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Jueves 11 de Junio: Solemnidad de Corpus Christi



Después de haber ensalzado la Santísima Trinidad, la Iglesia Católica celebra otro dogma de fe divina: el de la Encarnación del Hijo de Dios que se hizo carne y permanece en el Sacramento por excelencia, la Eucaristía.

La oración de la Misa exalta la infinita gloria dada a Dios por este augusto sacramento que aplica a las almas, en todo momento, los frutos de la Redención. Es en la cruz donde Cristo nos salvó, y la Eucaristía, instituida en la víspera de su Pasión, es su memorial.

El altar es la prolongación del Calvario, y la Misa anuncia la muerte del Señor, ya que Jesús está presente como víctima gracias a las palabras de la doble consagración. En efecto, en virtud de estas palabras del sacerdote, la sustancia del pan es cambiada en el Cuerpo de Cristo y la sustancia del vino es cambiada en la Sangre de Cristo. Pero bajo las especies del pan está todo Cristo, así como bajo las especies del vino está Cristo entero, porque ya no puede morir.

La Misa es un verdadero sacrificio y el acto más perfecto del culto divino, el centro de todo el culto eucarístico de la Iglesia.

El Corpus Christi es una fiesta de obligación en la Iglesia universal. Fue en 1318 cuando el Papa Juan XXII, a raíz de las revelaciones de una religiosa, Santa Julienne de Cornillon, pidió que se celebrara una procesión eucarística ese día para profesar públicamente la fe en la presencia real de Cristo. Cuando las disposiciones civiles impiden tal celebración, la solemnidad del Corpus Christi se traslada al domingo siguiente.



Esta fiesta se comenzó a celebrar en Lieja en 1246, siendo extendida a toda la Iglesia occidental por el Papa Urbano IV en 1264, teniendo como finalidad proclamar la fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Presencia permanente y substancial más allá de la celebración de la Misa y que es digna de ser adorada en la exposición solemne y en las procesiones con el Santísimo Sacramento que entonces comenzaron a celebrarse y que han llegado a ser verdaderos monumentos de la piedad católica. Ocurre, como en la solemnidad de la Trinidad, que lo que se celebra todos los días tiene una ocasión exclusiva para profundizar en lo que se hace con otros motivos. Este es el día de la eucaristía en sí misma, ocasión para creer y adorar, pero también para conocer mejor la riqueza de este misterio a partir de las oraciones y de los textos bíblicos asignados en los tres ciclos de las lecturas.

 El Espíritu Santo después del dogma de la Trinidad nos recuerda el de la Encarnación, haciéndonos festejar con la Iglesia al Sacramento por excelencia, que, sintetizando la vida toda del Salvador, tributa a Dios gloria infinita, y aplica a las almas, en todos los tiempos, los frutos  extraordinarios de la Redención.  Si Jesucristo en la cruz nos salvó, al instituir la Eucaristía la víspera de su muerte, quiso en ella dejarnos un vivo recuerdo de la Pasión. El altar viene siendo como la prolongación del Calvario, y la misa anuncia la muerte del Señor. Porque en efecto, allí está Jesús como una víctima, pues las palabras de la doble consagración nos dicen que primero se convierte el pan en Cuerpo de Cristo, y luego el vino en Su Sangre, de manera que, ofrece a su Padre, en unión con sus sacerdotes, la sangre vertida y el cuerpo clavado en la Cruz.

 La Hostia santa se convierte en «trigo que nutre nuestras almas». Como Cristo al ser hecho Hijo de recibió la vida eterna del Padre, los cristianos participan de Su eterna vida uniéndose a Jesús en el Sacramento, que es el símbolo más sublime, real y concreto de la unidad con la Víctima del Calvario.

 Esta posesión anticipada de la vida divina acá en la tierra por medio de la Eucaristía, es prenda y comienzo de aquella otra de que plenamente disfrutaremos en el Cielo, porque «el Pan mismo de los ángeles, que ahora comemos bajo los sagrados velos, lo conmemoraremos después en el Cielo ya sin velos» (Concilio de Trento).

 Veamos en la Santa Misa el centro de todo culto de la Iglesia a la Eucaristía, y en la Comunión el medio establecido por Jesús mismo, para que con mayor plenitud participemos de ese divino Sacrificio; y así, nuestra devoción al Cuerpo y Sangre del Salvador nos alcanzará los frutos perennes de su Redención.

Procesión luego de la Santa Misa Solemne en la Catedral de la Ciudad 
de La Plata presidida por Monseñor Héctor R. Aguer, Arzobispo Emérito.

Procesión del Corpus Christi

 Las procesiones son a modo de públicas manifestaciones de fe; y por eso la Iglesia las fomenta y favorece hasta con indulgencias.  Pero la más solemne de todas las procesiones es la de Corpus Christi. 

En ella se cantan himnos sagrados y eucarísticos de Santo Tomás de Aquino, el Doctor Angélico y de la Eucaristía.  
Algunos de los himnos utilizados tradicionalmente son:
Pange lingua;  Sacris solemniis;  Verbum supérnum;  Te Deum Laudamus, al terminar la procesión;  y, Tantum ergo, al volver de la procesión,  en torno del altar para adorar al Santísimo Sacramento, finalizar con la bendición sacramental y posterior reserva en el sagrario.

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