Madre del divino Salomón, colocada ya en el trono, que le preparó su soberano Hijo; la paloma del arca; el arca sagrada del nuevo Testamento; en esta su feliz translación se regocijaría de nuevo el gran David. ¡O divina Señora! si fue tal el gozo de los Profetas, ¡cual sería el mío si pudiese disfrutar de tan adorable vista! ¿Pero cuán lejos estoy de merecerla? ¿cuánto dista mi conducta de la de los Santos Profetas? ¿cómo se puede componer el fervor de aquellos varones justos con la tibieza de un corazón criminal? Procurare, pues, imitar su virtud, y apartarme del vicio, si deseo ser compañero de sus inefables contentos en la gloria.
ORACIÓN
Oh amabilísima Madre, augusta Reyna de los Profetas, que, como dignísima y amada Esposa del Espíritu Santo, merecisteis el lleno de sus más sagradas ilustraciones, y que iluminada con el fuego de sus soberanos dones, fueseis adornada con la gracia original, para que pudieseis justamente anunciar al mundo, que seríais bendita de todas las naciones: Suplícoos, Señora y madre mía, mue concedáis la gracia de que este soberano Espíritu descienda sobre mi corazón, como Espíritu de verdad que me ilumine, como Espíritu de santidad que me purifique, y como Espíritu de fortaleza que me anime, para que venciendo los obstáculos con que mis pasiones me perturban, pueda alabaros eternamente al pie de vuestro celestial y estrellado trono; y también concededme el favor particular, que os pido en este Octavario, a mayor gloria de Dios, culto vuestro, y bien de mi alma. Amen.
CUARTO DÍA
Considera, que al paso que San Pedro, y los demás Apóstoles, sintieron la ausencia de María Santísima en su dichoso tránsito, sin embargo, entregados a una fervorosa oración se llenarían del más inexplicable contento, al contemplar como entraba la misma soberana Virgen en los eternos tabernáculos de la gloria. ¡Oh, cuan excesivo sería el gozo de aquellos venturosos Discípulos al adorar a su divina Maestra como á Reyna suya, colocada en la celeste cátedra del Espíritu Santo, coronada de estrellas, vestida de la luz del sol, y teniendo la luna a sus pies! Todas las lecciones, que oyen de sus divinos labios cuando estaba en el mundo mortal, se convertirían en cánticos de celestial melodía. ¡Oh, como en aquel divino cenáculo del empíreo renovarían los reverentes obsequios, que le tributaron en el cenáculo de Jerusalén! No cesarían de alabar de continuo sus misericordias, y de bendecir al Señor, que la crió tan hermosa a sus divinos ojos, que la llenó de tantas gracias, y la eximió del pecado original. Eleva tu consideración à tan sublime espectáculo, y procura concebir con la intercesión de María Santísima, á imitación de los Santos Apóstoles, un total aborrecimiento al vicio, y el amor a la virtud, a fin de conseguir la gracia de poder algún día gozar de su inefable triunfo en la gloria celestial.
ORACIÓN
Oh amabilísima Madre, augusta Reyna de los Apóstoles, que como clarísima antorcha de la Iglesia los iluminasteis, siendo su Maestra y su Doctora, fortaleciendo su fe, y animando su celo, para que con fogoso espíritu emprendiesen la alta predicación del Evangelio, llevándola animosos hasta los más remotos extremos del orbe: Suplícoos, Señora y Madre mía, que pues sois todo mi refugio, y el único asilo de mi confianza y mi consuelo, admitáis propicia los humildes votos, y los fervorosos cultos con que gustoso me consagro bajo la poderosa protección de vuestra eminente doctrina, para que dejando correr sobre mi alma los copiosos auxilios de vuestra divina gracia, sostenga constante la santa fe, y con ella consiga alabaros eternamente al pie de vuestro celestial y estrellado trono; y también concededme el favor particular, que os pido en este Octavario, á mayor gloria de Dios, culto vuestro, y bien de mi alma. Amén.
