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16 de Agosto: Memoria Litúrgica de san Esteban de Hungría

 

San Esteban (c. 975-1038), nació en Esztergom, Principado de Hungría, a inicios del último cuarto del siglo X, hijo del príncipe Géza de Hungría y de la reina Sarolta. Su nombre era Vajk pero al ser bautizado recibió el nombre de Esteban, después de que la familia real húngara abrazara el cristianismo.
 
Esteban, siendo joven, aprendió latín con San Adalberto y recibió educación cristiana. Contrajo matrimonio con la Beata Gisela de Baviera, hermana del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, San Enrique II. A la muerte de su padre, Géza, Esteban le sucede en el trono convirtiéndose en rey.
 
El pueblo húngaro rendía culto a diversas deidades y Esteban se propuso dar el ejemplo y difundir su fe cristiana, obteniendo abundantes conversiones. Recurrió al Papa Silvestre II para que Occidente reconociera su reino. El Pontífice envió a San Anastasio, discípulo de San Adalberto, para que lo corone. Asimismo organizó la vida política y religiosa de la nación, construyó iglesias y monasterios.
 
Entre sus más cercanos colaboradores estuvieron los monjes benedictinos, orden a la que pertenecieron los primeros obispos del nuevo reino, como San Anastasio, San Beszteréd, San Buldo, San Gerardo Sagredo, San Beneta, el Beato Sebastián de Esztergom, entre otros.
 
San Esteban, junto a su hijo, san Emerico, defendió a su pueblo de la invasión comandada por Conrado II, quien fuera rey y luego emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Juntos lograron expulsar a los invasores el año 1030.
 
Emerico era el único hijo sobreviviente de Esteban, puesto que los había perdido a todos cuando eran pequeños. Su hijo era su consuelo. Trágicamente, Emerico -luego proclamado santo- murió un año más tarde en un accidente de caza. San Esteban solo puedo encontrar consuelo en Dios. Su fe lo sostuvo para enfrentar las disputas que la sucesión de su reino traería. 
 
San Esteban murió el 15 de agosto de 1038 y fue sepultado en la Basílica de Székesfehérvár, que él mismo había hecho construir y que llegó a ser una de las más grandes e importantes de Europa.
 
El santo rey de Hungría fue canonizado por el Papa San Gregorio VII en 1083 y su fiesta se celebra cada 16 de agosto. 


San Esteban fue rey de Hungría y esposo de la Beata Gisela de Baviera, y vivió entre fines del siglo X y el siglo XI. Del amor de los dos nació San Emerico, a quien el monarca dio los siguientes consejos para convertirse en un buen gobernante y un hombre santo. 

Aquí los compartimos y esperamos que sirvan de inspiración a los padres de familia para criar a sus hijos.

1.- Conservar la fe

“En primer lugar, te ordeno, te aconsejo, te recomiendo, hijo amadísimo, si deseas honrar la corona real, que conserves la fe católica y apostólica con tal diligencia y desvelo que sirvas de ejemplo a todos los súbditos que Dios te ha dado, y que todos los varones eclesiásticos puedan con razón llamarte hombre de auténtica vida cristiana, sin la cual ten por cierto que no mereces el nombre de cristiano o de hijo de la Iglesia”.

2.- El don de la vigilancia y protección

“En el palacio real, después de la fe ocupa el segundo lugar la Iglesia, plantada primero por Cristo, nuestra cabeza, transplantada luego y firmemente edificada por sus miembros, los apóstoles y los santos padres, y difundida por todo el orbe. Y, aunque continuamente engendra nuevos hijos, en ciertos lugares ya es considerada como antigua”.

“En nuestro reino, hijo amadísimo, debe considerarse aún joven y reciente, y, por esto, necesita una especial vigilancia y protección; que este don, que la divina clemencia nos ha concedido sin merecerlo, no llegue a ser destruido o aniquilado por tu desidia, por tu pereza o por tu negligencia”.

3.- El mismo trato con todos

“Hijo mío amantísimo, dulzura de mi corazón, esperanza de una descendencia futura, te ruego, te mando que siempre y en toda ocasión, apoyado en tus buenos sentimientos, seas benigno no sólo con los hombres de alcurnia o con los jefes, los ricos y los del país, sino también con los extranjeros y con todos los que recurran a ti. Porque el fruto de esta benignidad será la máxima felicidad para ti”.

4.- Compasivo y misericordioso

“Sé compasivo con todos los que sufren injustamente, recordando siempre en lo íntimo del corazón aquella máxima del Señor: Misericordia quiero y no sacrificios. Sé paciente con todos, con los poderosos y con los que no lo son”.

5.- Fuerte y honesto

“Sé, finalmente, fuerte; que no te ensoberbezca la prosperidad ni te desanime la adversidad. Sé también humilde, para que Dios te ensalce, ahora y en el futuro. Sé moderado, y no te excedas en el castigo o la condena. Sé manso, sin oponerte nunca a la justicia. Sé honesto, de manera que nunca seas para nadie, voluntariamente, motivo de vergüenza. Sé púdico, evitando la pestilencia de la liviandad como un aguijón de muerte”.

“Todas estas cosas que te he indicado someramente son las que componen la corona real; sin ellas nadie es capaz de reinar en este mundo ni de llegar al reino eterno”.

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