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¿Por qué los Miércoles están consagrados a San José?



El miércoles es el día elegido por la devoción para honrar a San José y alcanzar la gracia de una buena muerte.

Desde los siglos apostólicos ha sido el miércoles el objeto de una devoción particular en la Iglesia de Oriente y en la de Occidente.

Era un día de ayuno y de reunión en los sitios de oración o en los sepulcros de los mártires, a donde acudían muy temprano, y no salían hasta la hora nona, es decir hasta las tres de la tarde en que acababa la misa.

Y el ayuno que se practicaba en este día se llamaba “pequeño ayuno”, porque tenía tres horas menos que el de la Cuaresma, de las cuatro Témporas y de las vigilias de las grandes festividades, y porque no era de obligación tan estricta.


Este año se cumple el aniversario de la proclamación de san José, el esposo castísimo de la Virgen María, como patrono de la Iglesia Universal. Es un recordatorio oportuno cuando el mundo vive un tiempo de desolación, y el padre de Jesús en la tierra representa un tiempo de consolación.

La proclamación pontificia, por medio del decreto Quemadmodum Deus, tuvo lugar el 8 de diciembre de 1870, pues Pío IX quería subrayar la relación de José con su esposa, María, cuya Inmaculada Concepción se estableció como dogma 16 años antes. La misión de María y de Jesús requerían unos cuidados de esposo y de padre. El cristianismo no es una religión de solitarios. Es la religión de una familia, a cuyo frente quedó José, elevado a una dignidad que ningún hombre ha alcanzado y alcanzará en la tierra.

En aquel diciembre no habían pasado ni tres meses desde que las tropas italianas de Víctor Manuel II habían irrumpido en los Estados Pontificios para poner fin a la soberanía temporal del papado. Empezaba así una situación compleja para la Iglesia, que no encontró una solución jurídica al hecho hasta unos 60 años después; pero era también la época de proliferación deismos, que amenazaban no solo a la Iglesia sino también a las religiones. El racionalismo y el naturalismo habían sido previamente los semilleros que dieron lugar a ideologías enemigas del cristianismo. Sobre este particular, el Breve Inclyto Patriarcham, de 7 de julio de 1871, presentaba esta situación: «En estos tiempos tristísimos la misma Iglesia es atacada por doquier por sus enemigos, y se ve oprimida por tan grandes calamidades que parece que los impíos hacen prevalecer sobre ella las puertas del infierno…». Estas dramáticas expresiones ponían de relieve la necesidad de buscar en san José un protector para la Iglesia. Se diría que Pío IX buscaba el mejor de los intercesores, como si hubiera leído a santa Teresa, que aseguraba que el santo patriarca concede todo lo que se le pide.


El hombre justo

El primer mérito de san José es haber creído. Es fiel hijo de Abrahám y de David, y podría ser calificado, como ellos, un hombre de la promesa. Pero el calificativo que mejor define a José es el de hombre justo (Mt 1, 19). Con ese justo, Dios se relaciona por medios ordinarios como los sueños, que le sirven para tomar sus resoluciones. Sin embargo, en ningún momento piensa José que sean cosas de su imaginación. Ve en ellos la voluntad de Dios y su respuesta es ponerla en práctica. En otras ocasiones no hay sueños de por medio, sino una sencilla consideración en la presencia de Dios: José no vuelve desde Egipto a Judea porque allí reina Arquelao, hijo de Herodes, y marcha a Nazaret (Mt 2, 22). Es lo que Dios quería y esta obediencia hace a José un siervo bueno y fiel como el de la parábola de los talentos (Mt 25, 21). En este siervo obediente a Dios se fija Pío IX porque ha sabido cumplir la misión de cuidar, alimentar y custodiar a Jesús y María. Cristo ha fundado la Iglesia, María es Madre de los cristianos y José es el gran protector de la Iglesia.

En defensa del padre

Por lo demás, el patrocinio de san José está relacionado con la defensa de la familia. La unidad familiar está incompleta sin el padre, aunque lo cierto es que, a lo largo del siglo XX, y no solo por influencia de la psicología freudiana, hemos asistido a la ausencia o la minusvaloración de la figura paterna. La muerte del padre eclipsa a la vez el papel de Dios como Padre, y consecuentemente arrincona a san José. El padre es cuestionado en nombre de la autonomía individual, que muchas veces no quiere saber nada del otro y elude las responsabilidades. El resultado es un hombre solitario y con frecuencia machista, y lo malo es que ese modelo se pretende extender a la mujer, pues se presenta de modo atractivo como una vía de liberación.