QUINTO DÍA
Considera, cuan alborozados los Mártires estarían al mirar como su Reyna María Santísima quedaba cual otro Betsabé colocada en alto trono al lado diestro de la Santísima Trinidad. Felices fueron nuestros tormentos, dirían entonces, pues se han convertido en tan inefables dulzuras. Las cruces, las espadas, los ecúleos fueron vanos instrumentos de la gentilidad, para privarnos de esta incomparable dicha. Ocupados de estos gloriosos afectos se acercarían al trono, que la había destinado su Eterno Padre allá desde el principio de sus caminos. Mas sí fijamos nuestra atención en aquel celestial aparato, ¿cómo no nos inflamamos con los más vivos deseos de disfrutar con los Mártires de su eterna felicidad? Y si con los ojos del alma llegamos à percibir alguna vislumbre de aquellos resplandores, ¿cómo no procuramos apartar los ojos del cuerpo de aquellos objetos, que nos hacen indignos de su participación? Suframos con paciencia, a su imitación, los trabajos que su divina Majestad nos enviare en esta vida. Evitemos todos los peligros a que la fragilidad humana nos expone, y fijemos solamente nuestra atención en los medios, que pueden hacernos partícipes de la gloria de los Mártires.
ORACIÓN
Oh amabilísima Madre, augusta Reyna de los Mártires, que con la más heroica constancia sufristeis los crueles tormentos, que la impiedad descargó sobre el inocente y virginal cuerpo de vuestro soberano y divino Hijo, haciéndole padecer el linaje de muerte más atroz, y cuyos dolores, penetrando con horror la ternura de vuestro compasivo corazón, llenaron de la más amarga pena vuestra purísima y sacratísima alma: Suplicoos, Señora y Madre mía, que pues vuestro precioso Hijo quiso tomar el vestido de mi naturaleza para subir al patíbulo de la cruz, y padecer el más triste y lamentable suplicio, por redimir mi alma de la esclavitud del demonio, me concedáis la gracia de que tan cruento sacrificio aplaque la justa indignación, que merecen mis delitos, y que perdonadas mis maldades, y lavadas en la fuente sacrosanta de esta Divinísima sangre, merezca alabaros eternamente al pie de vuestro celestial y estrellado trono; y también concededme el favor particular, que os pido en este Octavario, a mayor gloria de Dios, culto vuestro, y bien de mi alma. Amén.
DÍA SEXTO
Considera, con qué alegría los Confesores, en recompensa del ardor y fidelidad con que defendieron y observaron la divina ley, lograron el supremo honor de poder tributar sus rendidos homenajes a María Santísima como á Reyna suya en el Misterio de su triunfante Asunción. No se detendrían un punto para mezclarse con los Ángeles, Patriarcas, Profetas, y demás Santos en tan glorioso acompañamiento. Renovando a su presencia los actos de adoración y respeto, que les hicieron merecedores de aquella imponderable fortuna, se postrarían a sus adorables plantas, la reconocerían por Madre suya, y Madre de pecadores, ofreciéndose como el Evangelista San Juan a obedecerla y venerarla como hijos suyos. Repetirían todos cuanto dijeron y escribieron en sus divinas alabanzas. Los Misterios que defendieron, ya con la voz, ya con la pluma, y siempre con el ejemplo, en obsequio de tan gran Señora, serían los testimonios más irrefragables de su filial amor, que produjo en ellos tan venturosos sentimientos; y estos mismos sentimientos deberían ocupar tu corazón, al contemplar la gloria de que participarías si te dedicases, como los Confesores, à la observancia de los preceptos de Dios. El yugo del Evangelio es suave; pero tu poco fervor te lo presenta como insoportable. Entrégate a la meditación del soberano Misterio, que hoy te ofrece la piedad cristiana, cumple puntualmente con tus obligaciones, si deseas lograr el auspicio de María Santísima, y gozar algún día de su adorable presencia en la gloria.
ORACIÓN
Oh amabilísima Madre, augusta Reyna de los Confesores, que elegida como el sol por resplandeciente modelo de la humildad profunda, y de la oración continua, siendo llena de gracia, fuísteis colmada de las supremas bendiciones del cielo, para que, ennoblecida con sus sobrenaturales dones, fueseis entre todas las criaturas angélicas y humanas la más hermosa, y la más amada del Señor: Suplicoos, Señora y Madre mía, que para que yo pueda imitar en parte vuestras soberanas perfecciones, dirijáis mis pasos por el bello camino de la rectitud y de la paz, y concediéndome un corazón puro y sencillo, logre meditar constantemente en los divinos preceptos, para alabaros eternamente al pie de vuestro celestial y estrellado trono; y también concededme el favor particular, que os pido en este Octavario, à mayor gloria de Dios, culto vuestro, y bien de mi alma. Amén.
