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Domingo XIV° Per Annum y Reflexión del Evangelio



+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo 
según san Mateo     11, 25-30

Jesús dijo:
Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y Yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.

Reflexión del Evangelio Dominical 

Queridos hermanos: 

     Jesús nos dice este domingo: "Aprendan de Mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio" (Mt. 11, 29). 

   Podemos pensar que el Señor Jesús tiene todas las virtudes en grado sumo, por lo tanto Él puede decirnos que aprendamos de Él todas las virtudes. Sin embargo, pareciera que, además de la caridad en la que nos insiste tantas veces (Cf. Mt. 22, 39), hay dos virtudes que Él prefiere de un modo especial: la paciencia y la humildad. Por eso, nos pide aprender su paciencia y humildad de corazón. 

  Detengámonos en la paciencia. Algunos, en vez de "paciente" traducen "manso". Por tanto, se puede decir que la paciencia es la mansedumbre, y consiste en "saber esperar". ¿Esperar en quién? Sólo en Dios. ¿Esperar qué? Las promesas de Dios porque Él es fiel. 
 
  Ante un mundo violento que pretende imponerse por la fuerza, el cristiano se sabe en manos de Dios y espera mansamente en Él. Este pretender imponerse por la fuerza y el poder se lleva a cabo incluso de modos sutiles, haciendo parecer que no se ejerce la coacción, pero en realidad sirviéndose de ella astutamente, pues muchas veces en palabras que suenan dulces y hasta en modos aparentemente "mansos" y "amigables", se esconde una violencia inusitada y un afán de dominio y control sobre el otro. Así, mansedumbre no implica callar ante la injusticia, aunque se ponga la otra mejilla, como Cristo cuando le dijo al que lo abofeteó: "Si he hablado mal, dime en qué, y si he hablado bien, ¿por qué me pegas?" (Jn. 18, 23). En definitiva, la mansedumbre es un fruto del Espíritu Santo (Cf. Gal. 5, 22) por el cual la persona alcanza la paz interior y se encuentra en completa docilidad a la acción de gracia divina aunque deba enfrentar grandes contrariedades. 

  Pidamos a la Virgen Santísima, Reina de la Paz, nos alcance la gracia de ser mansos y humildes de corazón. Amén. 

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