San José es padre de la Iglesia, pues está muy vinculado a Cristo como su padre terreno. En el Evangelio, Felipe le recuerda a Natanael que Jesús es hijo de José de Nazaret ( Jn 1, 45 ), y las gentes de ese pueblo de Galilea lo conocen como el hijo del carpintero (Mt 13, 55). Es comprensible que los Papas hayan tenido en alta consideración a san José. Se cuenta que el nombre del patriarca es uno de los que tuvo en mente el cardenal Angelo Giuseppe Roncalli antes de elegir el nombre de Juan XXIII, aunque lo descartó porque ningún Pontífice lo había llevado hasta entonces, si bien probablemente lo hiciera por humildad. En cualquier caso, otros Papas contemporáneos, grandes devotos de san José, llevaban entre sus nombres de pila el de José: Pío X, Juan Pablo II y Benedicto XVI.


El 5 de Julio de 1883 Papa León XIII aprueba el miércoles como el día consagrado a San José en toda la Iglesia Universal.

Antigua Oración a san José

Oh san José, cuya protección es tan grande, tan fuerte y tan inmediata ante el trono de Dios, a ti confío todas mis intenciones y deseos.

Ayúdame, san José, con tu poderosa intercesión, a obtener todas las bendiciones espirituales por intercesión de tu Hijo adoptivo, Jesucristo Nuestro Señor, de modo que, al confiarme, aquí en la tierra, a tu poder celestial, Te tribute mi agradecimiento y homenaje.

Oh san José, yo nunca me canso de contemplarte con Jesús adormecido en tus brazos. No me atrevo a acercarme cuando Él descansa junto a tu corazón. Abrázale en mi nombre, besa por mí su delicado rostro y pídele que me devuelva ese beso cuando yo exhale mi último suspiro.

¡San José, patrono de las almas que parten, ruega por mi! Amén. 

ORACIÓN A SAN JOSÉ 
PARA TODOS LOS MIÉRCOLES

Hecha la señal de la Cruz, se dice esta plegaria al Padre Eterno:

Dios todopoderoso y eterno, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que en orden a la salvación de los hombres decretaste que tu Hijo unigénito se hiciera hombre en las entrañas virginales de María Santísima, por obra del Espíritu Santo, y con altísima providencia te dignaste elegir entre todos los santos al Patriarca San José para que fuese el verdadero esposo de la Virgen madre e hiciera los oficios de legítimo padre, haciendo tus veces en la tierra, y educase al Hijo de Dios, y para este fin lo enriqueciste llenándolo con los tesoros de tu gracia de modo abundantísimo, y ahora, en premio a su fidelidad, lo tienes en el cielo sobre un excelso trono de gloria; siendo San José mi padre y señor, mi especial abogado, te suplico, por sus méritos e intercesión, que tengas misericordia de mí y de todos mis seres queridos, que perdones todas nuestras culpas y dirijas nuestros pasos hacia una muerte que sea preciosa a tus ojos divinos y principio de la bienaventuranza feliz. 


Poderosísimo Patrono del linaje humano, protector de los pecadores, refugio de las almas, eficaz auxilio de los afligidos, consuelo de los desamparados, José gloriosísimo: sabiendo que el último instante de mi vida ha de llegar necesariamente, y previendo que mi alma pueda estar atormentada en exceso por los recuerdos de sus infidelidades pasadas y por las tentaciones con las que intente perderme el demonio eternamente, y puesto que mis fuerzas naturales estarán debilitadas, desde ahora acudo a ti como intercesor, para que en la hora de mi muerte me asistas en la batalla y no desfallezca en la fe, en la esperanza ni en la caridad.

Cuando tú moriste, tu Hijo Jesús y tu Esposa María te asistieron personalmente y ahuyentaron a los demonios, para que no se atrevieran a combatir tu espíritu; por estos favores y por los que en tu vida te hicieron, te pido, San José gloriosísimo, que ahuyentes mientras viva y a la hora de mi muerte a todos mis enemigos del alma y cuerpo, y que pueda terminar mi vida en paz, amando a Jesús, a María y a ti. José del alma mía, para que pueda estar siempre con los tres en el cielo, gozando de la bienaventuranza eterna. Amén. 

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