DÍA SÉPTIMO
Considera, como a la Virgen Santísima aplaudirían las demás Vírgenes del cielo en el día de su triunfante Asunción. Engolfadas en aquel inmenso piélago de dulzuras, se postrarían ante su glorioso trono, y la obsequiarían como a su Reyna y Emperatriz. Con el mayor contento y regocijo se juntarían con el coro de los Ángeles para celebrar con sus cánticos a la verdadera vara de Jesé, al precioso cedro del Líbano, al sagrado ciprés del monte Sion, a la divina palma ya exaltada en Cadés, y à la purísima rosa plantada en Jericó. A tan soberanos encomios correspondería la gran Reyna con aquellas suavísimas voces de piedad y dulzura, con que la Esposa de los cantares explicaba su gratitud y amor. ¡Oh, que ternura y devoción no causaría aquella luminosa procesión de Espíritus celestiales! ¿Quién es capaz de comprender la conmoción de afectos, que experimentarían todos los moradores de aquella ciudad santa? ¿Y quién puede dejar de apetecer la participación de tan soberanos festejos? Si deseas tener alguna parte en ellos, imita à las Santas Vírgenes en su pureza, medita con atención, y ejecuta lo que ellas obraron en vida, y así después de la muerte te puedes prometer la fruición de la alegría, que gozan en el cielo en compañía de María Santísima.
ORACIÓN
Oh amabilísima Madre, augusta Reyna de las Vírgenes, que mística víctima del amor a la pureza, os consagrasteis, sin ejemplo, como oloroso holocausto en las aras del cordero inmaculado, para que ejércitos de candidísimas Vírgenes le ofreciesen después sus floridas guirnaldas de azucenas, y las inmarcesibles palmas de sus triunfos: Suplícoos, Señora y Madre mía, me libréis del aire contagioso, que debilita y enflaquece los sencillos impulsos de la inocencia, y concededme la gracia de que posea en un supremo grado la bella virtud de la pureza, para que apartando de mi corazón todo lo que puede tiznar y deslucir el delicado lustre de esta virtud excelentísima, logre alabaros eternamente al pie de vuestro celestial y estrellado trono; y también concededme el favor particular que os pido en este Octavario, a mayor gloria de Dios, culto vuestro y bien de mi alma. Amén.
DÍA OCTAVO Y ÚLTIMO
Considera, ¿con cuanta veneración y respeto todos los Santos en el cielo se regocijarían con María Santísima en el día de su suntuosa Asunción? ¿Cuánto se congratularían de haber logrado de Dios, que la condecorase con el timbre de Reyna suya? Con la más digna competencia se acercarían para venerarla en su excelso solio. Los Patriarcas se complacerían en la fe de Abrahán, los Profetas en el celo de Elías, y Moisés: los Apóstoles desde el cenáculo de Jerusalén, al contemplar este Misterio, se complacerían también en la constancia de Santiago el mayor: los Mártires en el sufrimiento de Isaías y Lázaro: los Confesores en la piedad del padre del Bautista, San Joaquín, y Simeón: las Vírgenes en la castidad de Susana, y en fin todos los Santos en santa comunión se participarían unos a otros sus virtudes todas. ¡Oh glorioso Misterio, que excitó la atención de todos los Espíritus celestiales! Si deseas, pues, tu imitar a los Santos, sondea tu corazón, examina tus procederes, y duda te reconocerás por indigno de poder entrar con ellos a su participación. La doctrina de los Santos, la imitación de sus virtudes ha llenado el cielo de Justos; si tú los imitas, como debes, si rectificas tus acciones, podrás esperar que algún día el Señor te cuente también con los Santos entre el número de los escogidos en la gloria.
ORACIÓN
Oh amadísima Madre, augusta Reyna de todos los Santos, que como refulgente luna de la más sublime santidad, oscurecéis los claros resplandores de virtud de todas las demás estrellas del sagrado firmamento de la Iglesia, sobresaliendo vos sola más que todos los luceros celestiales: Suplicoos, Señora y Madre mía, que pues por vuestros preciosos méritos estáis exaltada sobre el elevado monte de la suma felicidad, no despreciéis los lastimosos suspiros del que desdichado lucha con las inquietas ondas del piélago peligroso de este mundo, para que, alumbrado con los lucidos esplendores de vuestra divina gracia, os alabe eternamente al pie de vuestro celestial y estrellado trono; y también concededme el favor particular, que os pido en este Octavario, à mayor gloria de Dios, culto vuestro, y bien de mi alma. Amén.