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12 de Septiembre: Memoria Litúrgica del Santísimo Nombre de María

 

Unos días después de la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen, la Iglesia celebra el santo Nombre de María, nombre que le fue dado por sus padres, Ana y Joaquín.

Miriam en hebreo, Mariam en arameo. Se atribuyen muchas etimologías al significado de este nombre: "dueña del mar", "iluminación", "caída" o "estrella del mar".

Un significado probable es "hermosa" que corresponde – ¡y en qué medida! – a la belleza interna y externa de Nuestra Señora. En Lourdes, Santa Bernardette describe a la Inmaculada Madre de Dios, diciendo "que era joven y hermosa, hermosa sobre todo, cuál no había visto jamás... Ella es hermosa como, creo, se es hermoso en el cielo". Santa Catalina Labouré la describe de manera semejante: "Era muy hermosa ... Era tan hermosa que me sería imposible expresar su deslumbrante belleza". La liturgia, sirviéndose del Cantar de los Cantares, exclama: Tota pulchra es, o Maria - "Eres toda hermosa, oh María".

Miriam está relacionado con la lengua egipcia - la hermana de Moisés y Aarón, nacida en Egipto, como ellos, se llama María - y significa "amada de Dios". Oh, ¡cuán apropiada es esta etimología para la Virgen María, que es, por excelencia, la Amada del Padre, y de su Hijo, y del Espíritu Santo.

En las lecciones del Breviario Romano, la Iglesia cita no sólo a San Bernardo, que canta las alabanzas de la estrella del mar, sino también a San Pedro Crisólogo, que celebra en María el santo nombre de la "dama", la princesa, la reina. Ella es realmente nuestra Señora.

Roma aprobó, en 1513, la fiesta del santo nombre de María celebrada por una diócesis de España. Pero fue el Beato Papa Inocencio XI quien extendió la fiesta a toda la cristiandad después de la victoria del rey polaco Jan Sobieski sobre los turcos, el 12 de septiembre de 1683, bajo los muros de Viena.

Dedicada al dulce nombre de María, esta victoria no sólo destaca el triunfo de la belleza de la Madre de Dios y la religión sobre la fealdad de la infidelidad y el paganismo, sino también la victoria de los ejércitos cristianos cuando confían en la Reina de los cielos, que preside las batallas de la Iglesia, "fuerte como un ejército armado en la batalla".

“Del tesoro de su divinidad sacó el Señor el nombre de la Virgen María, decretando que todo se haga por Ella, en Ella, con Ella y de Ella; y que de la misma manera que nada se hizo sin Él, así nada deberá rehacerse sin Ella”, dice San Pedro Damiano del dulcísimo Nombre de la Madre de Dios, cuya fiesta fue declarada universal en el año 1683, por decreto del Papa Inocencio XI. Dio ocasión a ella la gloriosa victoria del gran Sobieski, rey de Polonia, sobre las huestes sarracenas. La ciudad de Viena estaba cercada por el ejército musulmán y a punto ya de rendirse; pero se presentó Sobieski con sus bravos el día 8 de septiembre; asistió a la Santa Misa con los brazos en cruz, y en ella comulgó. De allí salió al combate invocando el Santísimo Nombre de María, y logró tan señalado triunfo, que más de mil sarracenos quedaron tendidos en el campo de batalla. Sobieski entró en la ciudad seguido del Emperador de Austria, para dar gracias en el templo a Dios y a su Madre, entonando el Te Deum. Y porque esta victoria se alcanzó el 12 de septiembre, en su recuerdo se celebra en este día la fiesta del Dulce Nombre de María.

Nombre bendito y santo, superior a cualquier otro nombre después del de Jesús. Nombre dulcísimo para los ángeles en el cielo, por ser el nombre de su Reina; y dulcísimo también para los hombres en la tierra, por ser el nombre de nuestra Madre. Nombre tan dulce y amable, que no se puede pronunciar sin que el que lo profiera se sienta inflamado en el amor de Dios y de María. Como el de Jesús, él es también júbilo para el corazón, miel para la boca y melodía para el oído de sus devotos, según San Antonio de Padua.

En medio de las amarguras de este mundo, hagamos nuestra la exclamación de San Alfonso María de Ligorio: “Oh María, llena de gracia, haced que vuestro nombre sea la respiración de mi alma! No me cansaré jamás de acudir a Vos, repitiendo constantemente: María! María! Qué inefable consuelo, qué dulcedumbre, qué ternura experimenta mi alma! Oh María!, amable María, cuando pronuncio vuestro nombre, doy gracias a Dios por haberos dado para mi felicidad nombre tan dulce y amable.”


Oración al Santísimo Nombre de María 

¡Madre de Dios y Madre mía María!
Yo no soy digno de pronunciar tu nombre;
pero tú que deseas y quieres mi salvación,
me has de otorgar, aunque mi lengua no es pura,
que pueda llamar en mi socorro
tu santo y poderoso nombre,
que es ayuda en la vida y salvación al morir.
¡Dulce Madre, María!
haz que tu nombre, de hoy en adelante,
sea la respiración de mi vida.
No tardes, Señora, en auxiliarme
cada vez que te llame.
Pues en cada tentación que me combata,
y en cualquier necesidad que experimente,
quiero llamarte sin cesar; ¡María!
Así espero hacerlo en la vida,
y así, sobre todo, en la última hora,
para alabar, siempre en el cielo tu nombre amado:
“¡Oh clementísima, oh piadosa,
oh dulce Virgen María!”
¡Qué aliento, dulzura y confianza,
qué ternura siento
con sólo nombrarte y pensar en ti!
Doy gracias a nuestro Señor y Dios,
que nos ha dado para nuestro bien,
este nombre tan dulce, tan amable y poderoso.
Señora, no me contento
con sólo pronunciar tu nombre;
quiero que tu amor me recuerde
que debo llamarte a cada instante;
y que pueda exclamar con san Anselmo:
“¡Oh nombre de la Madre de Dios,
tú eres el amor mío!”
Amada María y amado Jesús mío,
que vivan siempre en mi corazón y en el de todos,
vuestros nombres salvadores.
Que se olvide mi mente de cualquier otro nombre,
para acordarme sólo y siempre,
de invocar vuestros nombres adorados.
Jesús, Redentor mío, y Madre mía María,
cuando llegue la hora de dejar esta vida,
concédeme entonces la gracia de deciros:

“Os amo, Jesús y María;
Jesús y María,
os doy el corazón y el alma mía”.

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